Es tiempo de identificar y corregir errores en familia

Por Frabreum @FRABREUM

 Por Fernando Alexis Jiménez | Un esposo que ejerce un adecuado liderazgo familiar, genera seguridad en su cónyuge y sienta las bases para que—al crecer—sus hijos puedan hacer frente a la sociedad en la que les tocará desenvolverse y, al mismo tiempo, establecer sus propias familias. Es una cadena. Si lideramos una familia sólida, en la que haya expresiones de amor, comprensión, tolerancia, ayuda, perdón y fe, sin duda ese mismo esquema es el que replicarán nuestros hijos en sus propios hogares, y a su vez, el patrón de comportamiento hogareño que vivirán nuestros nietos.
    El apóstol Pablo lo planteó a los creyentes de Éfeso, en el primer siglo, con una enseñanza que cobra especial validez en nuestro tiempo: “…porque el marido es la cabeza de su esposa como Cristo es cabeza de la iglesia. Él es el Salvador de su cuerpo, que es la iglesia.”(Efesios 5.23. NTV)
   El autor y conferencista internacional, John Piper, anota que “…el liderazgo de un esposo se expresa al tomar la iniciativa de asegurarse que la familia está protegida y atendida. De modo que la protección y la provisión no están separadas del liderazgo. Son dos áreas fundamentales donde el esposo está llamado a cargar con la responsabilidad principal.” (John Piper. “Pacto matrimonial”. Tyndale House Editores. 2009. EE. UU. Pg. Pg. 75)
   Hemos perdido influencia en la familia en gran medida porque dejamos de lado la importancia de asumir el liderazgo. Y ese liderazgo no debe ser interpretado como imposición o un manejo dictatorial, sino más bien como el proceso de sentar principios y valores que ayuden a transformar el pensamiento y acciones del cónyuge y de los hijos.
   El egoísmo se ha convertido en uno de los problemas familiares de fondo. Cada quien quiere hacer, al interior de la pareja, lo que quiere. Se desconoce que el otro es muy importante. Que no somos el centro del universo y que, la familia, funciona cuando hay unidad y sometimiento a Dios y Sus principios.
   Renunciar a nuestros propios intereses para volcarnos hacia la familia, es una de las formas prácticas de aplicar la enseñanza de nuestro Señor Jesús cuando dijo: “Y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.”(Mateo 10:38. La Biblia de Las Américas; Lucas 14:27)
     Si deseamos fortalecer la familia, que la unión sea sólida y permanezca en el tiempo, es necesario ejercer un liderazgo como lo enseñó nuestro amado Salvador Jesucristo: De entrega y renuncia. Entrega, porque todos en casa merecen que demos lo mejor por ellos, y de renuncia, porque es necesario dejar de lado todo egoísmo.
   La necesidad de recobrar el liderazgo familiar, partiendo de renunciar a principios egoístas y asumiendo compromiso con la pareja y con los hijos, es resaltada por el autor y conferencista, Alex Kendrick cuando escribe: “Demasiados hombres desperdician sus vidas. No conocen en realidad al Dios que dicen adorar y son incapaces de precisar para qué viven. Andan desganados e indecisos por la vida, perdidos espiritualmente en una niebla de confusión y apatía. Pueden decirte lo que harán este fin de semana, pero no tienen ni idea de cuál es su propósito en la vida o en la eternidad. En consecuencia caen en una rutina mecánica y pierden el tiempo en asuntos triviales.”(Sthepen y Alexis Kendrick. “La resolución para hombres”. B&H Editores. 2012. EE.UU. Pg. 1)
   La familia no puede seguir caminando hacia el abismo porque hay padres que no se preocupan por sus deberes familiares, porque descuidan a su esposa y prefieren ir a jugar billar o quizá al futbol, que pasar el fin de semana con sus hijos.
   Estamos a tiempo de retomar el curso de las cosas. Si le concedemos a Dios el primer lugar, si permitimos que nos guíe, sin duda podremos experimentar una transformación positiva y duradera en nuestra relación de pareja y con los hijos. Es una decisión que nadie más, salvo usted, podrá tomar. Y esa decisión comienzo con un primer y grande paso: Abrirle las puertas de nuestro corazón al Señor Jesucristo. Puedo asegurarle que no se arrepentirá.