La vida da muchas vueltas. Leemos en un diccionario que el término “antigualla” significa “objeto, obra, estilo, costumbre, etcétera, muy antigua o anticuada”. Había un viejo chiste que se burlaba del tartamudo que, harto de pedir “Vermú” en el bar, probó suerte pidiendo al camarero “Café”, al final acabó tomándose otro Vermú.
Se dice del Vermú que era uno de los placeres más gratificantes del día. Los más viejos del lugar quizás recuerden “la hora del Vermú”, una costumbre extendida socialmente que reunía al mediodía de un domingo o un día festivo a familiares y amigos en torno a una mesa o en la barra de un bar.
Una costumbre anticuada que estos tiempos de crisis ha recuperado, substituyendo a la reina de los bares, la Cerveza, porque nos resulta más barato “salir de día” que trasnochar.
El Vermú, de un sabor amargo característico, y de color rojo, es una bebida a base de vino, alcohol destilado, hierbas aromáticas y azúcar. Tiene su origen en Reus, Cataluña, a finales del siglo XIX, y se solía tomar con hielo, un chorro de sifón (“Agua de Seltz”) y una rodaja de naranja.
Dado el gusto español por alternar y por los bares, se extendió rápidamente por la franja mediterránea, el norte y el centro peninsular. En Madrid, la capital, se hizo tan popular que su ingesta se hizo sinónimo del castizo “tomar el aperitivo”.
Con los nuevos tiempos, la europización y unas jóvenes generaciones hedonistas y aburguesadas, trasnochar se impuso al modoso y formal salir de día, y a partir de los años ochenta del pasado siglo el Vermú perdió gancho frente al vino y a la cerveza, aunque no desapareció del todo y se siguió ingiriendo, pero de grifo.
Según los expertos que lo elaboran, el secreto de un buen Vermú esta en las hierbas. Entre otras, se utiliza canela, vainilla, clavo, ralladura de piel de naranja, nuez moscada, angélica y quina. La Unión Europa, para su elaboración, obliga a que en su composición contenga Artemisa.