Por otro lado no podemos ocultar ciertas desventajas físicas de la lectura como el ser una actividad bastante sedentaria, que a veces quita el sueño y a uno lo vuelve (solo en ocasiones) un poco arisco en las relaciones con ciertas personas, acostumbrado como una ya está, a la silenciosa y entretenida compañía de un buen conjunto de páginas. Tema aparte es el problema visual. La miopía, que afecta a la sexta parte de la población, aumenta al 24 por ciento en el caso de los lectores y son innumerables los que dañaron su vista por nuestros adorados objetos: Aristóteles, Lutero, Samuel Pepys, Samuel Johnson, Alexander Pope, Quevedo, Wordsworth, Yeats, Unamuno, Tagore, Joyce tuvieron graves dolencias y peor es el caso de Homero, Milton o Borges que terminaron ciegos[3].
En la red he leído frases como: “leer es trabajo después del trabajo”, “leer sale carísimo”, “Stalin también leía”. Y la mejor es esta “nadie ha podido demostrar que leer hace mejor, más eficiente, más compasivo a una persona: ¿para qué leer?, ¿quién puede demostrarme que leer va a darme algo que no me dé un programa de televisión, una película de cine o la simple observación del mundo?, ¿tendremos que preocuparnos porque nadie lee o sentirnos satisfechos de pertenecer a una secta subversiva de gente que lee para que nadie pueda molestarlo durante algunas horas?, ¿no es cierto que la televisión, el cine, las canciones son literatura?”[4].
Pareciera que los libros, que siempre fueron de gran trascendencia en los cambios sociales y en las revoluciones por ser el espíritu de todo tipo de ideologías, se pueden volver perfectamente contingentes: Fidel Castro reconoce sin problemas que con las justas leyó las primeras páginas de El capital [5]. ¿Leer relaja? Habría que preguntárselo a los chicos que leyeron Werther de Goethe y terminaron suicidándose. O a los que tranquilos en sus casas, escucharon la transmisión radial de la obra de H.G. Wells, La guerra de los mundos que produjo histeria colectiva.A pesar de todos los argumentos a favor o en contra, podría decir una sola cosa: leer ficción te enseña que no eres el centro del mundo, que en realidad no debes tomarte en serio, porque no eres tan importante. Y eso, mis queridos amigos, es una lección invaluable.
[1] Bàez, Fernando. Historia Universal de la destrucción de libros: de las tablillas sumerias a la guerra de Irak. Barcelona, Destino, 2004.[2] Hildebrandt, César. “Balando una sola nota” en La República, 18 de abril de 1995.[3] Mangel, Alberto. Una historia de la lectura. Bogotá, Norma, 1996, p. 377-378.[4]http://www.ricardosilvaromero.com/htmls/noticias/lasnoticias2005.html (ya no funciona el link)[5] Zaid, Gabriel. Los demasiados libros. Barcelona, Anagrama, 1996, p. 47.