Epcot, un pedacito de Walt Disney World

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Fui por primera vez a Disney World cuando tenía once años. Recuerdo poco, a pesar de la edad. Mis emociones y mis búsquedas eran otras, pero el asma siempre ha sido el mismo y durante ese viaje me cortó la respiración y me hizo perderme parques enteros de los que solo quedaron retazos en mi mente. No recuerdo haberme devuelto con desilusión; supongo que disfruté -y mucho- mi curiosidad de ese instante. Una de las imágenes que hoy tengo grabadas, es una en la que me veo subiendo al avión, ya de vuelta a Venezuela, con una gorra que tenía las orejas y el lazo de Minnie. Un recuerdo sutil e irónico, porque hoy ya Minnie no me gusta, porque Mickey me parece más simpático y porque, si hablamos de fidelidades, nunca querré a nadie como a Buzz Lightyear.

A los once años vas a Disney, lo dejas y por supuesto que quieres volver, aunque no sepas cuándo. El año pasado se me arremolinaron los sentimientos cuando pasé bajo ese umbral en Orlando que dice “Walt Disney World” y un poco más abajo: “no se detenga a tomar fotos”. Eso estaba escondido en algún lugar de mi memoria y volví a ser niña otra vez, aunque es esa ocasión no fuimos a Disney si no a Universal Studios e Island of Adventure (un viaje que cuento AQUÍ).

Pera esta vez la emoción nos llevaba a Magic Kingdom y Epcot. Dejamos por fuera los otros dos parques de Disney: Animal Kingdom y Hollywood Studios, porque no había tiempo y porque en realidad los pies se nos iban solos hacia los dos primeros. Cada parque se puede recorrer completo en un día, si se tiene orden y entusiasmo. Aquí no se viene a andar con poses, el requisito es perder los años y dejarse envolver por esa magia que está ahí, colándose en todos los rincones.

Epcot y sus países 

Sábado, diez de la mañana. Tenía el empeño de comprar un pasaporte en una de las tiendas para que lo sellaran al final de cada atracción (12$), pero llegué a Epcot y se me olvidó. Me acordé y luego no quise. Voy caminando y no quiero que nada externo me distraiga; por eso a veces olvido compartir una que otra foto en el instante con quienes me siguen los pasos, porque detenerme a un escribir un tweet justo cuando vas pasando al lado de Mary Poppins, es perderme sus gestos y las caras de las niñas, asombradas, tomándola de la mano como para no dejarla ir nunca más. Llevo mi cámara encima y a veces me pesa, al menos en un lugar así, donde quieres verlo todo y no perder nada.

A Epcot vamos en buena época. Le damos la bienvenida a la Primavera y ella a nosotros con el International Flower & Garden Festival: muchos de los personajes de Disney creados con flores y plantas, apostados en diferentes lugares del parque. De Epcot tengo algunos flashes en la memoria, pero no intento revivir nada, solo voy caminando por ahí con la curiosidad a mil y, de repente, me descubro a mí misma corriendo hacia Phineas y Ferb -que me hacen reír en mi casa, todos los sábados por la mañana- y sonrío con ellos, aunque estén hechos de grama.

Vamos a Soarin, un simulador que hace sentir que estamos volando en parapente por diversos paisajes. También buscamos a Nemo (y lo encontramos), reímos con los delfines; nos contaron la evolución del universo; supe de dinosaurios, energía y tecnología como quien está aprendiendo una lección por primera vez. Llegamos a la recreación de los países sin mi pasaporte y con el sol clavado en la espalda. Primero, Canadá y su música. Ahí vi una cabina de teléfono roja que me pareció debía estar en Londres. Precisamente a Reino Unido llegamos un poco después y me tropecé con el Capitán Garfio y Peter Pan. Pasamos por Francia y el olor a pan recién hecho. Fuimos a Italia y nos sentamos en el medio de ¿Venecia? a ver la gente pasar. Me gusta aquí, así como me gustó el pedacito de Marruecos y lo tomé como un indicio de que ya debo hacer trámites para ir al Marruecos de verdad. Pasamos por China y también por Japón. Entre tantos países cometimos el pecado -al menos yo- de no comprar una pata de pavo y devorarla sin miramientos. Dos pasos más y ya eran las nueve de la noche.

A esa hora -porque así estaba programado ese día- todas las luces del parque se apagaron y comenzó un show de luces y fuegos artificiales que marcaron el cierre del parque. Guardé mi cámara, apagué el teléfono y me senté en el suelo a disfrutar del espectáculo. Me gustan esas luces estallando colores en la oscuridad y pensé que no podía ser mejor, que no habría una magia parecida a esa. Claro, no había ido aún a Magic Kingdom. No sabía lo que estaba por venir.

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