No sabes si es que tienes algún gen defectuoso o alguna neurona distorsionada, el caso es que desde que estás en este mundo te gustan los gatos en demasía, y cuando aquí dices en demasía lo que realmente quieres decir es que cada vez que ves un gato sales detrás de él cual ALF, pero no para comértelo, sino desesperada por agarrarlo, acariciarlo, tocarlo o lo que el gato se deje.Hete aquí que un bonito domingo de
primavera tu Querídisimo, tu coche y tú partís al embalse de Pinilla, en las afueras de Madrid. Vais caminando cerca de sus mansas aguas, disfrutando de las sierras nevadas del fondo y del olor a naturaleza cuando ves que un gato viene de frente. Tu Queridísimo, que te conoce mejor que nadie, te sugiere que no vayas hacia el gato si no quieres que el minino huya de ti como suelen huir el 99,99 % de gatos que se cruzan en tu camino. Y no se equivoca, pues al ignorarlo el gato solo se te acerca, se restriega en tus piernas, tú te agachas, él se pone panza arriba, tú te tiras en la hierba, el gato se te sube, tú lo acaricias, él te amasa, tú te ríes, él ronronea y es amor perdido y encontrado a primera vista. El gato está muy flaco, sucio y tiene varias heridas. Lo primero que piensas es que es un gato doméstico al que han abandonado, no crees que un gato salvaje pueda ser tan cariñoso. Le dices a tu Queridísimo que te llevas el gato a casa. Al día siguiente lo llevarás al veterinario, si tiene chip lo devolverás a quien lo haya perdido, y si no tiene chip el gato será tuyo. Tu Queridísimo sabe que diga lo que diga tiene la batalla perdida, así que acepta, y lo hace de buena gana porque el gato le parece tan simpático y amoroso como a ti. El coche está aparcado a medio kilómetro y lo curioso es que no tienes que llevarlo en brazos pues el gato te sigue como si fuera un perro. Abres la puerta trasera, te sientas, tu Queridísimo te pone el gato encima, se sube y arranca el coche. A ver Letzy querida del amor hermoso: ¿Pensaste que el gatito iba a ir tan tranquilito en tu regazo los 85 km que hay hasta Madrid? ¿Pensaste que el gatito iba a ir ronroneando de felicidad por haber encontrado a una dueña tan maravillosa como tú? ¿Pensaste que el gatito iba a ir durmiendo mientras tú le acariciabas la pancita? En el momento en el que el coche se pone en marcha, el gatito se pone loco. Valiéndote de tus amplios conocimientos en psicología gatuna evalúas posibilidades:
Opción a): estará nervioso porque el coche le recuerda al trauma de cuando lo abandonaron.
Opción b): estará nervioso porque es la primera vez que se sube a un coche.
Opción c): estará nervioso porque el coche lo marea como te sucede a ti y no se tomó la Biodramina.En concreto sacas que el gato está nervioso, y el problema radica en que sus nervios lo llevan a subirse a la cabeza de tu Queridísimo. Lo de llevar un gato en la cabeza mientras se conduce no es aconsejable, además de un poco molesto, esto para empezar; y para seguir a ver cómo le explicas a la policía que lo que tu Queridísimo lleva sobre su cabeza es un gato nervioso que te acabas de encontrar abandonado en un embalse y te quieres llevar a casa. «¿Cuántos puntos te sacarán por conducir con un gato en la cabeza?», te preguntas. «Lo miraré en la DGT cuando llegue a casa», te respondes. Tu Queridísimo frena, apaga el coche, consigues sacarle el gato de la cabeza, el animal se calma, se tumba sobre la guantera/el salpicadero, arranca otra vez y al poco el gato vuelve a su cabeza. Con todo tu dolor, porque ya te habías acostumbrado a tener mascota, decides devolverlo al embalse; tus estudios en psicología gatuna te dicen que el gato está actuando así porque no quiere vivir contigo, y tú no lo vas a obligar. «Si lo amas déjalo libre», recuerdas; «evidentemente es lo que el gato desea», te convences. De nuevo en el embalse le abres la puerta, el gato baja, te despides y te vas a dar un paseo por la zona. En el camino lloras, y no un poquito, sino a moco tendido y con verdadera congoja: te encantaba el gato, sentías que podías darle un hogar, curarle las heridas, alimentarlo; te hubiera gustado que él quisiera ir a tu casa. La infinita paciencia de tu Queridísimo y sus órganos internos de oro te consuelan que te consuelan que te consuelan durante todo el paseo.Enorme es la sorpresa cuando al volver, tres horas más tarde y con los ojos más irritados de lo que te gustaría, el gato está tumbado al lado del coche. El máster que has hecho en psicología gatuna te dice que el gato ha reflexionado a fondo y se ha dado cuenta de que tiene que dejar su miedo al compromiso de lado pues está preparado para vivir contigo. Pero una vez más motor en marcha, una vez más gatito en cabeza de tu Queridísimo. «¿Por qué no conduces tú y tu Queridísimo intenta controlar al gatito?, se estará preguntando tu amable lector/a si es que aun está aquí contigo y no se ha ido a jugar a las bochas, a la canasta o al mus, todos juegos mucho más interesantes que tu historia gatesca», piensas. Le respondes al amable lector/a que todavía no te dejó para ir a hacerse un puzzle de los de muchas piezas: porque tu carnet es argentino y aun no lo has convalidado, a ver cómo le explicas a la policía que vas conduciendo sin carnet español porque no podías controlar al gato divino que te encontraste en un embalse que solo tiene el defecto de querer ir en la cabeza de tu Queridísimo cuando conduce. Y antes de que tu perspicaz lector/a te pregunte lo que sabes que también querrá saber le respondes que no compras un transportín porque no hay ni veterinaria, ni chino, ni tienda alguna abierta donde comprarlo en esa zona un domingo a las tres de la tarde. Entonces llega la solución práctica de una mente masculina: buscar un contenedor de basura en el pueblo. Tú te quedas en coche apagado con gato; tu Queridísimo parte raudo. Por suerte no os abandona y regresa, si no lo hiciera y tuvieras que volver a Madrid sola a ver cómo le explicas a la policía que vas conduciendo sin carnet español y con un gato nervioso en la cabeza que te encontraste en un embalse y te quieres llevar a casa porque tu Queridísimo se hartó de ti y del gato y os abandonó. Y cuando regresa lo hace con una caja de verdulería, de las que son de plástico con agujeritos, y con una tabla. Así improvisa un transportín y Ernesto se convierte en tu gato, en tu compañero, en una fuente de alegría. ¿Por qué el nombre? Porque es muy pero muy importante llamarse Ernesto.
En el embalse, hace 4 años
Hoy, en casa