Al final hubo 9-N, aunque no fuese el inicialmente proyectado por Artur Mas. Al final los catalanes pudieron votar, aunque fuese sin censo, sin ningún tipo de posibilidad de conversión en un referéndum vinculante y sin garantías. Al final el Govern no se inmiscuyó y todo el proceso estuvo en manos de voluntarios de la sociedad civil, aunque tras el acto la Generalitat se encargó de anunciar los resultados. Y entre la polvareda muchas dudas y preguntas que responder, aún con un acto cuyo mayor peso radica en lo simbólico.
Dos lecturas pueden hacerse, cada una beneficiando a una de las partes. La primera, desde el punto de vista de CIU-ERC-CUP y todos aquellos ciudadanos catalanes que no se sienten parte de un proyecto de España unida, de una u otra forma, es que más de 2,2 millones de personas han acudido a votar en esta “demostración”, y de ellas el 80,76%, o lo que es lo mismo 1,8 millones, han dicho que “Sí-Sí” en la pregunta planteada. Lo que puede decir el gobierno de Mariano Rajoy, sin embargo, es que en realidad estos casi 2 millones de votos no son, ni de lejos, una mayoría para construir la independencia, no digamos una cualificada. Ambos bandos se aplauden satisfechos, ¿pero qué puede esperarse ahora?
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que esto no ha sido una votación oficial, y por tanto carece de ciertos elementos tanto en el nivel material como en el de los sentimientos o “intelectual”. Entre los primeros podemos decir que no ha habido observadores, que el recuento de papeletas se ha llevado a cabo por voluntarios (cuya tendencia sabemos) y que sin censo y con votantes de más de 16 años (y no 18) los datos se pueden distorsionar bastante. Entre los segundos está el hecho de que el acto es puramente simbólico, dado que no tiene ninguna validez legal, y eso puede tanto fomentar el “voto de castigo” como la no participación de algunos desencantados. A esto volveremos más adelante porque es una de las partes más pantanosas del análisis de la consulta.
Tomando como buenos los datos del INE que han ido apareciendo en varios periódicos españoles, con unos 6,2 millones de personas que podían ejercer su derecho al voto lo han hecho un 34-35% (El País habla de 35,9%). Las cifras son inferiores a las de las elecciones autonómicas y europeas, pero demuestran una cosa: hay un gran grupo de ciudadanos que apuestan por la independencia, ya sea como forma de “cambiar las cosas” o por desapego hacia España, y lo han querido demostrar con 1,8 millones de papeletas en ese sentido. Sin embargo, y volviendo a las dos lecturas, podemos pensar que al menos el 95% de los que desean la independencia habrán ido a votar, dado que el 9N era el símbolo perfecto ante España y el mundo de su reclamación al gobierno central.
Sin embargo no es tan fácil extrapolar esto a una consulta oficial. Por las redes se han difundido los datos de participación en los referéndums de Escocia y Quebec, respectivamente, el primero con un 84,59% y el segundo (hablo del de 1995) un 93,52%. ¿Qué ocurriría con una consulta “pactada” en España?. El censo electoral, según datos del INE, frisa los 5,5 millones de potenciales votantes. Sabemos también que estos procesos suelen atraer una alta participación (al fin y al cabo lo que está en juego es el futuro de una Comunidad Autónoma y un País, en este caso) y que muy probablemente los 1,8 millones de votos independentistas sean el mínimo que estos obtendrían en esta hipotética votación. Eso deja 3,7 millones de electores, a sabiendas de que no habrá un 100% de participación. En las últimas elecciones autonómicas entre Ciudadanos, PP y PSC sacaron 1.271.395 votos (746.688 si descontamos al “ambiguo” PSC), por lo que quizás un millón de votos sería el “suelo” para los unionistas.
Ahora bien, estos merecen comentarios aparte. El primero es que seguirían quedando unos dos millones y medio de ciudadanos que podrían ejercer su derecho al voto, y volviendo a la alta importancia de un referéndum es bastante dudoso que se quedara más de un millón de ellos en casa. El segundo es que dado que se puede elegir “Sí-No” o “No” como fórmula de “Unionismo” las posibilidades se multiplican y permiten incorporar a potenciales votantes de PSC, ICV o Podemos que abogaran por la “salida federal”. El tercero es que, salvo sorpresa increíble, la gran mayoría de los independentistas han ido a votar al 9N, por lo que más o menos se dispone de un baremo en el que moverse a la hora de calcular su fuerza relativa (Entre los 1,8 y los 2 millones de votos). Y por último los efectos que puede producir una consulta vinculante, como ya se mencionó antes. No es lo mismo echar un voto de protesta que tomar una decisión que ata a tu comunidad, y es más probable que pueda echarse atrás el que voto “Sí-Sí” que el que dijo “Sí-No” o “No” directamente. La otra cara de la moneda sería una mayor participación de independentistas por encontrarse por fin ante una oportunidad vinculante, considerando que el 9N fue una farsa, pero dado el simbolismo de lo mostrado el domingo esto también parece poco probable.
Descrita, como buenamente se puede, la realidad y alguna hipótesis sobre consultas pactadas toca imaginarse el escenario que se abre ahora. Teóricamente Rajoy tiene dos semanas para mover ficha y recoger, o no, el guante que le ha lanzado un Mas que habla de “plesbicitarias” salvo que se haga una consulta legal y pactada. A mí, personalmente, me parece una forma de escurrir el bulto del President frente al crecimiento de ERC (que según las encuestas lo superaría si no van en esa hipotética lista conjunta). Con una consulta legal logra “que Cataluña vote” y probablemente consiga renegociar el modelo del Estado. Esquerra, por su parte, quedaría en una posición difícil: si se llegara a votar y la opción soberanista fuera derrotada, ¿cómo se sostendría su pacto con CIU? Terminada la unión y el “biscotto” por la independencia (Escenificada ayer, por cierto, en el abrazo entre David Fernández de las CUP y Artur Mas) tocaría liderar la oposición contra unos presupuestos y políticas que pueden desgastarlos si no alcanzan el objetivo final de la independencia.
Y enfrente Mariano Rajoy, imperturbable ante todo lo ocurrido, y que tiene ahora una oportunidad para neutralizar el problema catalán pero se encuentra atenazado por las dudas. Sabe que una consulta legal, a tenor de los datos que se manejan, podría suponer desactivar el independentismo, pero también es consciente de varios problemas: ¿qué ocurriría si el “Sí-Sí” diera la sorpresa, venciera y lo dejara como el presidente que “rompió la unidad de España”?, ¿aceptaría ese riesgo?, ¿si ganara el unionismo pero el “Sí-No” triunfara sobre el “No” u obtuviera un considerable porcentaje de votos, cómo reaccionaría su partido ante una hipotética reforma constitucional?, ¿se le echarían encima por, precisamente, poner en peligro la unidad de España?, y terminando con uno de los eternos dilemas del multiculturalismo en las sociedades democráticas, ¿podría garantizarse que la victoria unionista y una reforma de la Constitución supondrían el final, durante bastante tiempo, de los reclamos independentistas o solo otra concesión para seguir incrementando su peso en la sociedad?, ¿cómo reaccionarían las demás Comunidades Autónomas y qué implicaría esto para el modelo territorial y de organización de España?
Sea como fuere la pasividad no parece una opción. Quedarse quieto implica seguir regalando “votos de castigo” e independentismo con vistas a un futuro mejor que no se percibe en España. Yerran aquellos que consideran que las naciones son entes existentes desde siempre y poseedores de voluntad, y por ello fomentar el desapego hacia lo que no deja de ser un proyecto común y una construcción social no ofreciendo ninguna esperanza de mejora o de satisfacción de demandas hace que la gente se eche en brazos de otro constructo. Perdida la batalla en el terreno del lenguaje (logrando que CIU-ERC se apropiaran del “Sí”, de la deformación del “Derecho a decidir” de las Naciones Unidas y permitiendo que calara el mensaje de que “democracia es solo votar”) toca hacer valer democracia y estado de derecho y ser valeroso ante los cambios que puedan tener que venir a nuestro país. Como ya dije en otro artículo, parece lo necesario para renovar un proyecto de nación que ahora mismo se ha gripado y volver a vencer en el “Plesbicito diario”. Yo sigo creyendo en España.
“On ets, Espanya? No et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua que et parla entre perills?
Has desaprès d´entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!”
Joan Maragall