Esta necesidad no se limita al liderazgo ni a las organizaciones, porque la emoción es un fenómeno que ocurre en las personas donde quiera que estén y sea lo que sea que hagan. No podemos separarnos de nuestras emociones, hacerlo es separarnos de la vida.
En simultáneo la educación y el desarrollo de estas habilidades es escaso o nulo en la gran mayoría de las personas.
La combinación de estos dos factores: una altísima criticidad de competencias emocionales y la paupérrima educación emocional, es un camino directo al desastre.
¿Qué estamos haciendo con este desafío y en especial con los niños y su educación emocional?
Hace pocos días me “reencontré” con Carina Tacconi, y luego comencé a explorar sobre su trabajo en la Educación del Ser. Me inspiró (y me llegó al alma), y decidí comenzar a compartir en este espacio algunos de sus pensamientos y sentimientos sobre este tema que se reflejan en su vida y en sus escritos. Aquí va el primero, para que lo leas y sientas y dejes luego tus comentarios:
Educar la emoción, la educación que nos falta.
Una carencia formativa que padecemos todos y que sufren los niños.
Sonrojada, tensa y con el pecho oprimido intentaba
escuchar lo que la maestra quería explicarle.
Era tan gigantesca la inseguridad, la vergüenza,
el miedo que no podía dejar entrar ni una palabra.
Inmóvil empezó a transpirar y temblar, la panza
le dolía mucho, no podía hacer nada con esa
fuerza arrolladora que explotaba en su interior.
Acorralada por lo que sentía y temerosa por
el enojo de la maestra frente a lo que a ella
le pasaba, Clara una niña soñadora, sensible
y creativa, quebró en un llanto desesperado.
Todos la miraban…nadie la comprendía o si pero nadie hablaba.
En ese momento escucho una voz que le preguntó:
“¿se puede saber por qué lloras?… en la escuela no se llora.”
Esta historia puede ser la historia de muchos de nosotros, recuerdos intensos o frágiles nos traen a la memoria aquellos momentos en los que alguien nos enseño a reprimir nuestra emoción, a no escucharla, a silenciarla o anestesiarla. Crecimos creyendo que lo mejor que podíamos hacer con lo que sentíamos era taparlo, retraerlo, oprimirlo, callarlo o disfrazarlo.
El sistema educativo sabe guiarnos en el proceso de aprendizaje que nos lleva a conquistar nuevas habilidades y destrezas físicas, sociales, intelectuales, tecnológicas pero ignora o desoye la necesidad de educar al cuerpo emocional.
La educación emocional es una deuda pendiente en los colegios y en la sociedad.
Podemos pensar, podemos hacer pero no sabemos que hacer ni como integrar la energía emocional y usarla en beneficio de nosotros mismos y de la humanidad.
De esta ignorancia participa toda la sociedad pero a la escuela como agente formativo este vacío se le hace más evidente.
Sabemos poco sobre la emoción, nos guste o no, toca reconocer que somos analfabetos emocionales, no fuimos educados emocionalmente y los tiempos que corren nos muestran esta realidad cruda e intensamente. Ataques de ira, tristeza, pánico, encierro, rebeldía, apatía, depresión son solo señales de un corazón abandonado, sin guía, sin cause.
La ignorancia emocional unida a la sobreestimación de las habilidades intelectuales hace que a la emoción se la desoiga, se la reprima, se la critique, con mucha suerte se la deje salir para después terminar con un “no pasa nada” y a seguir al ruedo.
Pero lo cierto es que pasa, y pasa muy hondo profundo y fuerte y los costos de estos mecanismos hoy más temprano que nunca se empiezan a ver.
Nos toca a nosotros, padres y educadores, tomar la iniciativa, puesto que la emoción es sobre todo energía vital que nos impulsa a vivir, crear, cuidar y manifestar lo que esencialmente somos.
No hay escuelas y a veces tampoco hogares que sepan educar al cuerpo emocional, un aspecto central de todo ser humano.
Yo fui una de esos tantos niños que sentí que en la escuela no podía Ser. La curiosidad, el impulso vital hacia lo que me gustaba y motivaba era desoído, las injusticias sostenidas por los adultos, el maltrato, la falta de escucha, de libertad para expresarme y manifestar mis talentos, mi modo personal de aprender y mi creatividad no tuvo espacio ni lugar y con esto mi esencia se fue debilitando y rindiendo. Apareció la apatía, la desmotivación y un enojo profundo con el afuera que por un tiempo se tradujo en encierro y rebeldía. El mismo enojo fue el que con su sabiduría me fue regresando a casa, el mensaje más profundo que provenía de él me hizo recuperar la conexión con mi esencia, con mi verdadero yo y de a poco fueron aflorando mis dones y el conocimiento intuitivo que de ese espacio brotaba con una certeza pocas veces vivida.
Se que mi historia es la de muchos que hoy en mi tarea cotidiana acompaño a regresar a casa a niños y grandes por eso también se que es posible cambiar esta realidad y que no es muy difícil hacerlo si hay apertura, sensibilidad y amor.