Recuerdo aún los felices tiempos de 1992 y, en particular, el tiempo que pasé en la académica ciudad de Bolonia, tras haber defendido mi tesis doctoral en Madrid. Aproveché que uno de los miembros del tribunal había sido Gualtiero Calboli, catedrático de latín en la propia universidad de Bolonia, para llevar a cabo una estancia de estudios que me tomé como algo parecido a una luna de miel académica, para comenzar con buen pie mis primeros días como doctor en humanidades clásicas. En Bolonia trabajé sobre un tema delicioso, el vestido de las amadas según lo reflejan los poetas elegíacos latinos, y me moví entre el Departamento de Filología clásica y medieval y el Departamento de Semiótica o, más bien, el llamado DAMS (Departamento de Artes, Música y Espectáculos), donde todavía estaba Umberto Eco. Habitaba en un colegio de ilustre nombre, I Poeti, muy cercano al famoso Colegio de España (en la fotografía) y disfrutaba con cada cosa que hacía, desde el desayuno en un cafè hasta mis mañanas de estudio, o los interminables paseos recorriendo los bellos soportales urbanos. Mi compañero de habitación era un estudiante de Ciencias de la Comunicación, venía de Tarento (él decía "Táranto"), y sabía mucho de latín y de literatura latina. De hecho, un día me habló del Culex virgiliano a propósito de los mosquitos veraniegos, y solíamos elogiar a cierta compañera del colegio utilizando siempre el latín. Debemos dar las gracias al absoluto desconocimiento que de esta sabia lengua tenía el novio de la muchacha a que ahora ambos sigamos vivos. Durante aquellos tiempos luminosos ocurrió algo curioso. Mi compañero me comentó que se había desatado una agria polémica en la prensa italiana debido a un pequeño librito. Se trataba de la carta que Epicuro dedica a la felicidad, un texto mínimo que, como es natural, en Italia se había publicado en versión bilingüe, griega e italiana. Se podía encontrar en la colección Mille Lire, y no era más que un cuadernillo. ¿Por qué esta carta de Epicuro había levantado semejante polémica? No era tanto Epicuro como quien había redactado la introducción al texto quien había encendido las iras de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica. La verdad es que, desde los tiempos de Giordano Bruno, estas cosas vienen pasando, salvo que antes se quemaba al hereje y ahora el hereje se llena los bolsillos de dinero. La maniobra estaba servida: yo escribo un elogio a la felicidad aderezado de todos los tópicos contra la Iglesia, espero a que la Iglesia monte en cólera y ya tengo la publicidad gratuita. Así fue, y Epicuro se convirtió en un best seller durante el año de 1992. No obstante, este hecho hizo que ya para siempre Epicuro quedara unido a mi recuerdo juvenil de Bolonia. La felicidad es un concepto complejo. Para la lengua latina, el término nace del mundo del campo, donde "feliz" es lo que crece (como "feliz" es el cachorro que mama, de ahí el verbo felare), así como el otro término latino para feliz, laetus, tiene que ver con los campos abonados y prósperos. Esta fue la idea que retomaron los latinistas de la Ilustración cuando tornaron la felicidad en "pública". "Felicidad pública" no era otra cosa que abundancia y ventajas para el común, en un intento secular de llevar al mundo terrenal lo que durante mucho tiempo había sido sólo privativo de la otra vida. FRANCISCO GARCÍA JURADO
Recuerdo aún los felices tiempos de 1992 y, en particular, el tiempo que pasé en la académica ciudad de Bolonia, tras haber defendido mi tesis doctoral en Madrid. Aproveché que uno de los miembros del tribunal había sido Gualtiero Calboli, catedrático de latín en la propia universidad de Bolonia, para llevar a cabo una estancia de estudios que me tomé como algo parecido a una luna de miel académica, para comenzar con buen pie mis primeros días como doctor en humanidades clásicas. En Bolonia trabajé sobre un tema delicioso, el vestido de las amadas según lo reflejan los poetas elegíacos latinos, y me moví entre el Departamento de Filología clásica y medieval y el Departamento de Semiótica o, más bien, el llamado DAMS (Departamento de Artes, Música y Espectáculos), donde todavía estaba Umberto Eco. Habitaba en un colegio de ilustre nombre, I Poeti, muy cercano al famoso Colegio de España (en la fotografía) y disfrutaba con cada cosa que hacía, desde el desayuno en un cafè hasta mis mañanas de estudio, o los interminables paseos recorriendo los bellos soportales urbanos. Mi compañero de habitación era un estudiante de Ciencias de la Comunicación, venía de Tarento (él decía "Táranto"), y sabía mucho de latín y de literatura latina. De hecho, un día me habló del Culex virgiliano a propósito de los mosquitos veraniegos, y solíamos elogiar a cierta compañera del colegio utilizando siempre el latín. Debemos dar las gracias al absoluto desconocimiento que de esta sabia lengua tenía el novio de la muchacha a que ahora ambos sigamos vivos. Durante aquellos tiempos luminosos ocurrió algo curioso. Mi compañero me comentó que se había desatado una agria polémica en la prensa italiana debido a un pequeño librito. Se trataba de la carta que Epicuro dedica a la felicidad, un texto mínimo que, como es natural, en Italia se había publicado en versión bilingüe, griega e italiana. Se podía encontrar en la colección Mille Lire, y no era más que un cuadernillo. ¿Por qué esta carta de Epicuro había levantado semejante polémica? No era tanto Epicuro como quien había redactado la introducción al texto quien había encendido las iras de los sectores más conservadores de la Iglesia Católica. La verdad es que, desde los tiempos de Giordano Bruno, estas cosas vienen pasando, salvo que antes se quemaba al hereje y ahora el hereje se llena los bolsillos de dinero. La maniobra estaba servida: yo escribo un elogio a la felicidad aderezado de todos los tópicos contra la Iglesia, espero a que la Iglesia monte en cólera y ya tengo la publicidad gratuita. Así fue, y Epicuro se convirtió en un best seller durante el año de 1992. No obstante, este hecho hizo que ya para siempre Epicuro quedara unido a mi recuerdo juvenil de Bolonia. La felicidad es un concepto complejo. Para la lengua latina, el término nace del mundo del campo, donde "feliz" es lo que crece (como "feliz" es el cachorro que mama, de ahí el verbo felare), así como el otro término latino para feliz, laetus, tiene que ver con los campos abonados y prósperos. Esta fue la idea que retomaron los latinistas de la Ilustración cuando tornaron la felicidad en "pública". "Felicidad pública" no era otra cosa que abundancia y ventajas para el común, en un intento secular de llevar al mundo terrenal lo que durante mucho tiempo había sido sólo privativo de la otra vida. FRANCISCO GARCÍA JURADO