No se ha transformado en un simple recuerdo. Todavía esas imágenes tatuadas sobre tu piel. Ayer, todo parecía marchar sobre ruedas. ¿No te sorprende lo pronto que puede cambiar la vida? La seguridad que ayer parecía calmarte el alma, hoy se ha disuelto. ¿Cuántos gritos quedaron escondidos bajo la fría tierra? ¿Quién sostiene las frías manos de los dueños de espíritus solitarios? En las calles, todos caminan sin detenerse a pensar ni por un momento en la persona que tienen al lado. La indiferencia parece no tener intención alguna de detenerse. Es el ritmo de la sociedad moderna. Es el precio del falso oropel que desvía tantas miradas del azul cielo.
El reloj sigue su ritmo imparable. No le importa quién se haya quedado atorado a la mitad del camino. ¿Podrías acaso culparlo? No te detienes ni por accidente a pensarlo, ya que un ruido ensordecedor te distrae.
Otros días, tal vez no te habría importado ese sonido. Pero hoy, al escucharlo, tu corazón no puede evitar sacudirse. Por un segundo, sientes un gran impulso de llorar, mientras tus rodillas tocan el suelo. Pero sabes que no hay tiempo para dejarse derrumbar por el temor que se respira en el ambiente. Tus manos tienen fuerza para luchar en contra de la devastación en torno tuyo. Y aunque lo trates de negar un millón de veces, sabes que no eres el único que siente lo mismo. Otros, al igual que tú, van a dejar la apatía a un lado por un instante, y se unirán para tratar de ganar esa infernal carrera en contra de la muerte. No importa arriesgarlo todo. No importa jugarse la existencia en un instante. Lo único que te importa en ese instante es volverte uno con aquellos que se han visto desgarrados por el inesperado sufrimiento.Todavía hay vida. Todavía hay esperanza de ver un nuevo día.