Rubén Castillo
El pasado 4 de julio de 2018, la agencia de noticias AP
publicó desde Bogotá que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, planteó el año pasado la idea de una intervención militar en Venezueña en reuniones a puerta cerrada con sus principales funcionarios y asesores y con presidentes de la región en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Recordemos, también, que en una conferencia de prensa el día 11 de agosto de 2017, el mismo Trump aseguró que la
opción militar estaba abierta para nuestro país. Luego de esta declaración, el presidente Nicolás Maduro, partiendo de la doctrina militar y enfoque de seguridad y defensa vigente en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), giró una serie de instrucciones para desarrollar un conjunto de ejercicios, en unión cívico-militar, como respuesta ante estas agresiones.
Dicho esto y revisando los precedentes del gobierno estadounidense en la región y en el mundo, y comprendiendo la estrategia de ablandamiento aplicada al país en el ámbito económico, financiero y propagandístico, una intervención militar a nuestro territorio no está descartada. “Todas las opciones siguen sobre la mesa” en torno a Venezuela, donde se incluye lógicamente la militar, según el mismo presidente Trump en el marco de la 73° Asamblea General de la ONU.
De este supuesto se desprenden algunas interrogantes: ¿Está capacitada nuestra FANB para responder a un posible ataque por parte de los EEUU?, ¿cuáles serían los posibles escenarios de intervención que utilizaría? Y por último, ¿cuáles de estos teatros de operaciones se desarrollarían y cómo actuaría Venezuela?
Doctrina militar bolivariana, prospectiva del conflicto y enfoque estratégico
Desde la llegada de Hugo Chávez en el año 1999, el paradigma militar venezolano dio un vuelco de 180 grados. El Comando Estratégico Operacional de la FANB
destaca que la doctrina general vigente del ejército venezolano se basa “en el pensamiento militar bolivariano, bajo la concepción estratégica de la guerra popular prolongada, con el fin de llevar a cabo con eficiencia los procesos de planificación, conducción y ejecución de las operaciones de defensa militar, cooperación en el mantenimiento del orden interno y participación activa en el desarrollo de la nación”.
Este nuevo planteamiento de defensa nacional, que desde la llegada de la Revolución Bolivariana se ha vuelto integral en todos los ámbitos que corresponden a la soberanía, fue acompañado con una serie de elementos armamentísticos diseñados para enfrentar el posible escenario de una guerra asimétrica o convencional por parte de actores externos.
Durante la última década, paulatinamente, el equipamiento de defensa militar venezolano se fue renovando hasta el punto de tener capacidad de negar el espacio aéreo a cualquier tipo de aeronave que quiera sobrevolarlo sin plena autorización.
Pero mas allá del hecho de haber modernizado todo nuestro sistema de armas, más allá de todos los ejercicios militares que realizamos dentro o fuera del territorio, nuestra mayor ventaja estratégica recae en el conocimiento de las amenazas, en la sistematización de posibles escenarios bélicos a los cuales podríamos enfrentarnos, en distribuir de manera eficiente la defensa del territorio a través de una estrategia de Defensa Integral Escalonada, propiciada de mayor a menor escala por las REDI (Región de Defensa Integral), las ADI (Aéreas de Defensa Integral), las ZODI (Zona de Defensa Integral), y finalmente, las ZOSE (Zonas de Seguridad).
Esta prospectiva del conflicto tiene en su enfoque operacional la guerra de desgaste o de trincheras, donde el enemigo es enfrentado de manera escalonada y punzante, destacando que cada estrategia de defensa varía según el territorio al cual se encuentre asignado determinado componente. Esto responde a la máxima militar del aprovechamiento del territorio y de su comprensión para mejorar la eficiencia del combate, y es aplicado en caso de un escenario de ocupación por fuerzas exógenas.
En ese sentido, la FANB reconoce que el enfrentamiento bélico, como continuación de la política por otros medios, puede variar en sus formas, dependiendo de la naturaleza cambiante de la política y de la sociedad en la que se libra. De esta manera puede identificar el punto de equilibrio donde se maneja el ejército agresor, para así con el mínimo de bajas, pérdida de recursos y adaptando los recursos disponibles, obtener un ventaja en un enfrentamiento con una modalidad específica.
Escenarios de intervención vs. capacidades de la FANB
En este aspecto, debemos dejar claro que desde varios años, Venezuela vive un proceso de intervención escolanado; sólo que la última fase, la militar, aún no se ha desarrollado y todavía se emplea a modo de amenaza.
Esto es así no porque Estados Unidos, como fuerza militar, carezca de los recursos para llevarla a cabo. Cuenta con todo el andamiaje militar y logístico, solo que como es costumbre, su ejército no va a la guerra si en el país objetivo existe un aparato de defensa organizado y capaz de repeler o resistir prolongadamente la intervención.
Para eso solo hay que revisar la historia reciente: Afganistán, Irak, Libia, Siria, entre otros casos de época reciente. En estos países la intervención militar se realizó luego de que el componente militar de la nación fue desmoralizado y debilitado desde sus estructuras internas, o previamente desgastado por conflictos armados internos de naturaleza mercenaria y terrorista, también propiciados por Estados Unidos, con el objetivo de neutralizar las capacidades defensivas del país objetivo.
En lo que respecta a Venezuela, y teniendo en cuenta el margen de error que implica toda proyección, la intervención podría darse bajo la hipótesis de tres escenarios. Todos y cada uno de ellos, también, conllevan un escenario de respuesta de la FANB.
Bombardeo por Saturación y Guerra Relámpago
Este escenario, aunque muy apetecible para las fuerzas enemigas, debido a que basa su estrategia en el llamado “fuego de ablandamiento” que permite reducir las bajas a cero por ser ataques a distancia, en estos momentos representa el mayor escollo y la estrategia más difícil en un eventual ataque militar.
Esto debido a que las condiciones militares y geoestratégicas que posee Venezuela en la actualidad, no se lo permiten. En lo que respecta a lo territorial, nuestro país cuenta con un sistema de defensa escalonada, conformado por un sistema de
defensa antiaéreo de los mejores del mundo, el cual ya ha sido testeado por las fuerzas militares estadounidenses en otras latitudes (Siria, por ejemplo) con resultados adversos.
El costo político y mediático de una intervención a gran escala por esta vía es muy alto debido a que representa una alta probabilidad de fracaso. Hoy nuestro país cuenta con equipos que detectan la presencia enemiga en mar y aire a un mínimo de 300 km en línea recta y con un techo que ronda los 25 mil metros de altura. Acompañados de aviones Su-30MK2, los cuales poseen la capacidad de enfrentar a cualquier enemigo antes de que invada nuestro espacio aéreo, la tesis de la Guerra Relámpago (ocupar el país intervenido en pocos días con el mínimo de bajas) es altamente complicada llevarla a cabo, a lo que también se suman los focos de resistencia civil y militar que puedan encontrarse en una fase siguiente de la intervención.
La adquisición hace varios años del sistema de defensa antiaérea S-300VM de medio alcance, hace que Venezuela cuente con un sistema de defensa antiaérea escalonada integrada por cañones antiaéreos ZU-23, sistemas de misiles Buk-2M, Pechora-2M y S-300VM rusos, capaces de interceptar toda clase de objetivos, sean misiles o aviones en un rango de hasta 200 kilómetros. Este factor defensivo complica la efectividad de una eventual campaña aérea contra el país.
Intervención por la frontera
Existe la probabilidad de que una intervención militar pueda ser llevada a cabo dentro de la triple frontera que posee nuestro país con Brasil, Colombia y Guyana. Una invasión militar en esta ubicación sólo sería factible con el ejército colombiano, y esto responde a una razón geográfica específica: es la fuerza militar más cercana a la capital de la República y con mayor facilidad de acceso, por existir vías de comunicación que así lo permiten.
Sin embargo, la renuencia de Brasil a aceptar que una intervención en Venezuela y el papel casi irrelevante de Guyana en la etapa actual del conflicto político, supone que es Colombia por donde podrían venir los primeros tiros.
Específicamente en Colombia la cuestión opera con una lógica diferente. Aún contando con el apoyo de bases y personal militar estadounidenses en su territorio, en lo operacional tendrían que lidiar con el papel que desempeñarían diferentes grupos armados que hacen vida en esas zonas próximas a la frontera venezolana, como por ejemplo los otros grupos de la denominada Autodefensa Colombiana y las Bacrim, quienes también defenderían sus intereses y zonas de influencia en caso de un conflicto iniciado en espacios que consideran sus territorios exclusivos.
Ahora, en términos de capacidades militares de ambos países, según el prestigioso portal militar Global FirePower, en su
ránking del año 2018, Venezuela y Colombia están virtualmente empatadas en poder de fuego y capacidades militares. Sin embargo, en renglones más específicos, Venezuela
lleva la delantera. Mientras el país posee 696 tanques de combate de distintos tipos, 57 vehículos de artillería autopropulsada y 52 lanzacohetes (tipo Smerch), Colombia no posee unidades de estos equipos clave para combates terrestres convencionales o asimétricos.
En términos de aeronaves de combate y artillería remolcada, Colombia supera en número, sin embargo, la calidad de los equipos rusos adquiridos por Venezuela en esos renglones demuestra mayor capacidad que los estadounidenses comprados por el vecino Estado.
En defensa antiaérea,
para el experto en conflictos de la Universidad de Rosario, Vincent Torrijos, “Colombia no posee un sistema de defensa antiaérea creíble”, lo cual contrasta enormemente con las capacidades adquiridas por Venezuela en este campo desde hace varios años. Entendiendo esta debilidad y actuando a destiempo, el general José Mauricio Mancera, jefe de planeación estratégica de la Fuerza Aérea Colombiana, indicó que es necesario que el país vecino adquiera un sistema antimisiles para tener una “política netamente defensiva”.
Esto, aunado a la capacidad de defensa regional que instalada a partir de la conformación de redes de defensa integral, el conocimiento del territorio y el apresto operacional para la contención de un ejército de ocupación utilizando la guerra asimétrica, ponen en riesgo la efectividad de cualquier intervención militar que provenga desde Colombia, dadas las ventajas con las que cuenta Venezuela.
Pero más allá de estos aspectos, una de las máximas en cualquier guerra consiste en que se debe poseer el mayor control de las variables estratégicas que permitan inclinar la balanza de forma favorable, y por ahora ni Colombia, ni Estados Unidos, tienen control total de factores que van desde la geopolítica, la disposición al combate real y la deriva interna estadounidense.
Otro aspecto medular que podría limitar el alcance de una intervención por la vía de Colombia, consiste en la preparación de la FANB en la defensa del territorio, sus altos niveles de articulación y su alta carga moral, que en esa relación costo beneficio, influiría de manera decisiva a nuestro favor.
Intervención militar mediante factores irregulares o terroristas
El costo político, estratégico y también económico de las anteriores formas de intervención, podrían abrir el escenario de una mediante tácticas terroristas.
En el marco del Plan de Recuperación, Crecimiento y Prosperidad Económica, una de las acciones tomadas por el gobierno venezolano va dirigida a equiparar el costo de la gasolina a precios internacionales, con lo cual las estaciones de servicio, cisternas de combustible y otros componentes de PDVSA, podrían transformarse en objetivos de ataque.
La regularización de la venta de la gasolina y la afectación del contrabando podrían precipitar la activación de grupos armados vinculados al narcotráfico del lado colombiano, quienes son los principales beneficiarios de este negocio. El ensayo, hace poco más de un mes, de desgarrar el puente sobre el Lago de Maracaibo, unido al magnicidio en grado de frustración contra el presidente Nicolás Maduro, son señales de que el modelo de intervención mediante guerra no convencional se encuentra en agenda.
Ante esto, no es casualidad que grupos paramilitares como el Tren de Aragua emitiera hace pocos días un comunicado declarando una guerra frontal contra los cuerpos policiales, justo en el momento donde las tensiones con Estados Unidos están en su punto álgido.
El sabotaje permanente al sistema eléctrico nacional, el aumento de la violencia en la frontera colombiana por el conflicto de intereses entre paramilitares y hechos aparantemente aislados como el hallazgo de una
fábrica clandestina de municiones en Cabudare, estado Lara, nos indican que la vía irregular podría estar siendo tanteada y financiada tras bastidores ante la ausencia de una opción electoral o políticamente viable para sacar al chavismo del poder en el mediano plazo.
En este sentido, el aparato de inteligencia y de seguridad interna (SEBIN, PNB y GNB) ha jugado un rol importante en desarticular acciones de este tipo, a través del posicionamiento táctico y manejo de información anticipada, ejecutada eficientemente por la Fuerza de Acciones Especiales (FAES), como ya sucedió en enero de este año en El Junquito, estado Miranda, con el desmantelamiento de la célula terrorista de Óscar Pérez.
Por los bajos costos en lo político, económico y logístico que representa para Estados Unidos, el terrorrismo podría ser una opción a utilizar para precipitar mecanismos de intervención militar en Venezuela, lo que tampoco tiene garantizado el éxito dadas las capacidades del aparato de seguridad nacional para desarticular factores mercenarios y cómo ha tomado las lecciones que han dejado este tipo de injerencias en Irak, Siria y Libia, recientemente, para lograr una mayor eficacia en la anticipación y detección de amenazas.
Cerrando
Debemos considerar que, para el gobierno venezolano, la geopolítica es asumida también como una política de defensa que influye notoriamente.
En las decisiones que lleven al gobierno de los Estados Unidos a tomar la decisión de una intervención militar, las asociaciones económicas con China y Rusia en Venezuela juegan un papel clave, pues supone un enfrentamiento indirecto con potencias crecientes en lo financiero y militar. Un factor de disuasión que influye fuertemente.
La estrategia venezolana de integrar su política exterior a la de China y Rusia ha sido de las más acertadas llevadas a cabo en esta etapa del conflicto. Esto lo confirma la reciente gira del presidente Nicolás Maduro a China, la llegada a costas venezolanas de su buque hospital “Arca de la Paz” y la reunión bilateral con el canciller ruso, Serguéi Lavrov, antes de su discurso ante la plenaria de la Asamblea General de la ONU.
La proyección de Maduro como interlocutor entre potencias en pugna y el uso de los recursos energéticos nacionales para generar contrapesos y equilibrios geopolíticos que limiten los alcances de la agenda de intervención, es una consecuencia visible de una estrategia pensada para evitar la guerra como concepto estratégico, al mismo tiempo que se mantiene la ofensiva política y la disposición al combate.
Es aquí donde Estados Unidos tiene quizás el obstáculo más grande a sortear, si desea seguir adelante en su plan de agredir la soberanía venezolana: ¿cómo intervenir en Venezuela sin inaugurar un nuevo frente de confrontación semidirecta con Rusia y China, en un momento donde están a la ofensiva y cada paso en falso de Washington es utilizado para doblegar la hegemonía estadounidense?
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