La muerte de Hipatia en Ágora no sólo me ha hecho llorar, esta tarde, por su injusticia, su crueldad, su estupidez. Su asesinato anunció el fin de una época y de una élite intelectual cuyo afán de saber no se sometía a la creencia sino a la razón (ved http://es.wikipedia.org/wiki/Hipatia)
Quien reza elige libremente –y está en su derecho - dejar de pensar, en sentido estricto, pues razón y fe entrarán, necesariamente, en irresoluble contradicción. El dogma implica obediencia; la ciencia, espíritu crítico. Una mente científica piensa per se, sin aditivos, sin colorantes ni conservantes. Piensa al vacío.
La muerte de Hipatia es, también, la obediencia a lo escrito en una epístola por un hombre en olor de santidad diciéndole a las mujeres que callen. Que se arrodillen ante él, ante todos ellos. Que su destino es un hombre, su razón de ser el hogar, y su cuerpo un templo que ha de ocultarse bajo el ropaje de la modestia.
Amo a Hipatia porque fue una mujer excepcional y uno de los muchos mártires de la Iglesia (a causa de la Iglesia, quiero decir). Un@ de tantos hombres y mujeres de ciencia que ardieron en una pira acusados de herejía o brujería, que tuvieron que exiliarse, o fueron humillados y silenciados por oponerse, por pensar diferente y atreverse a saber.Eppur si muove, Santidad. Eppur si muove.