A veces nos olvidamos que nuestro principal propósito en la vida es agradar a Dios, y se nos olvida porque en momento determinado cambiamos ese propósito y ponemos como prioritario tratar de agradar al ojo humano.
¿Agradar al ojo humano?, ¡Es facilísimo!, tú puedes de hacer todo para quedar bien con el hombre, puedes comportarte delante de sus ojos a la altura de un “siervo de Dios”, puedes decir cosas lindas, actuar decentemente, mostrar un interés por lo espiritual, pero todo esto no significa realmente que sea verdadero.
Cuando perdemos el propósito de ser lo que Dios quiere que seamos y comenzamos a ser lo que los demás quieren que seamos, entonces allí es el principio de una catástrofe espiritual.
Por un momento sé sincero contigo mismo y contestaste la siguiente pregunta:
¿Eres quien realmente Dios quiere que seas?
Personalmente seré sincero en decir que en ocasiones no soy el siervo que Dios quiere que sea, en momento determinado he hecho o dicho cosas para agradar al ojo humano olvidándome de agradar primero a Dios.
A veces no he sido el hijo suyo que Dios quiere que sea, a veces no he sido el amigo que Dios quiere que sea, no he sido el hermano que Dios quiere que sea, no he sido la persona humilde que Dios ha querido que sea y así mismo podría citar muchas de las cosas que estoy seguro que Dios ha querido que yo hiciera, pero que yo he decido hacer lo contrario.
Lo bueno de tener a Dios como Padre es que siempre hay una nueva oportunidad para comenzar a hacer lo que Él desde un principio quiso que hiciéramos.
Quizá los últimos tiempos no has estado siendo la persona que Dios quiere que seas, quizá sin darte cuenta te olvidaste del primer propósito en tu vida que es la de agradar a Dios en todo. Quizá te has engañado a ti mismo pensando que todo está bien cuando la realidad es otra y todo lo espiritual va en picada en tu vida.
Hoy Dios necesita de ti la mayor sinceridad posible, Él no quiere que muestres esa cara que bien sabes fingir delante de los demás, porque Él conoce tu interior. A Dios no lo tienes que impresionar, porque Él sabe lo más intimo de ti, por esa razón hay una sola cosa que Dios quiere de ti este día para comenzar en tu vida una restauración completa, esto es: SINCERIDAD y HUMILDAD.
A veces pensamos que podemos impresionar a Dios con nuestra gran “santidad” cuando la realidad es que Dios conoce nuestras intenciones del corazón. Delante de Él simplemente estamos descubiertos, no hay nada que podamos hacer para hacerle creer que somos mejores, no hay palabra que lo impresione, porque lo único que considero que de verdad puede impresionarlo de mi es mi sinceridad y humildad de corazón al reconocer mi verdadero estado espiritual.
Para aquellas personas que están a cargo de Ministerios o grupos de personas, que a pesar de sentirse sin fuerzas muchas veces muestras una cara de guerrero perfecto, hoy quiero decirte que Dios conoce tu verdadero estado, que delante de Él no tienes porque fingir o simular lo contrario a lo que sientes, ve delante de Dios y sé ese siervo sincero y humilde que reconoce cuando ha fallado, cuando va caminando mal o cuando no está siendo lo que Dios quiere que sea.
Hoy es un día de restauración para cada vida de los que Dios toque a través de estás palabras escritas, el único requisito es tener la suficiente humildad y tener la sinceridad necesaria para reconocer que no has estado siendo la persona que Dios quiere que seas, ¡Hoy puedes comenzar a ser esa persona!, ¿Cómo?, Sincerándote y humillándote delante de Dios, reconociendo que delante de Él no hay nada que ocultar. Si lo quieres hacer te invito que allí donde estás, con tus propias palabras, con esas que salgan de lo profundo de tu corazón puedas hablar con Dios, reconocer tus errores y hacer un nuevo pacto de sinceridad y humildad con Él, hoy puedes comenzar a ser esa persona que Dios quiere que seas.
¡No hay porque seguir fingiendo! ¡Seamos sinceros y humildes y Dios nos levantará!“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”Santiago 4:6 (Reina-Valera 1960)
Autor: Enrique Monterroza
Escrito originalmente para destello de su gloria