El humorista Moncho Borrajo es uno de los españoles que combaten sin banderas contra la corrupción y por la regeneración de España. A su lado estamos ya miles de ciudadanos que creemos que el mayor mal de la política actual son los partidos y sus militantes y dirigentes, muchos de los cuales carecen de sentido de servicio y se enrolan sólo para ganar poder, privilegios y mucho dinero.
Tras el espectáculo desolador de las dos últimas elecciones y tras observar el comportamiento de los políticos, somos muchos los que creemos que luchar en España contra la corrupción y por la regeneración y pertenecer a un partido político son dos cosas incompatibles. Los partidos, que no practican la democracia interna, como manda la Constitución, exigen a sus miembros, antes que nada, lealtad y promueven vicios como la opacidad, la omertá y otros criterios antidemocráticos como el de que "los trapos sucios se lavan en casa", cuando la democracia es precisamente lo contrario: transparencia y verdad, ventanas abiertas y aire limpio entrando por todas partes.
Muchos pensadores han condenado el comportamiento de los partidos políticos y otros muchos han denunciado la incompatibilidad de los partidos con la democracia. "Partido", como su nombre indica, significa "parte", cuando el Estado y la sociedad, en democracia, son un "todo".
Los partidos nacieron para elevar la voz y las demandas de los ciudadanos hasta el Estado, pero pronto traicionaron ese fin primordial y se hicieron parte del Estado, apoderándose de él y desplazando al ciudadano. La democracia quedó así prostituida y muerta y los partidos fueron sus ejecutores.
La degradación ética vigente en el interior de los partidos es de tal magnitud que si un político denunciara la corrupción de sus colegas y compañeros de filas, como es su deber, sería expulsado por traidor y su carrera política estaría muerta. Si un político denunciara la falta de democracia que representa nombrar jueces, marginar al pueblo, manejar con frivolidad e injusticia el dinero público y someterse a los partidos antes que a la ciudadanía, también sería expulsado o condenado al ostracismo dentro de su propio partido.
Unos partidos que castigan a los decentes y premian a los miserables no pueden ser sino obstáculos y enemigos de la democracia y de la decencia.
Convencidos de que todo eso es cierto y de que las únicas críticas con credibilidad son las de los que luchan por un mundo mejor sin enarbolar una bandera partidista que les limita, degrada e inhabilita, miles de ciudadanos se están convirtiendo en feroces críticos con acceso a las redes y compiten cada día con los medios de comunicación, en su mayoría corrompidos y enrolados en los partidos, para crear conciencia, defender la verdad, potenciar la verdadera democracia y acorralar a la legión de sinvergüenzas y canallas que, atrincherados en el Estado, practican el abuso, nadan en aguas corruptas y utilizan al Estado para aplastar, enriquecerse, generar injusticia y prostituir la nación.
Muchos autores y pensadores políticos piensan que es la hora de los "sin bandera", de esos periodistas cívicos que, muchas veces en pijama, se sientan ante el ordenador o abren sus tablets y móviles para analizar la actualidad, opinar con solvencia y competir con imaginación y creatividad frente a esos medios de comunicación profesionales que, adscritos a un partido u otro, forman parte ya del aparato corrupto, protegiendo a los políticos como escuderos.
Enrólate en el ejercito de los "Sin bandera". Aquí la vida es dura, pero trabajas en libertad por el bien común y duermes mejor, con la satisfacción del deber cumplido y con la esperanza de que el mundo cambie para mejor, reconozca un día tus esfuerzos y deje sin sitio a la inmensa manada de sinvergüenzas que promueven la injusticia, el abuso y que han construido un mundo donde reinan la envidia, la división, la desigualdad, el irrespeto, la demolición de los valores y otras muchas tribus y posturas indeseables.
Francisco Rubiales