Es asunto de escoger

Por Luiscastellanos @lrcastellanos

Al inicio de mi clase de las 8:00 a.m. un lunes en la Universidad de Nevada en Las Vegas (UNLV), alegremente le pregunté a mis estudiantes cómo habían pasado su fin de semana.

Un joven me dijo que su fin de semana no había sido muy bueno. Le habían extraído su muela del juicio. El joven procedió a preguntarme por qué siempre parecía tan feliz.

Su pregunta me recordó algo que había leído en algún lado antes: “Cada mañana que nos levantamos, podemos escoger cómo queremos enfrentar la vida ese día”. Le dije al joven: “Escojo estarlo”.

“Déjeme darle un ejemplo”, continué. Los otros sesenta estudiantes en la clase dejaron su tertulia y comenzaron a escuchar nuestra conversación.

“Además de enseñar aquí en la UNLV, también lo hago en la universidad comunitaria en Henderson, a unas diecisiete millas de donde vivo, por la autopista. Un día, hace algunas semanas, conduje esas diecisiete millas hasta Henderson. Salí de la autopista y me dirigí hacia la calle de la universidad.

Sólo tenía que conducir otro cuarto de milla por esa calle para llegar a la Universidad. Pero justo entonces, se me paró el auto. Intenté darle ignición de nuevo, pero el motor no arrancó. Así que puse mis luces tintineantes, tomé mis libros y me encaminé hacia la universidad”.

“Tan pronto como llegué, llamé a la Asociación de Automovilistas de los EUA (AAA) y les pedí que me enviase una grúa. La secretaria en la oficina del director me preguntó qué había pasado. Este es mi día de suerte”, contesté sonreído.

“Su auto se descompone y ¿hoy es su día de suerte?” Ella estaba sorprendida. “¿Qué quiere decir?”

“Yo vivo a diecisiete millas de aquí”, le contesté. “Mi auto pudo haberse descompuesto en cualquier lugar de la autopista. No lo hizo. En vez de eso, se descompuso en el lugar perfecto: a la salida de la autopista, a una distancia que yo pudiera caminar hasta aquí.

Todavía puedo dictar mi clase, y he podido hacer los arreglos para que la grúa me encuentre después de clases. Si mi auto debía dañarse hoy, no pudo haber pasado de mejor manera”.

Los ojos de la secretaria se abrieron por completo y luego sonrió. Le sonreí de vuelta y me dirigí hacia el salón. Así terminó mi historia a los estudiantes de mi clase de Economía en UNLV.

Observé los sesenta rostros en el salón. A pesar de lo temprano de la hora, nadie se había dormido. De alguna manera, mi historia los había tocado. O tal vez no fue la historia en absoluto. De hecho, todo había comenzado con el comentario del estudiante de que me veía alegre.

Un sabio dijo una vez: “Quienes somos habla más alto que cualquier cosa que podamos decir”. Supongo que así debe ser.