Os había prometido en mi anterior entrada, queridos amigos, que os iba a contar cómo comprar champagne directamente al productor. Y ya sé lo que me vais a decir: “Sorokin, pues vas y lo compras”. Vale, totalmente cierto, sois unos agudos y perspicaces lectores. Pero, en fin, el acto de seleccionar dónde, a quien, cómo ir, qué riesgos arrostrar o qué placeres degustar en tan epicúrea aventura es lo que guía mi mano para escribir una nueva tontuna en este vuestro blog favorito (y no me contestéis, dejadme creer que lo es, rayos, que de ilusión también se vive).
El champagne, como todos sabéis, se produce en la región del mismo nombre, que se extiende alrededor del valle del Marne, Reims, Epernay y Châlons. Teniendo en cuenta que la región de Champagne está sólo a 300 Km de Bruselas y que todo el camino es autopista, lo más aconsejable ¡oh amiguetes! es ir en coche. Lo suyo es ir a tiro hecho, llegar un sábado, comprar el champagne, pasar la noche en la región y volverse el domingo. Esta vez, vuestro amado y sufrido bloguero había concertado por teléfono una cita con uno de los productores que más molan a mi panda de amigotes: Pierlot fils, en Montigny-sous-Châtillon.
Total, el sábado por la mañana, un servidor se metió un desayuno a la portuguesa, con sus pastéis de nata y su café portugués, y hale, a la ruta. Si sois buenos y os leéis todo el post hasta el final, os diré donde se pueden comprar productos portugueses en Bruselas. Pero ahora no, lo suyo es contaros el viaje.
El GPS decidió que Montigny no estaba entre sus conocimientos gepeésicos, así que le metí Châtillon, que está al ladito. En fin, como veis en Francia hay un montón de châtillones, así que hay que buscar el bueno, o puedes acabar deslizándote por la nieve en los Alpes o alguna cosa peor. El bueno es Châtillon-sur-Marne. Tomen nota, mis amigos, que uno no va a vivir toda la vida para seguir orientándoos.
Y bien, tras un recorrido sin historia, servidor se encontró en el periférico de Reims. Momento, en el que el GPS (que es de 2010) decidió que estaba en mitad de la nada, en medio de la naturaleza y los viñedos, porque los franceses habían decidido hacer una carretera nueva y mi aparatejo no lo sabía. Rayos. Bueno, menos mal que acabé encontrando la ruta buena tras dar dos vueltas a Reims y dejarme guiar por mi intuición geográfica. Por fin, encontréme en medio de la carretera que lleva a Châtillon, donde casi casi se pueden oler las viñas:
La casa de Pierlot está bastante escondida, pero la encontramos, la encontramos:
Parte del ritual de comprar al productor consiste en beberse un par de copasde su bodega. En fin, se supone que la gendarmería de la región se lo sabe y no va a poner a soplar a las visitas para no estropear el mercado. Vamos, yo no ví un solo gendarme en todo el fin de semana:
Lamentablemente, como era sábado, la bodega estaba cerrada, así que no pudimos ver la producción en marcha, para así enseñárosla, oh amigos. En fin. Básteos saber que la fabricación del champagne se hace fermentando el vino en botella y, tras un tiempo, abrir las botellas para extraer el poso sólido que se genera y se acumula en el cuello de la misma. Antes se requería una gran habilidad. Ahora, se congelan las botellas, se abren, se les extrae el residuo y se vuelven a taponar. Luego, la parte más difícil: el consejo regulador de origen vigila toooodas las bodegas de la región y si no le parece que está bien una añada, la tienes que tirar (o bebértela tú, pero no la puedes vender como “champagne”)
El amable Monsieur Pierlot nos ayudó a meter el champagne en el portamaletas, como puede verse aquí.
Vale, ya sé lo que pensáis. Pero no, no todas las cajas eran para mí, que eran parte del encargo que me hicieron los amigotes.
Con el maletero a punto de reventar, tras despedirnos de Pierlot, nos fuimos a Epernay, para terminar con gran pompa y ceremonia la visita a la región. Epernay, queridos amigos, vive por y para el champagne. Una vuelta por sus calles de sábado, y no ves más que tiendas de champagne y otros artefactos que sirven para bebérselo, guardarlo, taparlo si no has terminado la botella, álbumes para las cápsulas,camisetas, etc. Si no sabéis a cual tiraros, os aconsejo dar una vuelta por la tienda de Madame Salvatori. Las demás son moderneces de advenedizos. La tienda de Madame es de las de toda la vida:
Ello sí, os aviso que no es barata, pero es una institución. Un Dom Perignon puede costar 130 euracos y un Veuve Cliquot, 30, lo que comparado con un Pierlot de los nuestros, a 15 euros, es bastante.
Como ha sido una dura jornada para todos, supongo que a estas alturas, el hambre empezará a hacer estragos en vuestros sensibles estómagos. Pues nada, os recomiendo “la cave à champagne”, que, aparte de ser un restaurante con un montón de estrellas de todo tipo, cierra tarde, lo que para Francia no es moco de pavo. Nosotros entramos a las diez:
Tienen un menú a 19 euros que no está mal, con primer plato, segundo y postre. De primero, yo me tragelé unos fondos de alcachofa con caracoles (eso negro no son champiñones, gurriatos, son caracoles) que era un monumento:
De segundo, un salmón con salsa al champagne, puré de apio y flan de champiñones. A mí, el flan me resultó un poco fuerte, pero es que uno es un tiquismiquis.
Para beber, dejad que os aconseje la patrona, que es encantadora. Naturalmente, nosotros bebimos unos de los dos mil champagnes que tiene en la cava. Como es natural, nos enrollamos con los de la mesa de al lado: una pareja joven que iba ya por la segunda botella. Resultó que también eran productores y cosecheros y nos invitaron a visitar su bodega al día siguiente… pero ¡oh Dios mío! Con el portamaletas lleno, no nos pareció adecuado.
Y como en Epernay no hay mucho más que hacer, nos fuimos al hotel que había reservado: un Campanile en Dizy, a unos tres kilómetros. Laus Deo, ni un solo gendarme a la vista.
El hotel, bueno, pues uno más de esas cadenas que hay en Francia. Eso sí, los colchones eran excelentes, y no esas gomaespumas que ponen en los Novoteles. Además, tenían “facilities”, es decir una kettle y unos saquitos de té. Es que hay multitudes de ingleses recorriendo la región en bandas de coches, que –sorpresa- llevan la pegatina de GB con la bandera europea.
El domingo en Epernay, es perfectamente evitable. Salvo una charcutería, “les sarments”, que tiene productos artesanales, pero que a mí no me despiertan ningún instinto, como las “andouilletes”, esas morcillas de callos, la “tête presée” y otras guarraditas. Pero en fin, a mi acompañanta le gustan.
Si no, tomad un café en “le progrès” , que está a reventar, y salid corriendo. Lo único digno de ver es un pórtico semiderruido. Todo lo demás es moderno y a la francesa.
Ello sí, si queréis ver algo clásico, id a Châlons-en-Champagne y ved la basílica de Notre Dame de l’Epine. Un verdadero gótico del siglo XV:
Este monje debe estar leyendo el "diario de un aburrido" varios siglos antes del hecho en sí.
Yo estuve hace años, en un hotel que está enfrente de la basílica, “Aux armes de champagne”. Justamente un primero de Noviembre. La gente del hotel dijo que se iban, que estaban de vacaciones, y nos dejaron solos en el caserón. Debo decir que atravesé el aparador en la puerta, por si acaso. Ya sé, ya sé, no es muy valeroso, pero ya me diréis: solos en un caserón vacío la noche de difuntos… aggggg.
Y vale ya, que hoy me he puesto de un plasta increíble. Os debo la dirección de la tienda portuguesa:
Hela aquí. Está en la calle “Roi chevalier”. En Woluwé.
Besotes múltiples