Hace años, un señor muy creyente pedía a Dios una luz que le iluminara el camino a seguir. Un día, paseando por el bosque vio a un cervatillo tumbado en el suelo, herido con una pierna medio rota. Se quedó mirándolo detrás de un árbol y de pronto apareció un puma. El hombre se quedó helado. Imaginó al puma comiéndose al cervatillo de un bocado, y después, no satisfecho, comiéndoselo a él mismo.
El puma se acercó al cervatillo, pero en vez de comérselo, comenzó a lamerle las heridas. Acercó algunas hojas y ramas húmedas para darle de beber y de comer.
El hombre, sorprendido, volvió a su casa. Cuando al día siguiente regresó al bosque, encontró al cervatillo aún tumbado y al puma junto a él, cuidándolo. El hombre se dijo: esta es la señal clara que yo estoy buscando. "Dios se ocupa de proveerte de lo que necesitas para vivir, y por tanto lo que hay que evitar es ser ansioso y desesperarse corriendo detrás de las cosas". Así que volvió a su casa y se quedó esperando para que alguien le trajera de comer y de beber.
Pasaron horas, días... una semana. Pero nadie le daba nada. Ponía cara de cervatillo herido, pero nadie le ayudaba. A los ocho días, un anciano se paró junto a él, y el hombre le dijo:
- Dios me engañó. Me envió una señal equivocada. ¿Por qué lo hizo? - Y le contó lo que había visto en el bosque.
El sabio le respondió:
- Dios no manda señales en vano. ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y bravo para luchar, comparándote con un cervatillo? Tu misión es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus medios.
Y es que cuando diseñamos nuestra vida, no debemos pensar tanto en cómo nos tratan los demás, sino en cómo vamos a utilizar nuestras cualidades y capacidades para ayudar a los que nos rodean. Para hacerles la vida mejor.