Aquietó la luz de la lámpara
hasta el borde de la penumbra
y vistió el aire de verano.
Sanó los gestos que no se recuerdan,
los sentó a la mesa
y al cortar el pan, la mirada del trigo
fue secreto y revelación.
Volvió al interior del espejo,
rescató su cara de la tormenta del tiempo,
guardó sus ojos en la sombra
y miró los gestos olvidados.
Ernesto Huerta, Los gestos olvidados. Libros de Tierra Firme. Buenos Aires. 1994.