Escraches

Publicado el 11 abril 2013 por Abel Ros

Los escraches son la viva manifestación de una sociedad indignada con el organigrama formal del Estado


os escraches, o dicho de  otro modo, el traslado de la indignación ciudadana a los portales de la calle, se ha convertido en una práctica habitual en el malestar del día a día. Escraches contra diputados, banqueros, profesores y todo lo que suene a poder, ponen de relieve para el sociólogo de hoy, la ineficacia de los mimbres tradicionales para la consecución de los fines civiles. Es precisamente,  la frustración ciudadana ante los abusos de las mayorías, la que mueve al descontento civil a ejercer su derecho de reunión en el ámbito de lo privado. Los "maquis" del ayer – decía esta mañana, el rojo de Andrés – son los escrachadores de hoy. Mientras las resistencias franquistas transitaban por las montañas más densas y rocosas de Galicia y León, los enfadados del presente- desahuciados, jubilados, parados, etcétera - utilizan los adoquines urbanos para conseguir, con la molestia de su presencia, lo que no han conseguido con la fuerza de las urnas.

Cuando la política no cumple con las expectativas ciudadanas – en palabras del filósofo –  emergen mecanismos psicológicos en la idiosincrasia de los pueblos para expulsar la ira que recorre el enojo de sus adentros. Es precisamente el estallido de la frustración reprimida, la que invita al indignado de Hessel a visibilizar su descontento político ante los ojos de sus élites. El escrache sirve al ciudadano para trasladar su incomodidad vital al bienestar de los elegidos. Gracias a estas medidas – criticadas por unos y aplaudidas por otros – el pueblo manifiesta en el asfalto aquello que no puede hacer en las alfombras de los leones. El cruce de las líneas que separan lo formal de lo informal, son las que ponen sobre la mesa las debilidades del pacto social. El mismo pacto que tanto defendió el ilustrado francés para domesticar a las fieras de Hobbes.

El derecho de reunión e intimidad, o dicho de otro modo, la visibilidad de la queja  en las esferas de lo privado sitúa al discurso racional de las élites tóxicas del poder en las fibras sensibles de la gente. El enfado del desgraciado con las políticas de sus elegidos ha cambiado los silencios de la almohada por los ruidos de la calle. Mientras hace unos años, los sindicatos eran los encargados de canalizar formalmente las sumas individuales. En días como hoy, el fracaso de las Huelgas Generales y las "mareas" han hecho que el ejercicio del derecho de reunión y manifestación adquiera nuevas formas de expresión a las acostumbradas. Nuevas formas basadas en el poder de la molestia y la agudización de sus mensajes en el centro de las dianas. El escrache desnuda el misticismo que envuelve la figura del político y lo convierte en el responsable principal de las desgracias mundanas. 

El escrache sirve al ciudadano para trasladar su incomodidad vital al bienestar de los elegidos

La medida del Ejecutivo para poner tierra por medio entre los escrachadores y escrachados, conjuga la compatibilidad entre reunión e intimidad en el campo de batalla. Los 300 metros, decretados por la Derecha, para legitimar el ejercicio y respeto de sendas libertades alivian los síntomas del enfermo pero no cura la herida abierta en el seno de sus pulmones. No cura, decíamos atrás, las grietas de una democracia caracterizada por el exceso de representatividad y deficitaria en cuanto a canales directos de expresión social. Cada día que pasa – decía el nostálgico de Grecia – el pacto social de Rousseau ha cambiado la esencia de los acuerdos por la sustancia de los decretos. Los escraches son la viva manifestación de una sociedad indignada con el organigrama formal del Estado.
Una guerrilla urbana formada por filas de hombres humildes y líderes informales procedentes del desánimo. Ciudadanos que han dicho NO a los abusos de poder del sistema establecido.

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