Vaya por delante que, por el número de accidentes, el aeropuerto de Sevilla es uno de los más seguros del país y de Europa. También es verdad que no es de los aeródromos que más movimientos registra de España, ya que ocupa el puesto número trece en el ranking de aeropuertos nacionales por tráfico de pasajeros, operaciones y carga, por detrás de los de Alicante, Málaga, Valencia y Bilbao, entre otros, según datos de AENA. Sin embargo, ello no libra de riesgos a la población de una ciudad que linda físicamente con aquellas instalaciones y que vive confiada en la supuesta seguridad de un aeropuerto que no sólo acoge un tráfico civil de aviones de pasajeros y mercancías, sino que alberga además una fábrica de ensamblaje de aeronaves, integrada en el consorcio europeo de Airbus, que realiza en el aeropuerto sevillano las primeras pruebas de vuelo de unos aparatos militares que vende a clientes de todo el mundo. El siniestro de uno de esos aparatos, perteneciente al modelo A400M, que se estrelló el sábado pasado nada más despegar causando la muerte de cuatro de sus seis tripulantes, pudo ocasionar una tragedia aún mayor si no fuera porque los vientos preponderantes eran de Levante. La pista de aterrizaje del aeropuerto sevillano está orientada en dirección Este/Oeste, para aprovechar los vientos de Levante y Poniente que suelen soplar en esos dos sentidos y que barren la llanura aluvial del Guadalquivir en la que se asientan aquellas instalaciones. Dependiendo de la dirección de las masas de aire, procedentes del Atlántico o el Mediterráneo, los aviones realizan sus maniobras de despegue y aterrizaje de cara al viento, lo que favorece la sustentación de la nave, haciendo la aproximación desde el Este (si el viento es de Poniente) o desde el Oeste (si el viento es de Levante). Cualquier pasajero que arribe habitualmente en el aeropuerto de Sevilla está acostumbrado ver aterrizar el avión viniendo desde Carmona (Este) o enfilando la pista desde el Aljarafe y sobre el puente del Alamillo (Oeste), en función de la dirección del viento. El despegue del A400M se hizo, precisamente, en dirección Este (hacia Carmona), por lo que levantó el vuelo sobre un club de campo situado casi en cabecera de pista y de las numerosas urbanizaciones campestres desperdigadas a ambos lados de la Autovíade Madrid. Por fortuna, se trata de una zona mucho menos poblada de la que, si hubiera despegado en dirección Oeste (hacia Sevilla) –como suele ser lo más habitual-, habría hallado al sobrevolar barrios de la ciudad (Parque Alcosa) o localidades limítrofes del sector norte de Sevilla (Valdezorras). Entonces las consecuencias hubieran sido catastróficas. Hay antecedentes que advierten del riesgo: en 1962, un avión que cubría la línea Barcelona-Valencia-Sevilla se estrellaba cerca de Carmona, muriendo sus cuatro tripulantes y los catorce pasajeros que transportaba. Una avioneta, en 2004, se precipitaba contra el suelo en Valdezorras. Y en 2006, una aeronave de la compañía Air Argelie se salía de pista al aterrizar, tras romper el tren de aterrizaje, sin que se produjeran víctimas mortales. Esta cercanía del aeropuerto a la ciudad, provocado por el crecimiento urbano hasta las mismas vallas del recinto aeroportuario, en vez de comodidad supone un riesgo que se deberá abordar con rigor si en verdad se quieren evitar nuevos percances. Son factores que deberían tenerse en cuenta en la investigación del accidente del Airbus militar siniestrado, a pesar de que, hasta la fecha, no parecían representar ningún peligro inminente para la seguridad de la población. Y hay que replanteárselos porque el aeropuerto de Sevilla seguirá siendo la base desde la que se realicen los primeros vuelos de pruebas de las naves militares que Airbus ensamble en sus instalaciones de San Pablo. Y porque el aeropuerto de Sevilla, por su ubicación en una llanura sin obstáculos geográficos y una climatología benigna la mayor parte del año, también se utiliza para las prácticas de tráfico (aterrizar y despegar sin detener el avión) de los pilotos que deben acumular horas de vuelo y que sobrevuelan el aeropuerto en círculos, aterrizando y despegando tras cada vuelta hasta que completan el horario de instrucción. Todo ello se suma a la actividad comercial de un aeropuerto que ya ha avisado de los riesgos que representa su cercanía a la ciudad de Sevilla. Y aunque es uno de los más seguros del país, no está exento de peligros y accidentes, como el sufrido hace unos días por el avión militar. No es cuestión de confiar siempre en la buena suerte, sino de detectar sus puntos débiles y adoptar cuántas medidas los solventen, con la principal preocupación de proteger vidas humanas, no intereses industriales, económicos o políticos.