Llevo días recibiendo información de los medios y las redes sociales sobre el virus, las medidas, las consecuencias, pero sobre todo del futuro. La gran pregunta ahora es qué va a pasar en los próximos días. El problema no es que carezcamos de respuestas, sino que lo que nos cuentan de un momento a otro deja de estar actualizado, porque, como bien dice Flavita, los yos del futuro no es que mientan (siempre), sino que dicen una nueva verdad. Y, por extraño que parezca, creo que ahora mismo poseemos una especie de privilegio ya que, por primera vez, somos conscientes de que todo lo que nos están contando puede no ser eterna o enteramente cierto. Sabemos a la perfección que estamos ante una situación sin precedentes, desconocida, y que por tanto la información nos está echando un pulso al verdadero o falso.
Indudablemente, asusta pensar que, en estos momentos donde la verdad es tan necesaria, se nos haga tan escurridiza y cambiante. No obstante, lo que me aterroriza más aún es pensar que somos conscientes de que nada es del todo cierto únicamente porque la situación así lo requiere. Me explico: ahora mismo es cuestión de vida o muerte informarnos con la verdad, por muy mutable que sea. Sin embargo, cuántas veces, antes de esta pandemia, tomábamos como absoluto todo aquello que veíamos y escuchábamos a nuestro alrededor. Pensábamos que nuestra visión única era la verdadera, sin siquiera sospechar que otras futuras verdades vendrían a dinamitar lo que dábamos por sentado.
En suma, otra de las muchas reflexiones que saco en limpio de todo esto es que deberíamos salir de este asunto si no más sabios, al menos más cautos. Tal vez, a partir de ahora estemos más lúcidos para detectar las mentiras que son verdad, las verdades que son mentira y el hecho de que estar muy informado no implica necesariamente estar bien informado, independientemente del virus que amenace con acabar con todo lo que creíamos saber, entre otras cosas.