Había unos escalones
delante de una puerta cerrada.
Una puerta cerraba
contra la que me recostaba.
Que me sostenía.
Eran dos escalones
de cemento gris pulido.
Frente a una plaza donde no paraba nunca de llover.
Dos peldaños bruñidos
que quedaron marcados
con dos ardientes lagrimones.
Del amor que no fue.
Ya no están la puerta ni los escalones.
Del árbol de la plaza quedan solo ramas secas.
Tampoco está el dolor.
Golcar Rojas
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