Dicen hoy en El Día que las nuevas tecnologías han desplazado a los juguetes tradicionales, y que ayer, día de Reyes en el Parque García Sanabria no había escándalo de carreras y ruido de ruedas por encima de la grava. Y es verdad. El amanecer del 6 de enero de los años pretéritos era un rebumbio de petardos, balonazos, rodillas raspadas y sudor pese al frío mañanero. O de motos recién estrenadas que quemaban aceite y gasolina para arriba y para abajo hasta el aburrimiento. Luego venía el conejo en salmorejo y después de dos cachitos de turrón una partida al parchís, al Trivial o a cualquier juego de mesa.
Y la culpa de que todo esto no se dé ya, dice El Día, es de las pantallas. Y creo que miente, que la culpa no es más que nuestra: abrumados con todo lo que creemos útil, necesario, obligado… cercenamos ilusiones de la manera más simple y absurda: facilitando todo sin hacer esperar, sin medir los pesos de lo que cuestan las cosas, sin motivar esfuerzo para conseguir premios, y hasta de evitarnos “compartir” momentos de diversión en favor de nuestra propia comodidad.
Si los niños tienen todo “ya”, si no hay un proceso para llegar a la mañana de Reyes cargados de ilusión por aquello que deseábamos o nos ilusionaba da exactamente igual que los premios se llamen “patín” o “tableta”. Lo que está fallando no es el “hardware”, sino el “software” pero no de los dispositivos, sino de nosotros mismos.