En esta segunda entrega de "Escenas ¡a escena!" hemos querido recuperar tres secuencias imperdibles. Cada una en su género y que bien por un motivo estético o metafórico, tienen un espacio en esta sección. Desde la gélida pero latente Déjame entrar (2008) hasta la pasional y envolvente Moulin Rouge (2001), sin olvidarnos de los pétalos más famosos de las últimas década en American Beauty (1999)
AVISO Escenas ¡a escena! no viene a ser un monográfico de cierto director o actor. No responde a ningún criterio ni orden más allá del personal. Lógicamente serán escenas analizadas e incluyen spoilers, por lo que si alguien quiere disfrutar de ellas, servidor recomienda el visionado de la película a la que pertenecen.
DÉJAME ENTRAR, de Tomas Alfredson (2008)
Partiendo de mi pasión por las escenas incómodas tengo que reconocer que en muchas ocasiones la angustia llega de la forma más previsible y aún así las celebro. Sin embargo en otras, las que menos, el bruxismo que provocan deja huella. Aquí recuperamos una de ellas. Ya hace casi cinco años que las historias de vampiros volvieron a la primera plana del panorama cinéfilo aunque con diferencias evidentes entre ellas. Una de esas distinciones la marca el estilo que reina en esta cinta sueca y como muestra esta escena. Escasos elementos perfectamente orquestados para conducir la angustia hasta la meta del amor incondicional entre Oskar y Eli. Vale que estamos ante el nacimiento de un amor adolescente que no encuentra del todo su sitio pero ante semejante declaración sólo queda enmudecer y disfrutar de un relato sumamente elegante, un cuento con miradas que caldean el gélido ambiente sobre el que existen.
AMERICAN BEAUTY, de Sam Mendes (1999)
La ópera prima de Sam Mendes aglutina en su haber decenas de secuencias que escupen verdad pero la que rescato es ante todo el mayor paradigma de lo que su cineasta retrata en esta sátira sobre el american way of life. En ella vemos como Lester, un antihéroe en plena crisis de los 40, despierta del sueño americano en que se ha convertido su vida, vomitando una retahíla de certezas ante la atónita mirada de Carolyn. Una esposa, vacía por dentro, escaparate de la hipocresía ferviente cada vez más cercana. Aquí vemos los últimos coletazos de esperanza que alberga Lester al intentar reconquistar a su mujer y ver que aún puede salvar lo que ya creía perdido. Escasos segundos de optimismo que se desvanecen como la cerveza que protagoniza la vuelta a la realidad.
MOULIN ROUGE, de Baz Luhrmann (2001)
Tecnicamente es perfecta. No caben reproches a este torrente de imágenes incesantes. Un ritmo trepidante. Un efectista montaje con un empleo del sonido y la iluminación que envuelven la deshonra de Satine y la angustia de Christian. El a golpe de voz le reprocha a su amada que venda su cuerpo. La respuesta de ella es la resignación.
Sólo a una mente creativa como la de Luhrmann se le puede ocurrir mezclar un tango con el tema "Roxanne" de The Police y salir a hombros de esta plaza en la que los vítores enseguida se dejaron oír. La intensidad de cada mirada, de cada paso, de cada palabra se funden en una delirante escena imborrable de nuestra mente.