Con esta nueva novela, la escritura de López Mondéjar se hace reconocible para lectores futuros, pues la escritora murciana ha conseguido la autonomía narrativa de sus propios mundos
Por: Manuel García
Frente a la frivolidad con la que en esta última década ha sido tratado un género como la novela desde el punto de vista mediático y empresarial, nos encontramos con Cada noche, cada noche, donde la escritora murciana nos muestra la otra cara de la modernidad y sus virtudes creativas, aquella que profundiza en la seductiva y temible literatura de las patologías mentales, en ese crisol de ilusiones, perplejidades y alucinaciones que también nos definen como seres humanos. Lo irracional y el sentimentalismo actúan como condicionantes de una realidad comprometida con la subjetivización de la propia existencia y de sus entornos, cada vez más difusos en estos tiempos de inestabilidad social y política.
Cada noche, cada noche es un tributo a Nabokov, a esa fábula inquietante y maligna de Lolita, que la escritora traslada a dos niveles narrativos, pues dos mujeres intentan redescubrir su vida a partir de la revisión de la novela del autor ruso. Una madre y una hija se conocen en un mismo discurso narrativo gracias al hallazgo de unos diarios. El embaucador Pigmalión, Humbert Humbert, interviene en sus vidas como trasunto biográfico de un personaje literario que ejerce una poderosa influencia en la conducta de estas mujeres en diferentes tiempos de su vida, recreándose esa dicotomía esencial en la narrativa de Nabokov: la inocencia voluntaria frente a la dominación como tendencia adictiva y castigadora.
Son varios los aspectos temáticos y formales que nos permiten atribuir a esta novela una consolidación de López Mondéjar como creadora reconocible ahora y en lo sucesivo, puesto que su escritura obedece a una curtida manera de comprender el mundo que va más allá de lo lúdico, de la mera descripción de las pericias de unos personajes.
a) Al igual que en sus novelas y relatos anteriores, López Mondéjar considera el texto narrativo como un pre-texto de motivaciones más profundas, relacionadas siempre con la naturaleza turbia de los sentimientos en la que conviven tantos seres humanos. El psicoanálisis tiene su mejor versión en estas páginas, pues la teoría se ha tornado, como en el mejor Hitchcock, en una forma de hacer literatura.
b) En Cada noche, cada noche, la escritora vuelve a explorar los límites de la novela, puesto que nos encontramos con una inmersión en el ensayo psicológico para explicar la conducta de los personajes, la rémora de sus relaciones, sus obsesivas recreaciones en el dolor, en el celibato, en la ingenuidad o, por el contrario, en un celo de venganza contra el manipulador Humbert.
c) La novela no renuncia a un esquema de novela corta, a una fragmentada visión del pasado como una intensa manera de estar en el mundo. Esa intensidad convierte a este relato en una recreación lírica de algunos momentos de la Lolita de Nabokov. Desde hace años, esta estructura es inherente a la escritura de López Mondéjar; paisajes pictóricos, el descubrimiento de la sexualidad, la caducidad del propio cuerpo, la no diferenciación entre literatura y realidad, por ejemplo, construyen esa clase de poesía visual que reflejan algunas páginas de los diarios de la madre de Dolores Schiller.
d) La escritora no acata el costumbrismo o el realismo urbano de nuestros entornos; siempre hay en sus novelas una necesidad de escapar a lugares cosmopolitas donde parece que sus historias se acomodan mejor a su intrigante desarrollo. Aquí da un paso más. La épica de la autora suele ser eminentemente metaliteraria en sus planteamientos, pero Cada noche, cada noche es una novela americana en su construcción y desarrollo. El manuscrito es también su geografía. Ese planteamiento es arriesgado, pero también es un acierto, porque la novela, inspirada en dos visiones de Lolita, necesita un formato genuinamente norteamericano, propio de una Dorothy Parker o de un Michael Cunningham, para aportar todo el verismo posible a este juego de espejos en que ha convertido ficción y realidad dentro de un pensamiento literario propio. Como si Lola, a la que tanto aprecio, quisiera que atravesáramos el espejo de una vez por todas.
Cada noche, cada noche es un punto de inflexión en la trayectoria de esta autora; ratifica que la obra de López Mondéjar ya tiene una proyección propia, sin influencias visibles, una temática específica, unos conflictos, unos vicios irrenunciables, unas obsesiones, una belleza, una pasión culpable.
Y las palabras siempre se imponen a la carne, Lola. Es cierto.