Son las cinco menos cuarto de la madrugada y el despertador suena estruendosamente en la mesilla de noche de nuestro camarote. A esas alturas ya ha amanecido aunque el Queen Mary II lleva navegando varias horas en la oscuridad de la noche por el Sognefjorden, o el Fiordo de los Sueños que, con sus 204 kilómetros de longitud, es el fiordo más largo de Noruega. En seguida nos desperezamos y acudimos al privilegiado mirador bajo el puente de mando que nos ofrece unas vistas panorámicas de casi 360 grados. El Queen Mary II está a punto de entrar en el fiordo Naeroyfjord, un estrecho brazo de mar que es Patrimonio de la Humanidad, con cumbres de más de 1200 metros de altitud y estrechos pasos de 250 metros de anchura en los que a veces parece imposible que un barco de estas dimensiones pueda maniobrar y navegar por estas tranquilas aguas. Me pareció simplemente espectacular contemplar la suavidad con la que la proa cortaba el espejo en que se había convertido la superficie del mar, y la delicada estela que dejaba tras de sí. Fue una experiencia única e inolvidable y eso, a pesar del frescor de las primeras horas de la mañana, y el destemple de nuestros cuerpos, propio de haber dormido escasamente cuatro horas.
La navegación por el Naeroyfjord discurrió a lo largo de más de tres maravillosas horas, entre estrechos pasos, multitud de pequeñas aldeas, algunas encaramadas en salientes de las laderas de las montañas, cascadas que se precipitaban al mar desde centenares de metros de altura. La luz iba cambiando por momentos, las nubes abrazaban las cumbres de los picos ,y el sol del amanecer se colaba tímido a medida que brumas y nubes se iban disipando, brindándonos imágenes de postal. Si que nos sorprendió que toda esa maravilla natural la disfrutáramos a penas un puñado de extasiados pasajeros. Una de las cosas en las que pensábamos en esos momentos era intentar imaginarnos esas mismas aldeas sumergidas en plena temporada invernal, y no fuimos capaces de visualizar en nuestra mente las durísimas condiciones a las que se deben enfrentar en invierno. Nos estábamos acercado al destino final de ese día, Flam. Aprovechamos el momento para bajar a desayunar al restaurante Britannia y así coger fuerzas para el resto de la mañana y, de paso, intentar recuperar un poco la temperatura corporal que habíamos dejado perdida por las cubiertas del barco.
Al hilo del recorrido del tren, éste atraviesa praderas, valles, largos túneles, cascadas como la de Kjos-fossen, en la que el tren hace una parada de unos minutos, y donde unos actores disfrazados de mujeres con peluca rubia ofrecen un espectáculo chabacano que casi estropea la belleza del lugar, todo combinando espectaculares vistas y con una impresionante ingeniería de casi cien años de antigüedad.
Coloridas granjas y la iglesia de Flam, una edificación de madera del año 1667, con el pequeño cementerio a su alrededor. Un lugar bonito y tranquilo donde descansar...incluso para siempre.
Aprovechando que la escala era larga, una vez que regresamos de nuevo a Flam visitamos el museo del ferrocarril, dimos una pequeña vuelta y pudimos tomar un modesto almuerzo. Aunque en cierta forma me tentó la idea de contratar un safari en neumática por el fiordo, o bien alquilar unas piraguas, lo dejamos aparcado para la próxima vez que regresemos al Fiordo de los Sueños. Eso sí, cómodamente sentados frente al Queen Mary II, contemplamos el paisaje que nos rodeaba y no le vimos muy diferente al de algunos lagos de Suiza o Austria, excepción hecha de las 150.000 Toneladas de barco allí atracado, y del agua salobre del fiordo.
En Flam me busqué mi 'púlpito' particular para contemplar la grandiosidad, y al mismo tiempo la pequeñez del Queen Mary II en medio de esas imponentes laderas.
Caminando por el sendero de Myrdal a Vatnahalsen. Algunos viajeros del tren procedente de Bergen bajaban hasta Flam por el sendero, bien en bicicleta o bien caminando. Son 21 kilómetros de naturaleza pura que algún día me gustaría recorrer.
Por el camino se atraviesan puentes destartalados en medio de una naturaleza abrupta y exuberante.
El Flamsbana a punto de entrar en el túnel que da a la cascada de Kjos-Fossen.
Parada del tren de Flam en la cascada Kjos-Fossen. Allí pude admirar más de cerca y con tranquilidad la colosal obra del túnel. Espectacular obra para principios del siglo XX.
Esta es de Myrdal. A pesar de estar a menos de 900 metros de altitud sigue habiendo neveros en agosto.
Despidiéndonos de Flam.
El pequeño c. COLUMBUS de la Hapag Lloyd que nos acompañó en la escala se preparaba para partir detrás nuestro.
Afortunadamente, el buen tiempo también nos acompañó en la partida de Flam. Al día siguiente nos esperaba Stavanger.