Todo es ya una burda mentira -había repetido Juan una y mil veces-.Los días de esperanza habían concluido y por fin decidió que era absurdo continuar engañándose. Hacía tiempo del abandono de Susana y sus hijos ni se preguntaban dónde estaría aquel padre fugitivo. Ya no le quedaba fuelle para seguir buscando excusas. Tampoco sabía que pasos -que no eran los suyos- le habían encaramado en aquella escuálida barandilla que apenas acogía sus pies del cuarenta y cinco.
Un hombre con suerte, le habían dicho en tantas ocasiones y -tonto de él- se lo había creído. Después de meses de vagar ausente, ahora se preguntaba cómo había acabado allí, abandonado, desahuciado de sí mismo y con escasos visos de querer aferrarse a la vida de nuevo. La noche era fría. Solo era consciente de su soledad y de ese frío traidor que empezaba a colarse entre cada pellejo de su agujereado jersey.Fue entonces cuando la vio, iba tambaleándose de un lado a otro. ¡Qué pena! -Pensó- Intuyendo una calamidad parecida a la suya. Un estremecimiento le recorrió cuando se volvió la muchacha y pudo verla mejor. Apenas debía tener dieciséis años y estaba embarazada. Sin pensárselo dos veces saltó de su atalaya -la misma que minutos antes iba a servirle de trampolín a la muerte- y corrió a atender a la chica cuando esta estaba a punto de caer. En pocos minutos un nuevo ser les llenó de calor. Sonrió, y con lágrimas en los ojos, volvió a recordar porque la vida merecía la pena.
©Samarcanda Cuentos-Ángeles