Conducido de forma extraordinaria por el enorme Eusebio, el Benfica de finales de la década del ’50 y principios de la del ’60 dirigido por el mítico entrenador húngaro Bela Guttman dio a conocer el fútbol portugués en todo el mundo y se constituyó en uno de los equipos europeos más recordados de toda la historia.
Constituido en base a una perfecta fusión de futbolistas lusos y mozambiqueños, aquel equipo impuso un dominio incontestable y de larga duración en su país y luego conquistó el viejo continente obteniendo dos Copas de Europa de forma consecutiva, imponiendo respeto ante todos y desarrollando un fútbol descontracturado, brillante y eficaz.
Si bien fue Eusebio quien centro absolutamente todas las miradas, el principal gestor de aquel legendario conjunto fue Guttman, quien llegó a Portugal en 1958 y tras dirigir con éxito al Porto durante una temporada recaló con mucho de polémica al Benfica, al que llegó gracias a que los dirigentes del club del Aguila decidieron arrebatarle el entrenador a su eterno rival en pos de impedir que los logros sigan llegando del lado ajeno.
Pionero del sistema 4-2-4 que con el que sorprendió al mundo dirigiendo al MTK Budapest y que posteriormente fue adoptado por Gusztáv Sebes para hacer de la selección de los “Magicos Magyares” un equipo absolutamente extraordinario, Guttman sentó las bases de aquel Benfica prescindiendo de hasta veinte futbolistas e iniciando su proyecto al frente del club incorporando a muchos otros de origen africano -mozambiqueños en su mayoría-, a quienes muy pronto les implanto sus ideas.
Uno de aquellos tantos era Eusebio Da Silva, a quien Guttman fichó en 1960 a cambio de 350.000 escudos siguiendo una recomendación de su amigo y ex dirigido en Sao Paulo José Bauer, con quien según cuenta la leyenda se encontró en una peluquería de Lisboa, pero recién hizo debutar un año después.
Aun sin Eusebio, pero con futbolistas como José Augusto, Joaquim Santana, José Aguas y Mario Coluna, el Benfica se constituyó en un once confiable muy rápido y alzo la Liga portuguesa de la temporada 1959/60, la primera bajo la tutela del gran Bela.
El mencionado logro no solo marcó el inicio de una época dorada, sino que además posibilito la participación del equipo en la Copa de Europa del año siguiente, en la que aquel once irrumpió espectacularmente y alzó sorpresivamente el titulo derrotando 3-2 (goles de Jose Aguas, Antoni Ramallets e/c y Mario Coluna) al Barcelona de Lasislao Kubala, Luis Suárez, Soltán Czibor y Sandor Kocsis en la ciudad suiza de Berna, en la famosa y recordada “final de los palos cuadrados”, llamada así debido a los sucesivos remates que el cuadro blaugrana estrelló en los postes, que curiosamente dejaron de ser cuadrados después de aquel día.
Ejerciendo su condición de mejor equipo de Europa, el Benfica se ganó el respeto y la admiración de todo el mundo, alcanzando aun más aceptación cuando finalmente entró en escena Eusebio, quien dando una extraordinaria muestra de su tremendo potencial debutó en la final del Torneo amistoso de Paris, en 1961, en la que ante el Santos de Pele marco tres goles en pocos minutos. El cuadro brasileno ganó 6-3 con dos goles de O Rei y France Football tituló “Eusebio 3, Pelé 2″.
Aquello representó solo el inicio, ya que posteriormente la “Pantera de Mozambique” se erigió en el líder y emblema absoluto del equipo y lo condujo hacia nuevos logros locales y a la final de la Copa de Europa de la temporada 1961/62, en la que el equipo refrendó su condición de mejor club del continente obteniendo nuevamente el titulo, esta vez en Amsterdam y frente al mítico Real Madrid de Alfredo Di Stefano, Ferenc Puskas y Paco Gento -venia de ganar cinco de las ultimas seis ediciones del torneo-, en el marco de una final que el propio Eusebio se encargó de destrabar cuando estaba igualada en tres con un gol de penal y otro muy recordado de tiro libre, que hizo efectivo luego de pedirle amablemente a Colunga que lo dejara patear: “Señor Mario, déjeme lanzar este tiro de falta para que pueda marcar”, le dijo.
Dicha gesta europea marco un pequeño y a su vez gran quiebre, ya que posteriormente Guttman dejó su cargo de entrenador cuando los directivos del club se negaron a aumentarle el sueldo y a su marcha dejó una frase lapidaria: “Sin mí, este equipo nunca más ganará una final europea”.
Crease o no, aquello se cumplió, ya que si bien el equipo siguió ejerciendo un dominio absoluto en su país, obteniendo 10 Ligas y cinco copas de Portugal dirigido consecutivamente por Fernando Riera, Lajos Czeizer y Elek Schwartz, jamás pudo volver ganar nada a nivel internacional, arribando a tres finales más de Copa de Europa pero perdiendola todas; en 1963 ante el Milan, en 1965 frente el Inter y en 1968 contra el Manchester United, quedando para mucho más adelante las de 1988 ante el PSV y en 1990 nuevamente frente al Milan, ya conducido por Arrigo Sacchi.
Ni siquiera visitando la tumba de Guttman en Viena el Benfica pudo torcer la maldición, la cual no solo impidió que aquel mítico combinado lograra más títulos y engrandeciera aun más su leyenda, sino que además perdura hasta nuestras días.