Es notable el modo con el que Llull reduce al absurdo el aristotelismo de Omar. Dios es bueno, dice Omar, pero no es la bondad, la cual no es más que un instrumento con el que Dios crea lo bueno. Pues si la bondad fuera el mismo Dios no habría mal en el mundo, como no habría agua, ni cielo, ni elementos si el poder abrasador del fuego no tuviera límites.
Llull responde: Si Dios no es la bondad, la bondad no pertenece a la esencia eterna de Dios, lo que conlleva que la bondad no es eterna; si la bondad no es eterna, es nueva y creada (c); si es nueva y creada, la creó el poder de Dios. Supongamos que Dios creó la bondad con un poder temporal (b), el cual será bueno porque procede de Dios; sin embargo, este poder temporal es asimismo creado por un poder eterno (c), que es el propio Dios, y por tanto es un poder bueno y eterno. Por consiguiente, habrá dos bondades coeternas: la bondad creadora de Dios (a), que sólo puede ser buena siempre si crea la bondad desde siempre, y la bondad creada por Dios (c), que será creada desde siempre, pero distinta a Dios, razón por la cual Dios no será singular, ni uno, ni infinito, lo que va contra los principios asumidos por Omar y por el islam.