Hace unos días me publicaron en Aragon2 el siguiente artículo sobre la región española en que nací: Aragón. Para los que me leen desde el otro lado del Atlántico, les explico: Aragón es una región despoblada, más bien árida (excepto los Pirineos) y con poco dinamismo económico, excepto la capital, Zaragoza, que concentra más de la mitad de la población.
Aunque tiene el tamaño de Bélgica, casi 50.000km2, Aragón sólo cuenta con 1,2 millones de habitantes, mal repartidos, como hemos dicho antes. Articular y dinamizar un territorio tan vasto y despoblado es complicado. Ésta región no ha sido descubierta por el turismo internacional, que se concentra en la costa meditarránea y en las islas. Creo que se puede decir que es una región desconocida incluso para la mayoría de los españoles. Sin embargo, esta región goza de un gran patrimonio cultural y natural.
En el artículo hago una crítica al modo en que se ha promocionado el turismo desde las autoridades públicas, que ha dado prioridad al beneficio especulativo a corto plazo sobre soluciones equilibradas a largo plazo.
El turismo responsable significa combinar la preservación del patrimonio natural y cultural con el desarrollo socioeconómico tal como promueve la Declaración de Ciudad del Cabo sobre Turismo Responsable de 2002. Se trata de minimizar los impactos negativos del turismo y maximizar los positivos, a través de un desarrollo inteligente a largo plazo que tengo en cuenta el entorno natural y la comunidad local.
Aragón tiene la suerte de contar con un gran patrimonio cultural y natural, que debería ser explotado turísticamente, sí, pero de forma sostenible. Sin embargo, en los últimos años, se ha priorizado en España el desarrollo turístico basado en el ladrillo. Si los campos de golf no tenían mucha rentalibilidad, sí lo tenían los apartamentos que se construían a su alrededor. En Aragón podemos sustituir golf por esquí, pero la ecuación es la misma. las estaciones de esquí, no son tan rentables: el negocio está en las urbanizaciones de alrededor. La construcción de segundas viviendas genera empleo y plusvalías a corto plazo pero para mantenerse se necesita continuamente construir, llegando a depredar el poco territorio virgen que nos queda. Los apartamentos ocupados unos pocos días al año apenas dinamizan ni vertebran el territorio pero sí erosionan el paisaje cultural y natural, que es lo que atrae a los visitantes en primer lugar. Aunque la crisis ha evidenciado la fragilidad de este modelo especulativo, seguirmos reincidiendo en el error, sacrificando ahora el valle virgen de Castanesa para el esquí o hiperurbanizando Albarracín.
El turismo es paradójicamente causante y víctima del Cambio Climático, cuyos cambios deterioran los destinos turísticamente. En el caso del esquí, no se ha tomado en cuenta el Calentamiento Global, que inevitablemente contribuirá a acortar la temporada de nieve. Las compensaciones de carbono que algunas aerolíneas venden para aliviar la culpa que cada vez más turistas sienten al viajar en avión, no sirven para mucho. En lugar de promocionar el transporte más sostenible como el tren, no sólo le quitamos los impuestos a la aviación sino que subvencionamos con dinero público líneas aéreas deficitarias. En el aeropuerto de Huesca tenemos la evidencia de este error.
Está claro que lo anterior no es el camino a seguir: la actividad turística debería preservar el propio valor turístico del destino si no quiere “matar la gallina de los huevos de oro”. Una idea simple pero a menudo traicionada.
Hemos entrado en una dinámica que requiere continuamente construcción, grandes eventos e infraestructuras que se nutren de dinero público y que muchas veces no son reutilizables, mientras se desprecian iniciativas más modestas, pero que sí crean empleo como el rafting, el cicloturismo, las vías verdes, etc. Démonos cuenta de que ninguna industria es capaz de vertebrar y dinamizar el territorio de inmediatamente. El turismo tampoco.
Dejemos de mirar solamente el número de turistas internacionales, el número de vuelos, o el número de pernoctaciones y miremos también qué hacen esos turistas, cuánto gastan y dónde lo hacen, y por qué no, cuáles son sus impactos sobre el territorio.
Para finalizar, quiero hacer una llamada a los turistas y viajeros, que también tienen su parte de responsabilidad ya que como consumidores se puede también cambiar las cosas. Ya no vale tener fe ante cualquier cosa que tenga el prefijo “eco” o “bio”; ser un turista responsable significa tener en cuenta cosas como la huella ecológica, las emisiones de CO2, la relación del producto turístico con la naturaleza y a la comunidad local. La realidad es que muchos productos turísticos se venden igual que una hamburguesa, con marketing masivo, ofertas 2×1. Como viajeros y turistas, tenemos la responsabilidad de preguntar a las agencias de viaje y otras empresas turísticas en general por las cuestiones mencionadas.