Escraches o el árbol del ahorcado

Publicado el 29 marzo 2013 por Romanas


 Toda la prensa de la derecha se ha levantado como un sólo hombre contra los escraches que el pueblo está colgando en las fachadas de las casas de los asesinos. Y yo, todo lo humildemente que puedo, pregunto:¿Qué derechos tienen los asesinos?  Por favor, díganmelo ustedes. ¿El derecho a la santidad intangible de sus domicilios? Por favor, si lo 1º que se hace es privarles radicalmente de ese su pretendido derecho, no ya porque se los allane y confisque todo lo que pueda hallar allí la justicia sino que incluso se les recluye en la cárcel alguna veces para toda su puñetera vida. Y, por favor, no vengan por aquí a decirme eso tan manido, tan gastado, tan sucio ya de tanto manosearlo, de que todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia porque eso, sencillamente, no es verdad, no se puede exculpar, o sea, decir que no son asesinos aquellos tipos que son cogidos “in fraganti”, que, dicho en español, quiere decir con las manos en la masa, o sea, coño, yendo por el centro de la puñetera calle con el carrito del helado. Aquí es donde la ultraderecha no es que nos esté ganando la partida, es que ya hace años y años que no las ganó.  En la catequesis de las malditas parroquias, en las clases de religión, en las escuelas de 1ª enseñanza, en los malditos institutos e incluso en esas jodidas universidades que el Opus está extendiendo por todo el país, se nos está vendiendo al burra coja de que hay derechos que no se pueden siquiera rozar si no lo hacen ellos, los del Opus, por supuesto. La presunción de inocencia, nadie puede ser condenado sin ser oído, previa la correspondiente defensa, pero yo, entonces, vuelvo a preguntar: ¿pero, coño, entonces cómo vamos a perseguir a estos auténticos asesinos que forman parte del “corpus” social en el que se incluyen ni más ni menos que todos ellos mismos, los abogados, los fiscales y los jueces, porque da risa siquiera pensar que a González Pons, ése que pedía hace 4 días, cuando aún gobernaba Zp, que el pueblo se echara de una puñetera vez a la calle, como si toda España fuera una plaza Tahrir cualquiera, y, ahora, pide protección policial no porque nadie le haya parado en la calle para llamarle por su nombre, sinvergüenza, no, no, sino porque unos cuantos ciudadanos, desesperados de toda desesperación, al comprobar que los tribunales no son sino el peor de los simulacros sociales, han dicho pues el derecho al pataleo, a llamar a esta gente por su verdadero nombre, no me lo va a quitar nadie, y van hasta la casa del amo de toda la justicia (?) de España, d. Alberto Ruiz Gallardón y le llenan la puerta y las paredes con una somera descripción de su actual conducta. ¿Es que, en España, no se puede decir la verdad, no son asesinos los que atan la soga al cuello de ese pobre hombre al que mañana van a desahuciar los cipayos de este Régimen, porque esto no es un gobierno sino un régimen, y no pudiendo soportar la idea de que van a arrojarle a la puta calle, usando la más física de todas las fuerzas, delante de sus propios hijos, de su propia mujer y de sus ancianos padres no se siente con fuerza para ello y se cuelga de un árbol?Esto ¿no es un asesinato, por qué no, porque ha sido el futuro cadáver que el juez, luego, levantará, el mismo que se ha atado la soga al cuello, ha subido a la silla y le ha dado una patada, quién ha empujado materialmente a este hombre a atarse la soga al cuello y a patear la silla, los mengues, el anónimo destino, o han sido los legisladores, o sea, los diputados, dos de los cuales son el tal González Pons y el no menos tal Gallardón los que no han hecho nada, no han querido hacer nada, todo lo contrario les han gritado a estos pobre hombres que no ven otra salida digna a su desamparo que suicidarse, “que se jodan, coño, que se jodan”, sra. Fabra dixit, entre el inmenso jolgorio de todos estos canallas? Yo, particularmente, creo, desde el fondo de mi corazón, que esto no es un suicidio sino un asesinato porque a este hombre se le ha empujado materialmente a darse muerte para escapar de la trampa que los jodidos diputados le han tendido. Y, si no voy con mi pegatina en el pecho, con el bote de pegamento y con la brocha hasta las casas de Gonzáles y de Gallardón para colgar en sus paredes ese cartel que dice: “Cuidado, vecino, aquí vive un asesino”, es sencillamente porque ya no puedo andar, si no, claro que iría y arrostraría la posibilidad de que ese señor del Opus que, ahora, es el ministro de Interior mandara a sus perros de presa a que me detuvieran ¿por qué? Por hacer lo mismo que esos tipos a los que él defiende de esta manera: no matar directamente con sus propias manos a nadie pero tal vez incitar a otros para que indirectamente lo hagan.  O sea, que yo también soy un asesino, igual que ellos, como ese pobre suicida también lo era, para ellos, porque quería vivir, tener una casa donde cobijar a su mujer, a sus hijos y a sus padres, porque creyó en lo que al respecto dice la puta Constitución: que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna y que éste es un Estado social y de Derecho, si tendrán cara, coño. Pero a Fraga se le olvidó decir, era tan olvidadizo, que la vivienda en cuestión era una fosa común en el cementerio.