Cuando mi padre murió, yo tenía cuatro años y mi hermano sólo dos. Tuvo problemas de corazón. Le tuvieron que operar y en la operación se contagió con una hepatitis que sería la que se lo llevaría finalmente. Por eso siempre odié profundamente el 19 de marzo, el "Día del Padre". Cada año, desde 1º de EGB, era el mismo ritual: el dibujito o la manualidad para papá. Pero yo lo hacía para mamá. Y ello me obligaba cada año a responder sobre los detalles de su muerte al "profe" de turno y a mis compañeros. Siempre era la misma cantinela: caras de sorpresa y preguntas de pena. Todo aquello me hacía sentirme un "bicho raro" por no tener padre. Pero su muerte ya formaba parte de mi vida.
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Mi madre tuvo una enorme virtud. Quiso que esa muerte no hipotecase nuestras vidas. Quedarte viuda con treinta y pocos años, y con dos enanos tan pequeños, sin duda, no fue fácil. Pero ella se propuso no llevar luto, sino colores alegres. No dejó de viajar con nosotros, de reír y de abrirnos todas las puertas que pudo y supo. Y gracias a ella, la muerte estuvo ahí, pero no condicionó nuestras vidas.Ella murió también, hace ahora ocho años. Se la llevó un cóctel de enfermedades. La fibrosis pulmonar idiopática poquito a poco. Pero luego el cáncer también. Y quién sabe si los efectos secundarios de tantísimas pastillas que tomó durante aquellos largos años en que se fue apagando. Años en que lloré muchas veces, pero que me prepararon para lo que vino cuando ella se fue. Años en que tuvimos que convivir con su enfermedad, y luego con su muerte, sin que lastrase la alegría de vivir de nuestros hijos, sus nietos.
Mis abuelos también se fueron hace mucho. Alguno por una gripe estacional, de esas que dicen que ha desaparecido ahora. En el entierro de mi abuelo paterno descubrí que algo tenía que trabajarme por dentro. No fue normal cómo lloré. Mis primos estaban sorprendidos. Las cicatrices por las ausencias a veces tienen eso.
Si en cada telediario, en cada periódico, o en cada emisora de radio hubieran retransmitido cada minuto de las enfermedades de mis padres, o cuando se marcharon, o los momentos de íntima pena que viví después, hubiera parecido que la vida era sólo eso: enfermedad, dolor, pena y ausencia. Y sería igual si preguntamos a amigos nuestros que trabajan día a día en Urgencias y han tenido que presenciar muertes de Covid cargadas de pena y soledad durante todos estos meses. Pero los que nos leéis desde hace años ya sabéis que, al menos en esta familia, no es así. Hemos decidido que ni la muerte ni la enfermedad nos van a supeditar, por mucho que hayan pasado por nuestras vidas a través de los seres que las padecieron. Sin embargo con esta pandemia se está haciendo precisamente todo lo contrario. La enfermedad está eclipsando nuestras vidas. Se está dejando de vivir para no enfermar. El miedo está atenazando a la Humanidad. Sólo existe Covid.
Somos afirmacionistas. Profundamente afirmacionistas:
-Afirmamos que nunca jamás debe dejarse de vivir porque haya personas que enfermen o mueran.
-Afirmamos que no debe dejarse en la estacada, como está sucediendo, a personas con enfermedades "de toda la vida", en una intolerable discriminación entre enfermedades "de primera y de segunda", como han alertado esta semana con los diagnósticos del cáncer de mama, colon y cervix (ver estadísticas del INE más reciente donde las enfermedades del sistema circulatorio siguen siendo la primera causa de muerte, con el 23% del total, y sin embargo, parecen no existir)
-Afirmamos que es completamente innecesario que, con unas tasas de mortalidad del 1% por Covid, se esté impulsando una vacunación masiva de toda la Humanidad, y a contrarreloj, cuando el nuevo sistema de ARN mensajero está a años de estar testado y ser seguro a largo plazo. ¿De verdad es necesario y tiene sentido poner en riesgo, por pura precipitación, al 99% restante de la población que, o va a estar inmunizada tras pasar la enfermedad o apenas tiene o tendrá síntomas? ¿Se nos ha olvidado cuando de pequeños alguien se contagiaba de sarampión o la varicela, y lo ponían junto a primos, vecinos o hermanos para que lo cogieran y se inmunizaran?
-Afirmamos que la crispación, el miedo y la histeria que todos estamos presenciando en familiares y amigos, como síntomas del deterioro mental colectivo que se está causando, vienen impulsados por las radicales medidas de aislamiento social, y por un respaldo mediático como nunca ha existido en la historia a una enfermedad concreta. Y que ese deterioro mental y el económico causados por decisiones inapropiadas, repetitivas y encadenadas de país en país, es mucho más grave que la enfermedad que teóricamente se quiere combatir. ¿Cómo se nos puede olvidar que nuestros abuelos y bisabuelos vivieron, se casaron, rieron y "tiraron para adelante" en medio de guerras, miserias y todo tipo de calamidades?
-Afirmamos que el principal aprendizaje de esta pandemia es que la vida, aunque haya muerte y enfermedad, debe ser vivida con intensidad. El miedo y la reclusión anulan el sentido de la vida que muchos dicen tratar de preservar.He experimentado la muerte y la enfermedad en mi familia desde mi más tierna infancia. Y afirmo con rotundidad, que ni pueden ni deben lastrarnos como lo están haciendo en estos momentos. Al menos así está sucediendo con buena parte de la Humanidad, en este mundo actual, que parece haberse vuelto loco. Impulsemos un poco de cordura. De nosotros depende dejarnos arrastrar o no. Apliquemos un poco de sentido común, que parece ser poco común en estos tiempos que corren.