Antes que nada ya te digo que hoy puedes llamarme blandito, comodón, equidistante o lo que te de la santa gana, a estas horas poco importa ya y encima está de moda. Importa poco porque al final al que le mata una bomba le da igual de donde venga. El resultado es el mismo, muerte, destrucción y dolor allá donde alcanza la vista. No creo que exista una gran diferencia entre si el artefacto te lo ha tirado tu bando o el adversario, poco soluciona haber muerto por “fuego amigo” (menuda contradicción). Al final todo se resume en dolor, polvo y desastre.
Igual será que no entiendo de esto porque la verdad es que todo lo que tenga que ver con tiros, muertos, ausencia de diálogo y barbaridad me repele enormemente, intento evitarlo como sea porque soy de esos ilusos que creen que este mundo está enfermo pero todavía se puede recuperar y que el camino de las armas, después de tantos milenios de darnos garrotazos no es la medicina. Soy de los que cree que la única utilidad de la pólvora debieran ser los fuegos artificiales y que debiéramos disparar una grandiosa mascletá con todo el explosivo que sobraría estos días en Oriente próximo.
Hoy te cuento todo este rollo porque de verdad parece que no aprendamos y sigamos empeñados en nuestra propia autodestrucción llevamos milenios dándonos de pedradas y está visto que ni las pandemias nos sirven como argumento para detenernos. Creamos una vez organismos internacionales que nos podían venir al pelo ahora para intentar mediar y parar la sangría pero nada, aquí seguimos, en pleno SXXI viendo como nuestras naciones se ponen en corrillos interesados, como en una pelea de patio de colegio, a jalear y azuzar a unos u otros.
Parece mentira que todavía no hayamos aprendido después de tanta sangre derramada, que no existe motivo alguno que justifique la muerte y la destrucción, el dolor y las imágenes que nos sacuden la poca empatía que parece que nos quede. Ya se que unos me vais a decir que es una lucha desigual y desproporcionada, ya lo se y seguramente tendréis razón. Otros me diréis que están bombardeando inocentes, por supuesto, seguramente también la tendréis. En ambos casos diré que un buen argumentario, bien vendido, puede convencer a cualquiera y más todavía si el que argumenta se queda para sí las partes que no interesan como que el enemigo acérrimo puede serlo o no según los intereses del momento. Pero lo que tampoco podréis negar es que Gandhi tenía razón cuando dijo aquello de “ojo por ojo y el mundo acabará ciego”. En algún momento habremos de empezar a hablar, antes de que no quede nadie vivo a quien enviar a morir o matar por una causa bien vendida, y a este paso esto no tardará demasiado en acontecer.
¿Qué quieres que te diga? Seguiré esperando sentado que la ONU, la UE o cualquiera de las siglas que hoy veo vacías se levante de su letargo y siente en la misma mesa a los que llevan ya más de una semana matándose de la forma más cruel y proporcionándonos imágenes que no hacen más que retroalimentar el y demostrarnos que las guerras las montan los poderosos pero no son precisamente ellos los que mueren en ellas. Nada, cosas de iluso que un día creyó que las instituciones internacionales podrían servir para frenar esa querencia que tenemos en autodestruirnos continuamente.