Escapada a Atienza

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Atienza no es, ni de lejos, tan conocido como Sigüenza, a pesar de ser uno de los pueblos más bonitos de España y de ser lugar de paso de varias rutas turísticas del interior: la Ruta del Cid, la Ruta del Quijote y el Camino de Santiago. Suerte de tener un amigo de la zona que me habla de esta clase de pueblos no tan conocidos y me tienta para ir a conocerlos.

Como siempre, la primera parada fue la oficina de Turismo, que está en la Posada del Cordón, llamada así porque tiene una talla muy característica en su entrada. Nos dijeron que (vaya mala pata) dos de las iglesias reconvertidas en museos estaban cerradas ese día. También que habría una visita guiada por 4€ en un rato, así que nos dimos una vuelta y, cuando llegó la hora, nos apuntamos.

La ruta recorría el centro histórico pasando por las localizaciones de los tres arcos de entrada a la segunda muralla cuya ubicación se conoce. Empezamos en la plaza de España con la historia de los comuneros, pasamos por el Arco Arrebatacapas hasta la Plaza del Trigo, donde está la Iglesia de San Juan y, señalando varios hitos como los escudos heráldicos de las fachadas y los fragmentos de las tres murallas que se veían desde distintos puntos, llegamos hasta el Arco de la Vírgen. Después, subimos hasta la Iglesia de la Santísima Trinidad, cerca de la cual se localizaba el tercer arco, y allí finalizó la visita.

Quedaba poco para la comida, así que dejamos la iglesia (que tiene museo por 2€) para el final y subimos hasta lo que queda del castillo. No es mucho lo que se conserva, pero se puede subir a lo más alto y las vistas son alucinantes, además, hay una iglesia al lado.


Luego comimos, de maravilla, en el restaurante Casa Encarna y bajamos a ver varias de las iglesias por fuera, como las de San Gil y San Bartolomé, y la última parada fue la Iglesia de la Santísima Trinidad, donde están las Santas Espinas, que según la tradición pertenecieron a la corona que llevó Cristo durante la pasión, y que fueron regaladas a la población en el siglo XVI.

Era la Fiesta de las Santas Espinas y, justo cuando fuimos por la tarde, son desveladas en el altar, que queda iluminado. Me pareció muy interesante. También estaban preparando la chocolatada y el árbol del que colgarían unas roscas que se subastarían al día siguiente.


No nos quedamos porque ya se hacía tarde, así que cogimos el coche hasta la última parada del día, que quedaba de paso: las salinas de Imón, que fueron muy importantes en su tiempo, aunque están abandonadas. Después de un breve descanso contemplando el lugar, volvimos a Madrid envueltos en un espectacular atardecer, cansados pero satisfechos.