Es la hora – @virutl38

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

La primera vez le había sonado hasta gracioso. Pero aquella primera vez la recordaba en una nebulosa. A millones de años luz.

La primera vez que la mandó callar delante de sus amigos. Con aquellas copas. Sonó hasta gracioso. Tú cállate. Que ya luego te lo explico en casa. Ellos rieron a carcajadas. Ellas sonrieron. E hicieron como que no se enteraban.

La primera bofetada. El primer muérete de una vez. Y las lágrimas aquellas de perdóname amor que no era yo. No era él. Eso decía. La primera paliza no era él. Ni la segunda.

En la calle la menospreciaba. Tú cállate joder. Los vecinos asisitían como en un teatro. Como una representación. Sentían sus silencios. Su desgarro. Pero callaban. Ellos sabrán. Algo habrá hecho. Él la quiere mucho. Ella es rara. Se lo merece. Él no hace más que trabajar. Ella está todo el tiempo en la peluquería.

Sus silencios. En el ascensor. Cuando suben con la mujer  del segundo izquierda. Ella con las bolsas. Él ojeando la prensa deportiva.

Las lágrimas se secan en el trapo de la cocina. Le decía él. Los gritos de madrugada. Vengo de donde me da la gana. Pero tú cállate que veo que ni siquiera te has arreglado. Sigues con la misma mierda de bragas que ayer. Así cómo quieres que tenga ganas. Con el dinero  que te gastas en ropa. No te quejes.

Al día siguiente no era él. Era otro. La besaba y abrazaba. Perdóname amor. Que es el maldito estrés. Que no me deja vivir. Y no es verdad. Las manchas de pintalabios es una broma de Ramón. Que ya sabes cómo es. No te preocupes. Mañana vamos al cine. Y eliges tú.

Ella se arreglará. Con el vestido tan caro que le trajo de París. Cuando fue a aquella reunión antes del ascenso. Irá a la peluquería. Se pondrá la ropa interior negra. Los ligueros. Los tacones. Quiere resultar perfecta. Irán a cenar al restaurante tres tenedores. Él llegará de mal humor. Y la mandará callar. Tú calla. Que para esa mierda romántica ya elijo yo.

Y los gritos. Los golpes. Las lágrimas. Secas en el trapo de la cocina.

Pero tiene un plan. De esta noche no pasa. Tiene miedo. Y traga saliva. Esperará a que se duerma. Después de haber soportado la tormenta de insultos. Todavía con la ropa interior negra. Y los dedos marcados en su mejilla derecha.

Se acuesta temblando de miedo. De asco. De llorar sin medida. En su lado. Al límite del colchón. Lo oye roncar. Es la postura. Decía ella. Tú calla. Que no haces más que encontrarme defectos.

En el silencio de la noche escucha el reloj de la torre. Da cuatro gruesas campanadas. Como golpes lejanos de un gong que la alerta. Es la hora. Se levanta cautelosamente. Con el vestido gris y negro que él odia. Porque parece gilipollas con él puesto. Recoge los zapatos y la chaqueta. Pone la mano en el pomo de la puerta. Lo gira y abre. Siente que él se mueve. Gruñe. Ella se para. Siente que va a despertarse. Y que volverá a empezar todo de nuevo. El corazón le late tan fuerte que cree que él lo oirá. Ella cierra los ojos y pide a gritos. En su silencio. Que vuelva a roncar. Como siempre.

Esos segundos de duda se le hacen eternos. Se pregunta si merecerá la pena. Que qué dirán sus padres. Tan orgullosos de su yerno. Perfecto y con ese futuro en el mundo empresarial. Qué pensará la gente. Qué dirá él. La buscará. La encontrará. Y será peor.

Siente sus lágrimas recorrer su cara. La mejilla derecha todavía le escuece. Y es ese dolor. El sabor salado de la lágrima que llega a la comisura de su boca. Que la decide.

Sale de la habitación. A tientas. Coge el dinero del bote de las vacaciones a Nueva York. Mira atrás. A la vida acomodada. Al sufrimiento. Al perdóname que no soy yo.

Y así. Vacía de maleta y sin peso muerto. Abre la puerta de la calle. Mete la llave y cierra por fuera. Quiere salir corriendo. Pero las piernas le flaquean. En el primer contenedor tira el manojo de llaves. Da unos pasos. Coge aire. La noche es cálida. Un taxi. Hasta donde dé el dinero. Da igual. Aeropuerto. Huir. Vivir.

Vivir.

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