Cualquiera que lea estas líneas pensará que están escritas en estos días, hasta llegar a la cita sobre el autor, cuando comprueba con asombro, que tienen una vejez de más de un siglo, hace 101 años que don Benito las escribía. Es terrible que España no disponga de gentes mas preparadas y honradas y menos chorizos; ¡pobre España, tan gloriosa y tan zaherida, que no logra recuperarse ni reponerse!
Hoy en el 2013, se halla aquejada por una esclerosis múltiple de variada patología económico-social, político-institucional y educacional. La situación española es de cuidado, crítica dirán muchos. Ello se debe al cataclismo económico, a la insistente tensión secesionista, a la desafección fría por el europeísmo y a una moción general de insolidaridad; el fervor que suscitó la Transición y la adhesión a Europa se han esfumado. Vivimos, dice García de Cortázar, el “invierno moral de nuestro descontento”; se ha perdido el entusiasmo por los pactos y renuncias del 78, que generaron el espíritu democrático y la tolerancia, fruto de una refinada cortesía que impuso un serio talante del deber y de entrega; se ha desvanecido aquella algazara y ha sobrevenido el pesimismo; no se creía esto, la democracia parecía otra cosa y es que según el poeta, “la triste historia de España siempre termina mal”; el constante subterfugio a los imaginarios agravios que exhibe el virulento nacionalismo está manifestando, dice Cortázar, un patente fracaso y unas entidades autonómicas sobredimensionadas y pluridentitarias; el desarrollo del Estado de las Autonomías es un factor principal de la decepción española. La identificación española venía existiendo desde muy antiguo, pero los atributos nacionales no se consolidaban; el absolutismo monárquico con una persecución feroz de aquello que oliese a modernidad o liberalismo, arruinó el embrión gaditano de nacionalismo integrador y así, lo proclama la Constitución de 1812, en el art. 3º: “La soberanía reside esencialmente en la Nación”.
Cánovas quiso crear una España equiparada a Europa, sustentada en una democracia limitada y con alternancia parlamentaria, pero feneció por el caciquismo, la corrupción galopante y la ineficacia del Estado. Así, el desastre ético e institucional, la infortunada crisis económica y política, el repudio ciudadano de sus organismos y representantes, el entramado autonómico y su cuadruplicada administración, la desolación escolar y universitaria con el fracaso de varias generaciones de escolares, vienen a confirmar, que lo incoado por la Transición ha abocado a este desbarajuste político del gasto, el derroche descomunal y la corrupción generalizados y que tienen a gran parte del pueblo entristecido y empobrecido.
C. Mudarra