Y llegamos a la Isla de los Pinos. La mañana se presentaba soleada con algunas nubes sueltas, pero el viento soplaba con fuerza así que ese iba a ser el principal motivo de preocupación para nosotros. La presencia del ciclón tropical "Luci", aunque bastante lejana aún, se dejaba sentir en forma de fuertes vientos que complicaba en exceso el desembarque en los pequeños tenders del Oosterdam, y al parecer era motivo de gran preocupación del capitán del barco como es lógico. De hecho el desembarco se llevó a cabo con cierto retraso sobre el horario previsto, pero finalmente pudimos desembarcar entre los primeros grupos de pasajeros a pesar de que las rachas arreciaban por momentos. Para agilizar el proceso no se permitió desembarcar a la tripulación del Oosterdam. Ya en el muelle del barco los tenders golpeaban violentamente con la estructura del mismo, y las olas superaban en ocasiones el nivel del muelle del Oosterdam mojándonos los pies en varias ocasiones, y eso que desde el puente de mando intentaban mantener el costado de babor a sotavento y lo más protegido posible. Es de agradecer el esfuerzo que la tripulación del Oosterdam hizo ese día para que pudiéramos disfrutar de una de las visitas estrellas del crucero, la Isla de los Pinos.
Resulta difícil describir tanta belleza natural concentrada en tan poco espacio. Quizás uno de los últimos paraísos del Pacífico que aún no ha sido invadido por el turismo y que permanece casi virgen. El muelle donde se desembarca en la isla está situado en la Bahía de Kuto, y la fotografía ilustra lo primero que nuestros ojos contemplaron de esta preciosa isla. Una larga playa de arenas blancas como si de harina se tratara, prácticamente desierta con unas aguas de un profundo azul turquesa y rodeada de vegetación y alguno de los típicos pinos columnares, endémicos de Nueva Caledonia. A pie de embarcadero un vistoso grupo de baile nos recibió ataviados con con sus típicas pinturas corporales y complementos de paja., todo un espectáculo visual.
Justo al otro lado de la península se encuentra otra nueva ensenada, la Bahía de Kanumera, donde crecen un buen número de pinos columnares, algo que explica el nombre de la isla y donde se acumulan troncos y raíces de árboles que denotan el carácter salvaje de estas maravillosas playas.
A pesar de que el Oosterdam arribó un día antes a la Isla de los Pinos debido a nuestra precipitada huida del ciclón "Lusi", las gentes locales de la isla tuvieron tiempo de preparar algunos puestos de comidas típicas que tenía un aspecto estupendo; tartas, buñuelos fritos, algún pastel parecido a una tortilla de patata e incluso carnes asadas al carbón, pero que no probamos ya que nada más desembarcar acabábamos de desayunar, y ya avanzada la tarde que es cuando regresamos al barco después de recorrer la isla ya los habían desmantelado.
Pero no todo funcionó como los puestos de comida o artesanía. Precisamente el hecho de llegar un día antes propició que otros servicios no estuvieran tan preparados, como por ejemplo que hubiera suficientes medios de transporte disponibles. Los pocos vehículos que se acercaron fueron objeto de codicia por los pasajeros que buscaban la forma de moverse por libre por la isla, y consecuentemente el exceso de demanda seguramente hizo que los precios de los servicios se inflaran de forma exponencial. Ante ese panorama tomamos la decisión de ir andando hacia el pueblo de Vao, que en principio se encontraba a unos seis kilómetros.
Un paseo agradable mientras estábamos protegidos por la sombra de los árboles, y que dejó de serlo cuando los árboles desaparecieron y caminábamos por la carretera bajo el intenso sol tropical que ese día cocía la Isla de los Pinos. Había llegado por tanto el momento de hacer dedo para ver si algún alma caritativa nos acercaba hasta el pueblo, y así ocurrió afortunadamente cuando un expatriado francés nos paró y nos acercó hasta Vao en un destartalado Renault Twingo con la pintura carcomida por el sol. Parece ser por lo que nos contaba que llevaba viviendo en la Isla de los Pinos once años, llevando una vida muy tranquila y apacible. Una vez nos dejó en el centro del pueblo continuó su marcha ya que debía atender unas gestiones que le llevarían una hora más o menos, no sin antes ofrecerse a llevarnos nuevamente hasta cerca del barco si estábamos en el cruce en una hora.
El pueblo de Vao es una pequeña población donde se concentran algunos de los servicios de la Isla de los Pinos. El edificio que más sobresale es la iglesia de Vao, levantada por los misioneros católicos que desembarcaron en la isla en 1840. Una iglesia colonial cuyos interiores me recordaron inmediatamente a otras iglesias visitadas en este viaje como la de la Isla de Lifou, donde se mezcla los símbolos católicos con la superstición y símbolos de la cultura Kanaka, y que son claramente apreciables en el púlpito y en la cruz de madera entre otros. Y es que los barcos tradicionales de vela y los tótem se mezclan de una forma natural con las tallas de Santos católicos.
En Vao la entrada de las casas suelen estar protegidos por vistosos tótem que protegen a los moradores de las mismas. Para mi gusto estéticamente resultan de lo más plástico y muy vistosos. Algunas de esas casas tienen una maravillosa arquitectura colonial que no deja indiferente a poco que te guste la arquitectura.
Otra edificación importante dentro de Vao es la escuela pública. En realidad son un conjunto de edificaciones dentro de una estupenda y amplia finca. Aquí los niños seguro acuden muy contentos a clase.
En este rincón de Vao se levanta un monolito con una placa con los nombres de los caídos por la Francia tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial. Al ser poco más de una veintena de nombres interpreté que debían ser oriundos de la Isla de los Pinos.
Y cómo no, uno de los servicios fundamentales es una oficina bancaria donde poder guardar los ahorros, o en su caso poder sacar dinero en su pequeño cajero automático. Como se puede apreciar en la fotografía en esta tranquila isla una oficina bancaria no necesita de grandes medidas de seguridad. Y casi habíamos consumido el tiempo que nos había dado el expatriado francés, pero resultó que al final cambiamos de planes. pero eso es otra historia para el siguiente capítulo de nuestras correrías por la Isla de los Pinos.