¿Es la mente un epifenómeno del cerebro o este un instrumento de aquella?

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
   Esto que sigue es mi contestación al muy ilustrado comentario a mi anterior artículo que David Gustavo Rodríguez Cisneros ha publicado en mi página de Facebook, y a cuya lectura remito. Pongo su escrito al final de este otro texto.
   David Gustavo, como la complejidad del asunto en el que nos hemos metido no es desdeñable, me he decidido (me temo que con un exceso de temeridad por mi parte, porque son temas que me sobrepasan) a desarrollar mi propio hilo argumental para no extraviarme demasiado, y espero que guarde suficiente paralelismo con el suyo.   Aceptemos, de inicio, que existen dos realidades confluyentes o una realidad paradójica: materia y energía. Sigo, para diferenciarlas, la pauta que marca Carl Gustav Jung, que dice: “Los acontecimientos físicos pueden ser contemplados desde dos puntos de vista: el mecanicista y el energético. La visión mecanicista es puramente causal y concibe el acontecimiento como consecuencia de una causa (…) La visión energética, por el contrario, es esencialmente finalista y concibe el acontecimiento partiendo de la consecuencia hacia la causa (…) El desarrollo energético tiene una dirección determinada (un objetivo)”. Aplicando la visión energética al terreno de la psicología, que es donde a los dos nos gusta aterrizar, podemos entender que la energía psíquica, la libido, esté ahí antes de que la produzca una causa, es esencialmente finalista, no dirigida, para empezar, hacia un objetivo concreto, pero sí emitida algo así como hacia una búsqueda, como una intencionalidad, decía yo el otro día. La energía no se somete en ese sentido, como sí lo hace la materia, a la relación causal, sino que es esencialmente finalista, concibe el acontecimiento del que ella es responsable como iniciado en la consecuencia, en el objetivo (indeterminado, para empezar).    La visión mecanicista entiende los productos de la mente como epifenómenos (consecuencias) de procesos fisiológicos previos (causas); la psique sería, según esto, la secreción del cerebro como la bilis lo es del hígado. Esa interpretación restrictiva obligaría también a interpretar la vida como epifenómeno de la química del carbono. Frente a tal concepción reduccionista se rebelaba Ortega tomando a Darwin como ilustre representante de ella: “Darwin cree haber conseguido aprisionar lo vital –nuestra última esperanza– dentro de la necesidad física. La vida desciende a no más que materia. La fisiología a mecánica (…) Ya no es (el organismo) quien se mueve sino el medio en él. Nuestras acciones no pasan de reacciones”[1]. Todo lo que hacemos está, según Darwin y los suyos, predeterminado por causas mecánicas, nuestra voluntad es solo el instrumento de mecanismos materiales que la preceden (que la causan).   Aunque una porción de los fenómenos psíquicos es interpretable según las leyes mecanicistas, en lo esencial responden mejor a su consideración de fenómenos energéticos (intencionales). Y prolongando esta idea también podríamos decir: no es tanto el mundo el que causa nuestra forma de entenderlo, como lo contrario, estamos inmersos en un mundo, si no creado, sí moldeado por nuestra alma. Jorge Wagensberg, que fue doctor en física, escritor y editor, pone un ejemplo que complementaría el que usted trae a colación sobre la distinta forma de percibir los chapulines o saltamontes por parte de, respectivamente, los indígenas del norte y del sur de México. Dice Wagensberg: “Recordemos a Werner Heisenberg. Paseando un día cerca del castillo de Krongberg, Niels Bohr, que le acompañaba, le dijo: ‘¿No es extraño ver cómo cambia este castillo cuando se imagina uno que Hamlet vivió en él? Como científicos creemos que un castillo está formado sólo por piedras y admiramos la forma en que el arquitecto las compuso. Las piedras, el techo verde de pátina, las tallas de la iglesia, forman el conjunto del castillo. Nada debería cambiar por el hecho de que Hamlet viviera en él, pero, de hecho, cambia completamente. Inesperadamente, las paredes y las murallas hablan un lenguaje diferente. El patio se transforma en todo un mundo, un rincón oscuro nos recuerda la oscuridad del alma... Oímos las palabras de Hamlet: to be or not to be. Sin embargo, todo lo que sabemos realmente de Hamlet es que su nombre aparece en una crónica del siglo XIII. Nadie puede probar que viviera aquí realmente. Pero todo el mundo conoce las preguntas que Shakespeare puso en su boca, las profundidades del alma humana que estaba destinada a revelar, y cada uno sabe que, en consecuencia, también él tendría que ocupar un lugar en la Tierra, aquí en Krongberg.’ ”[2]   De Heisenberg, Premio Nobel de Física de 1932, decía precisamente Ortega que, en el tiempo en que él escribía, era “el más grande físico actual (...) Su ‘principio de indeterminación’ (...) se vuelve contra todo el cuerpo de la física y lo destruye (pues) proclama que el investigador, al observar el fenómeno, lo ‘fabrica’, que la observación es producción”[3]. El principio de indeterminación, recordemos, establece que los fenómenos físicos a nivel cuántico se comportan de forma paradójica: tanto como si fueran manifestaciones de ondas de energía que como si lo fueran de corpúsculos de materia. Y el experimentador puede escoger probar una cosa o la otra y las dos resultan ser posibles.

M. C. Escher: "Escalera infinita"
El "principio de incertidumbre" traducido a lenguaje plástico

      Volvamos sobre la pregunta: ¿los fenómenos psíquicos se comprenden mejor si los consideramos como resultado de hechos causales previos, esto es, como consecuencia de procesos fisiológicos, o como procesos energéticos (libidinales) que hay que entender como teleológicos, es decir, en los que es la finalidad o la intencionalidad la que pone en marcha ese proceso? Ortega habla de que es posible activar en nosotros una “sensibilidad para el más allá”, la cual supone dos cosas: “una, fe en la vida al esperar que la porción ignorada de ella es mayor y mejor que la ya sabida; otra, fuerza creciente en la persona, porque el horizonte no se amplía nunca o casi nunca por sí mismo, sino que lo ensanchamos empujándolo con los codos de nuestra alma, que para ello necesita dilatarse, rebosar hoy su volumen de ayer”[4]. Lo cual no sé si es demasiado atrevido decir que hace pensar no solo en ese concepto de finalidad, de esperanza en lo que ha de venir, sino en una especie de violación del principio de conservación de la energía, porque se produce en la persona una “fuerza creciente”.    Dice también Ortega en este sentido que “se vive en la proporción en que se ansía vivir más”[5]. Seríamos, pues, depositarios de una fuerza expansiva, algo así como si, a escala macrocósmica, sostuviéramos que el universo se expande (¿cómo podría, si la energía fuese siempre la misma?). Lo cual no es disonante con lo que afirma Ilya Progogine, Premio Nobel de Química de 1977: Lejos de poder someter nuestro concepto del tiempo a las regularidades observables del comportamiento de la materia, debemos comprender la idea de un tiempo productor, un tiempo irreversible que ha engendrado el Universo en expansión geométrica y que todavía engendra la vida compleja y múltiple a la que pertenecemos”[6]. Que es, más o menos, lo que Ortega había afirmado unas décadas antes: “Hay en cada cosa una aspiración a ser más que materia, a ser lo que los físicos llaman fuerza viva”[7]. El universo parecería entonces tener una intención, andar a la busca de una indeterminada finalidad. Y eso se traduciría, a nivel humano, en esto que asimismo afirma Ortega: “El hecho humano es precisamente el fenómeno cósmico del tener sentido”[8], es decir, de tener un objetivo, una meta. Yo pienso en el Punto Omega de Theilard de Chardin.

Werner Heisenberg, pionero de la física cuántica

      Y bien, faltaría ligar este hilo argumental al otro que venía a estar en el punto de partida de nuestro debate, aquel que se anunciaba en este pensamiento de Ortega: Casi siempre acontece lo mismo con las grandes ideas: las vemos a un tiempo fuera y dentro, como verdades y como deseos, como leyes del cosmos y confesiones del espíritu. Tal vez es imposible descubrir fuera una verdad que no esté preformada, como delirio magnífico, en nuestro fondo íntimo”[9]. Se me ocurren algunas vías de evolución para desarrollar la idea, pero, aparte de que no las tengo suficientemente elaboradas, esto empezaría a alargarse demasiado. Así que me conformaré con concluir con otra cita de Ortega a propósito de esas relaciones entre el mundo físico y el psíquico: “Hay entre ellos un nexo nada físico, un influjo irreal: la funcionalidad simbólica. El mundo como expresión del alma”[10].



[1] Ortega y Gasset: “Meditaciones del Quijote”, O. C., Tº 1º, pág. 400.[2] “Proceso al azar”. Edición de Jorge Wagensberg, Barcelona, Tusquets, 1996, pág. 155[3] O y G: “Pasado y porvenir para el hombre actual”, O. C., Tº 9, pp. 662-663[4] O y G: “El Espectador”, Tº VIII, O. C., Tº 2, pág. 741[5] O y G: “La deshumanización del arte”, O. C., Tº 3, pág. 367[6] I. Prigogine: “La nueva alianza Metamorfosis de la ciencia”. Madrid, Alianza, 1997, pág. 14[7] Ortega y Gasset: “La estética de ‘El enano Gregorio el Botero’”, O. C. Tº 1, pág. 540.[8] Ortega y Gasset: “Las Atlántidas”, O. C., Tº 3º, pág. 310[9] O y G: “El Espectador”, Tº VI, O. C., Tº 2, pág. 526.[10] O y G: “El Espectador”, Tº VII, O. C., Tº 2, pág. 586

COMENTARIO DE DAVID GUSTAVO RODRÍGUEZ CISNEROS ANTERIOR A ESTE ARTÍCULO   Saludos: siempre que el conocimiento filosófico coincide con la verdad científica, no dejo de sentir asombro de la manera en que nuestra mente intuye la realidad sin necesidad de haberla conocido. Y aquí, es donde deberá de perdonar la divagación, que no dislate, ya que al final coincidiremos en nuestras conclusiones. Aprendimos en aquellos años de bachilleres, que en el universo solo existe materia y energía, y aparte de eso la nada; la materia se convierte en energía y la energía en materia, tal como lo intuyo Einstein en su formula E=MC2 y lo demostraron las bombas atómicas, pero sin importar cuanta materia y energía se conviertan de la una en la otra, la cantidad total de la suma de ambas es constante, ya que la materia y la energía no se destruyen solo se transforman. Bueno, pues el concepto ha cambiado y ahora sabemos que la materia no es mas que una forma particular de la energía (Bosón de Higgs) y la vida es una manifestación peculiar de la energía. Cuando uno estudia química orgánica y mejor si estudia la química de la vida, bioquímica, aprendemos que el oxigeno de la respiración y la glucosa de la alimentación se combinan en el ciclo de Krebs para generar energía eléctrica, que es la que mueve a los seres vivos, si alguien lo duda, tenemos estudios como la electromiografia y el electrocardiograma que miden la actividad eléctrica de los músculos esqueléticos y del musculo cardíaco y muy en especial el electroencefalograma que mide la actividad eléctrica del cerebro, y por definición, mientras el cerebro tenga actividad eléctrica, hay vida, cuando la actividad eléctrica del cerebro cesa, es señal de muerte. Desde hace años se estudia la forma en que el pensar, ver, oír, oler, tocar, y degustar generan corrientes eléctricas y la zona de nuestro cerebro en que esto ocurre, pero el estudio de las ondas de un electroencefalograma no nos permite saber que esta pensando el individuo, solo que lo esta haciendo. Entonces, nuestro cerebro recibe la información de la realidad, de parte de los órganos de los sentidos, codificada en forma de impulsos eléctricos que debe de identificar, comprender e interpretar, y aun mas, reaccionar a ellos en base a instintos, pero mas en base al aprendizaje. Y aquí caemos, el objeto es real,pero se convierte en parte de mi realidad, hasta cuando lo identifico, lo comprendo y lo interpreto, lo convierto en parte de mis recuerdos y le concedo un valor en base al juicio de mi razón. Pensemos, un saltamontes, chapulín en lengua nahuatl moderna, para la mayor parte de las personas es solo un insecto, al que no creo que nadie o casi nadie le tema, por lo que si estamos en un campo lleno de saltamontes difícilmente notaremos su presencia; un Inuit, muy posiblemente nunca ha visto un saltamontes y su reacción ante ellos, cuando note su existencia, podrá ser de miedo, curiosidad o asombro; pero si es un mexicano del sur del país, estará pensando como atraparlos, para prepararse un banquete de chapulines dorados a la plancha. El objeto real no cambio, la interpretación y la reacción son las que cambiaron y en esto fue obvio: el hombre es el y sus circunstancias, la realidad es una, la percepción de la realidad es única e individual, por eso es que decía yo, que todos podemos tener razón y estar equivocados al mismo tiempo, en este impresionante mecanismo eléctrico que es nuestro sistema nervioso central, pueden haber, y hay, mil fallas diferentes, que afectan nuestra identificación, comprensión, identificación y reacción ante la realidad. ¿Tiene algo de raro que Sigismund Schlomo Freud fuera neurólogo?