Escapada de 3 días al Pirineo Frances (II): Navarrenx - Oloron - Hospital Saint Blaise

Por Tienesplaneshoy @Tienesplaneshoy
Para ubicar esta entrada, es la segunda parte de nuestra escapada viajera al Pirineo francés, que realmente no fue una escapada, veníamos de realizar un roadtrip por Bretaña y Normandía y, a la vuelta hacia Madrid en coche, decidimos desviarnos un poquito para tomarnos tres días de descanso en un alojamiento con piscina en medio de la naturaleza.

Así llegamos a Barcus, donde hicimos tres noches. En la entrada anterior os contamos nuestra primera y segunda noche. Descubrimos un paisaje maravilloso como fue la Garganta de Kakueta y nos dimos un homenaje en un restaurante carete, pero muy recomendable en la zona.
En esta entrada vamos a terminar de contaros el resto de rincones que conocimos en esta corta, pero intensa, estancia. Intensa por lo que la disfrutamos, porque hicimos un mix entre el modo viaje “descanso del viajero” y el “no me sé estar quieto”.
La segunda mañana que amanecimos en Barcus bajamos a desayunar, coincidimos con la pareja de vascos que había llegado el día anterior y a los que también vimos en el restaurante Chilo durante la cena. Aquella mañana, la conversación no fluía igual que con el desayuno del día anterior. Hablamos un rato sobre nuestras impresiones del restaurante, pero un rato breve, ya que cuando nosotros llegamos ellos ya casi están acabando de desayunar. Enseguida nos quedamos solos y los anfitriones nos preguntaron si esa noche cenaríamos en la casa. Les dijimos que sí. 
Antes de salir, estuvimos un rato hablando sobre Inglaterra con los propietarios del alojamiento, compartimos impresiones con ellos de tantos lugares como conocimos en otro de nuestros viajes de verano que se había desarrollado unos años atrás por el sur de Inglaterra, y que nos encantó. También nos llenó de folletos sobre lugares que podíamos visitar en los alrededores del alojamiento, tenía planes para todos los gustos. Nosotros veníamos bastante machacados de los recorridos que nos habíamos hecho por Bretaña y Normandía días atrás y nuestra intención era dar algún paseo tranquilo, más que hacer una batida turística por el lugar.

Agradecimos sus ideas, cogimos el dosier de papeles que nos dió y salimos en busca de nuevos lugares hacia las 10 de la mañana. Había amanecido bastante nublado, aunque durante el transcurso del día fue cambiando hasta llegar a una soleada tarde.
Primera parada del día, Navarrenx. A unos 40 minutos del alojamiento hacia el norte. Navarrenx es una localidad pequeña llena de historia a sus espaldas. Dicen que su nombre viene de otro que significaba “límite con Navarra”

Un lugar fortificado, dicen que en su día fue la primera ciudad abaluartada de Francia. Sus muros defensivos hoy están considerados monumento histórico, datan del s.XVI y se encuentran en buen estado de conservación.

Está incluido en el listado que configura la Asociación de pueblos más bonitos de Francia. Viniendo de Bretaña y Normandía, como veníamos, el listón estaba muy alto, la verdad, pero sí que tiene encanto y la virtud de mantener una arquitectura bien conservada. 

Navarrenx, además, tiene un pasado y presente muy vinculado al peregrinaje por formar parte del Camino de Santiago francés.
Desde los muros defensivos se tienen unas vistas sobre el río y el enclave en el que se encuentra y pasear por el casco histórico regala una experiencia muy agradable.

Durante el paseo nos llamó mucho la atención y nos hizo gracia como en cada uno de los comercios había una especie de caricatura del propietario representando su oficio (carnicería, pescadería), muy cachondo.
Desde Navarrenx, ponemos rumbo hacia Olorón-Sainte-Marie, a unos 30 minutos más o menos. En Oloron no sabíamos hacia donde teníamos que ir. Es lo que tiene el Descanso del Viajero, que vas con intención de no hacer nada especial, pero no sabes estar quieto y acabas improvisando.

Oloron aquel día estaba vacío, muerto, en coma,K.O. Aparte de nosotros, era difícil cruzarse a nadie por la calle. Por otro lado, tampoco conseguimos entender muy bien la distribución urbanística del lugar. ¿Dónde estaba el centro histórico de la ciudad? Necesitábamos una oficina de turismo que, por supuesto, no encontrábamos. Aunque la suerte estaba de nuestra parte, Olorón tiene catedral. ¡Pues hacia la catedral!

De hecho, fueron dos cosas, principalmente, las que aquel día nos llevaron a Oloron, su catedral y la fábrica de Lindt (el que no escribe adora el chocolate en general y yo el Lindt en particular).

La catedral de Oloron data del s.XII y cuando nosotros, por fin, dimos con ella nos encontramos la sorpresa de que estaba cerrada, se celebraba por la tarde un evento. Con las ganas nos quedamos de verla, aunque en su búsqueda fuimos conociendo rincones pintorescos de aquella ciudad dormida, atravesada por el río.

Puentes con flores, casas en la rivera, y la plaza que rodeaba al templo románico (la catedral) que tenía bastante encanto. Eso sí, muy solitario todo.

Visto el frustrado intento por conocer la catedral, nos damos al chocolate. A las afueras de la ciudad está la fábrica de Lindt. 

Nosotros simplemente nos acercamos a la zona de la tienda, pero si alguno nos seguisteis durante el viaje por Instagram, igual recordáis cómo se nos fue de las manos el tema. Decidimos llevar chocolate a la familia, allí había varias modalidades que no habíamos encontrado en España aún, durante este año han ido llegando. Teóricamente, en función de los kilos y tabletas que te llevaras el descuento va creciendo. No os podemos garantizar que te salga más económico comprar aquí que allí, la verdad, nosotros simplemente nos dejamos llevar por la emoción. Una emoción que se puede cuantificar en 76 euros. Nada más que añadir su Señoría.

Desde allí, nuestro próximo destino es L'Hospital de Saint Blaise. Allí se encuentra la Iglesia de Saint Blaise, originaria del s.XII, cuando se construyó allí el Hospital de la Misericordia, hoy solo queda esta iglesia que es considerada Patrimonio de la Humanidad la UNESCO. 

Pero bueno, como no era el día de las iglesias, esta no iba a romper la cadencia y cuando llegamos encontramos la iglesia cerrada. Ya no nos sorprendía, otro templo sin ver. Como positivo, el enclave en el que se encuentra es muy bonito, pertenece al Camino francés 

Al lado había un merendero, solo uno, para nosotros. Allí nos ubicamos con nuestro picnic y dedicamos un rato a hacernos esas fotos que nunca publicamos y que suelen ser intentos de fotos de estas moñas que dan mucha más risa que romanticismo. 

Después de comer, dimos un paseo por los alrededores, como os decíamos el enclave es muy bonito. Un pequeño riachuelo lleva hasta el molino. El sol nos caía en vertical y picaba cosa mala. Así que el destino nos mandaba señales, no sería el día de las iglesias, pero sí lo iba a ser de la piscina.

A las 16:15 estábamos ya en nuestro peculiar alojamiento y poniéndonos a remojo. No sabíamos la animada tarde que se nos presentaba. 
Digamos que el agua de la piscina no te permitía tomártelo como un SPA, había que estar en movimiento si se quería evitar que la piel fuera tornando a un tono azul. Pero no pasaba nada, los propietarios de la casa tenían una especie de sillas flotantes que eran todo un desafío para el ingenio, lo divertido no era estar sentados sobre ellas, era conseguir sentarse. Estábamos ahí peleando con los artilugios cuando vimos que llegaban unos nuevos clientes al alojamiento.
Captó nuestra atención la forma en que se saludaron con los propietarios, tal y como conversaban nos hizo dudar de si se conocían o no. A los pocos minutos, la nueva pareja baja a la piscina y allí nos encontramos los cuatro.

Esa pareja de irlandeses va repartiendo la cordialidad que ya demuestran sus habitantes cuando vas a visitarles a su país. Así lo percibimos nosotros un par de años atrás cuando hicimos nuestro viaje por Irlanda durante 15 días. Fluye la conversación entre los cuatro, bueno, a ver, he utilizado el verbo “fluir” como una licencia literaria, porque es sabido por aquí que cuando nos toca comunicarnos en otro idioma, todo puede pasar. Por otro lado, la conversación se dió dentro del agua, ellos acababan de entrar y parecían cómodos, pero nuestros labios azules y la sonrisa congelada que nos gastábamos eran símbolos de hipotermia en nuestros cuerpos, de los que no parecían percatarse nuestros compañeros.
Tras ese fresco y buen rato, a las 18:00 decidimos subir a la habitación a cambiarnos para bajar, antes de cenar, a volar un ratito el 
El dron lleva el mismo camino que el el GPS de montaña que regalé al que no escribe. Ambos han sido un regalo. Ambos tienen todas las papeletas del mundo para ser los típicos regalos que nunca se acabarán sabiendo manejar en condiciones.
Lo que no sabíamos es que la salida para volar al dron iba a llevarnos a la situación que nos llevó. 
Salimos al camino que llevaba a nuestro alojamiento, totalmente intransitado y rodeado de verdes valles, a despegar el aparatito y coger un poco de práctica. Era el primer vuelo que hacía el que no escribe fuera del modo principiante, y lo mandó al infinito hasta casi perderlo de vista. Una chulada.

Allí estábamos nosotros disfrutando del vuelo y de las imágenes desde las alturas de aquel lugar, cuando el sonido llama la atención del propietario de la casa, se acerca con cara de ilusión y nos dice que él también tiene un dron que le regaló su hijo hace tiempo, pero que no sabe cómo funciona.

En su mirada se podía leer que tenía ganas no de enseñárnoslo, sino de que le ayudarámos. En unos minutos reapareció con su dron, un mando, ninguna instrucción y una gran inconsciencia. Plantó el dron en su jardín y se puso a mover las palancas y a apretar todos los botones a la vez, mientras decía que no conseguía que se moviera. Y efectivamente, él apretaba todo y eso no se movía, no se movía hasta que en una maniobra mágica, con alguna combinación aleatoria de movimientos, eso despegó cuando menos lo esperábamos y vino directo hacia el que no escribe y hacia mi. Tuvimos que apartarnos como pudimos para esquivarlo y acabó estrellado contra unos matorrales detrás de nosotros, mientras, el hombre se partía de la risa.
Nos miramos con cara de incredulidad, el propietario del alojamiento parecía feliz en su hazaña sin ser muy consciente de que los drones los carga el diablo. Teníamos miedo. En el segundo intento de vuelo de manos de su propietario, el dron salió disparado haciendo una parábola contra la maleza de la parte baja de la casa, no vimos dónde, pero oímos el golpe.

Bajamos a buscarlo. Era una zona de campo, campo, con zarzas, madrigueras de topos y matorral espeso. Pensamos que ahí iba a ser imposible encontrar ese mini dron, porque sí, era muy pequeño. Hicimos una batida, como las que se hacen en las películas para buscar desaparecidos en el bosque, nos separamos para recorrerlo por zonas, principalmente nosotros dos, el hombre se quedaba misteriosamente atrás sin adentrarse mucho, pero sin parar de decir cosas que no entendíamos un carajo, pero, al menos en mi caso, no podía parar de reír porque me parecía tan surrealista la situación. Nosotros que aquella tarde nos las prometíamos tan felices con el dron, quién nos lo iba a decir. El hombre seguía hablando desde la distancia...
Por suerte para nosotros, el que no escribe fue iluminado por el azar y su pericia y encontró el dron cuando ya lo dábamos por perdido. Solo le faltaba una hélice, todo un milagro después de cómo sonó el golpetazo en la distancia. Es todo un héroe por encontrarlo en aquel lugar asalvajado. 

Para ese momento se había echado encima la hora de cenar. No nos olvidemos de que estábamos en una casa regentada por británicos y la puntualidad era sagrada .
No nos había dado tiempo a volar mucho nuestro dron, pero el rato que pasamos con el dron del anfitrión de la casa fue inolvidable, risas y adrenalina asegurada. 
Para cuando salimos de la aventura, llevábamos pegadas a las zapatillas mil bolitas de pinchos de esas de campo y pajitas como si viniéramos de una expedición. Pero no nos dio tiempo a liberarnos de ello, porque en el salón la pareja de irlandeses nos estaban esperando para cenar todos juntos. 
Desde luego aquel alojamiento estaba siendo una caja de experiencias. Allí estaba la mesa puesta y ellos con su sonrisa esperando a que llegáramos. Máxima concentración para entender un 30% y hablar un 10%. A ratos perdíamos el hilo, intentábamos disimular, pero son listos, los muy canallas, y nos pillaban siempre que no entendíamos claramente. La cena se hizo muy divertida, confirmando el carácter encantador de los irlandeses. Y rica, muy rica. Melón con jamón, pato con salsa de naranja y cheesecake. El pato totalmente espectacular.
Aquella noche acababámos de nuevo en la zona de la piscina, tumbados en la hamaca mirando las estrellas…. Bueno, vale, aquel día más bien quitándonos las bolitas esas de pinchos que se pegan a las zapatillas, que no nos habían dejado un minuto para hacerlo.

Al día siguiente volvíamos a Madrid. Hicimos una primera parada en la estación de Canfranc. Una estación actualmente cerrada y vallada a la que solo se puede acceder al interior a través de una visita guiada,. 

En nuestro caso solo estiramos las piernas acercándonos al anden, que es de acceso libre y disfrutamos del impresionante edificio de esta estación que comunicaba, Francia y España con una historia sobre sus muros y vías. Quizá algún día le dediquemos una entrada

Hicimos una parada en Jaca para que el camino se hiciera un poquito más corto. Aprovechamos para comer allí. Ya conocíamos su ciudadela de una parada que hicimos en otra ocasión. 

Así que, principalmente, lo que hicimos fue dar un paseo, entrar en su catedral, la cual tenía preparado para el día siguiente la reinauguración del órgano y estaban en plena afinación.

Y tras 20 días volvíamos a casa.
Bretaña y Normandía fueron los responsables de que acabáramos haciendo el descanso del viajero en este peculiar lugar. Una casa con unos anfitriones encantadores, él con ese sentido del humor británico y unas ideas de bombero, ella con una mano en la cocina espectacular y ambos con muchas ganas de acoger a sus clientes de una forma encantadora. 
Ese roadtrip por Francia nos llevó también a esta zona donde las estrellas parecían tiradas en el cielo por las noches, a puñados, donde el paisaje verde lo cubría todo, donde encontramos cascadas y muuucho chocolate. Algunos pueblos con encanto y, sobre todo, momentos tan divertidos… 
No había mejor forma de terminar unas vacaciones inolvidables de verano. 
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