Incertidumbre. En estos días de desconcierto, la ausencia de referentes políticos y sociales se hace más evidente. Cuando el Gobierno se escabulle detrás de las togas y de los uniformes de la Guardia Civil o de la policía; cuando más Rajoy es el presidente del Gobierno, más necesitamos de políticos capaces de gestionar con inteligencia las demandas sociales.
Evidencia. Una importante parte de la ciudadanía catalana quiere votar para decidir si continúa formando parte del Estado español o si se constituye en Estado independiente. Esta demanda, que no es una novedad, tomó impulso cuando el PP dejó de necesitar hablar catalán en la intimidad, emprendió una campaña de desprestigio de la lengua catalana y fomentó un boicot a los productos catalanes. Al grito de “España se rompe”, recogieron firmas y presentaron un recurso de inconstitucionalidad a un Estatut que había sido aprobado por el Parlamento español, ratificado por el Parlament catalán y refrendado por los catalanes en las urnas con un apoyo superior al 73% de los votos emitidos.
Rechazo. Particularmente siento tanta antipatía por el nacionalismo catalán como por el español porque todo nacionalismo se alimenta del agravio comparativo, es conservador y susceptible de fanatización. Sucede que en estos temas identitarios el griterío sustituya a las voces y la pasión al análisis. Suprimido el razonamiento, queda el instinto. Lo que sucede en Cataluña y en España nos llega a través del filtro de una prensa tramposa que trata de moldear nuestra percepción. Cuando disminuye el rigor, solo es aceptable una dosis de escepticismo. Somos testigos de un apagón informativo por sobredosis y manipulación permanente. Acertaba Jean-Marie Domenach cuando en su libro La propaganda política determinaba las reglas de la manipulación:
Simplificación y el enemigo único. Catalán; antiespañol y separatista. Español; unionista, represor y fascista. Para unos, Cataluña es un problema, para otros España es el origen de todos sus males. No hay posibles ambigüedades. El enemigo es único: España o Cataluña.
Exageración y desfiguración. Toda información que pueda favorecer a los intereses propios se exagera para señalar al contrario.
Orquestación. Convertir los medios en órganos de propaganda para que repitan los conceptos claves de manera incesante. «Se recordarán las ideas más simples cuando sean repetidas centenares de veces». Escuchen las radios, soporten los debates televisivos, si tienen estómago, y lean la prensa. No será complicado encontrar esas ideas fuerza machaconamente repetidas. No son necesarios los argumentos; catalanistas y españolistas los sustituyen por eslóganes y sentimentalismos. Unos lo reducen todo a la legalidad, otros de legitimidad
Transfusión. La propaganda eficaz no surge de la nada y «opera siempre sobre un sustrato preexistente, se trate de una mitología nacional, o de un simple complejo de odios y de prejuicios».
Unanimidad y contagio. «Crear la impresión de unanimidad y virilizarla como un medio de entusiasmo». Resulta evidente que las opiniones no subsisten si no hay una presión mediática y social que las avale y contagie. Se trata, convencer a los convencidos y atraer a los tibios, indiferentes o equidistantes.
Considero inadmisible que el Gobierno delegue este asunto en el Fiscal General, que además ha sido recusado por la mayoría en el Congreso. Desconfío tanto del Gobierno como del Govern. Como no entiendo que votar sea un peligro democrático y desdeño las urnas sin garantías, en vez de escuchar tantas voces sobre el «procés», prefiero atender a Las voces del Panamo y, en todo caso, volver sobre los salarios de miseria, la corrupción del PP, sus políticas de desigualdad, el olvido inhumano del Gobierno sobre los refugiados o el futuro de las pensiones.
Es lunes, escucho a Jason Marsalis Vibes Quartet (Jason Marsalis, Austin Johnson, Will Goble y David Potter