ESCRIBIR EN LA OTRA ORILLA.
Autor Omar Saavedra* Foto. Rossana Carcamo Belgica ** http://www.latinosenelmundo.de/inicio.htmlPara decirlo de un comienzo, hablar de mi veteranía como autor de migración y exilio es algo que lejos de entusiasmarme, me empuja con mano aviesa al foso alquitranado de la melancolía. Así ocurre, porque hacerlo equivale a hacer un arqueo de un largo tiempo de vida. Un balance que, en mi caso particular, arroja un “Haber” harto dudoso y un “Debe” más que respetable. Este ejercicio contable adquiere una connotación especial cuando se realiza bajo las coordenadas de la lejanía y la otredad, constantes axiales en torno a las que se realiza el exilio. Curiosamente, lejanía y otredad se prolongan en su país de origen aún después del regreso -definitivo o transitorio- del ausente. El exiliado que regresa descubre que es muy distinto al que salió, y que el lugar al que regresa ya no es el mismo que dejó. Heráclito dixit.
Al hablar de exilio estoy refiriéndome también, y no precisamente de forma tangencial, a lo que suele llamarse migración, ese fenómeno usado y abusado desde siempre por la política contingente en los países huéspedes. A mi juicio son exiliado y migrante astillas de un mismo palo. Su presencia y suerte son comunes. Son demasiadas las venturas y desventuras que ambos comparten, como para separarlos en su mención. Sobre todo en su variante latinoamericana, que sabemos está lejos de ser la única sobre el tema. Por lo demás y en lo que a mí respecta, nunca me ha interesado mucho definir el status exacto de mi ausencia y otredad en el país en que vivo. Si preferencialmente hablo de exilio, es porque es la circunstancia inicial y política de mi existencia en la lejanía.
Incontables son los intentos de acercamiento interpretacional al tema del exilio. En los primeros que se conocen predomina naturalmente, como es de esperar, el ducto literario por sobre el analítico. Las primeras menciones sobre el abandono forzado del hombre de su lugar de origen y sobre el complejo estado posterior que tal alejamiento determina en ese hombre, son de data muy antigua. Muy anteriormente al epos del libro segundo del Pentateuco donde se describe la errancia del pueblo del Libro, ya se sabía de Sinuhé, el cortesano egipcio de Amenemhet I, cuya vivencia en el destierro palestino, dos mil años antes de Cristo, constituye acaso el primer paradigma del exilio. Si miramos hacia atrás, reconoceremos que el destino de Sinuhé está presente a todo lo largo, ancho y hondo en la biografía del Hombre. Tal vez sea esa persistencia siempre renovada la que hace del exilio una condición humana extrema, como lo pensaba Rabbi Löw, el creador del Golem, en la Praga del siglo XVI.
Tan variopintas son ellas que sería lato y azaroso pretender enumerar aquí las causas iniciáticas del exilio, pero cualquiera que ellas sean, sus consecuencias -igualmente variopintas- van siempre mucho más allá del límite individual del que lo vive y siempre terminan proyectándose, de manera insoslayable, en el tiempo cultural del país de asilo y también en el de origen. Es obvio entonces que en cada una de las llamadas literaturas nacionales se perciba el aliento del exilio, llegando a ser muchas veces determinantes en su gestación y desarrollo. No existen las literaturas, y por ende tampoco las llamadas culturas nacionales, que hayan permanecido impermeables a la influencia de lo exiliar, para usar el giro de Juan Gelman.
Nada más lejos de mi intención es pretender aquí aventurarme en la espesura de una teoría cultural de la migración o de una hermenéutica del exilio. Mucho menos me arriesgaría a pronunciar alguna palabra doctrinal sobre el tema. Porque aunque sea destino común de muchos, el exilio es una forma instransferible de vida individual. Mis acotaciones, por lo tanto, no son más que fugaces referencias a mi práctica de exilio como autor y consumidor de literatura en y desde la lejanía.
En mi caso, esta lejanía tiene un nombre. Se llama Alemania y dura ya más de treinta años. En otro texto autoreferente sobre el mismo tema daba cuenta hace algún tiempo del raro privilegio que me concedió la historia, al permitirme iniciar mi exilio en un pequeño país alemán que ya no existe y continuarlo después -sin moverme un milímetro del lugar en que estaba parado- en otro país igualmente alemán, pero más grande y en mucho diferente. Como si una vez no fuese suficiente, mi exilio ha sido pues, dos veces alemán. Algunos espíritus demasiado sensibles, tanto en Chile como en Alemania, han llegado a presumir que esta carambola tan rebuscada de la política internacional me ha arrojado de un exilio a otro exilio. Es una presunción equivocada. No es improbable que algunos millones de alemanes provenientes de la fenecida República Democrática Alemana se sientan exiliados en la Alemania actual, pero sería erróneo incluirme entre ellos. Yo fui y me sigo sintiendo lo que soy, un exiliado chileno. Con ese título de viaje me basta y me sobra.
Yo llegué al exilio sabiendo leer y escribir. Pero en castellano. Lo que al comienzo de mi vida en este país equivalía a un perfecto analfabetismo. Este estigma lo llevé por todo el tiempo que me llevó entender el alemán y -lo que es mucho más importante- entenderme con los alemanes. Una ardua empresa personal aún muy lejos de concluir. Entretanto he aprendido, espero, a disimularla bajo una gruesa capa de silenciosa urbanidad. Con esto estoy tratando de responder una de las preguntas estándar que me he acostumbrado a escuchar a lo largo de mi tiempo alemán: ¿En qué idioma escribo?
Confieso que al comienzo, esta era una pregunta que me parecía una tomadura de pelo. Era y es suficiente escuchar mi alemán para darse cuenta que como instrumento de expresión apenas si basta para satisfacer las más simples necesidades de lo cotidiano. Pero todos sabemos que literatura puede y suele ser algo más que cotidianidad o simplicidad. O al menos algo diferente. Mi respuesta por lo tanto a la pregunta por el idioma en que escribo, tenía al comienzo un subtonito de sarcamo e impaciencia. ¿En qué idioma puede articular el escritor sus imaginerías si no es en el propio? era mi réplica. Al decir propio quería decir yo, lengua materna. Un vínculo sanguíneo que en aquel entonces yo consideraba intangible y sagrado. Sin que esto nos haga olvidar, que nunca faltan los hijos que maltratan cruelmente a sus madres. Hoy, transcurridos más de treinta años desde nuestro primer encuentro, no he ganado con el alemán una segunda lengua materna, pero si una primera lengua madrastra. Luego de un muy largo y lento proceso de acercamiento, lejos aún de concluir, pero sin las hostilidades del comienzo, el idioma alemán y yo hemos decidido firmar una suerte de pacto de cooperación y ayuda mutua. Sin embargo, debo reconocer que esta fue también una decisión urgida por la necesidad existencial de acceder, sin la mediación de un traductor, con mis cuentas y abalorios, al cada vez más mórbido bazar mediático alemán, sobre todo el audiovisual. En este contexto me permito citar aquí cuatro versos de un emigrante llamado Bertolt Brecht. Llevan por título el nombre del lugar donde fueron escritos en 1942: „Hollywood“.
„Jeden Morgen, mein Brot zu verdienen
Gehe ich auf den Markt, wo Lügen gekauft werden.
Hoffnungsvoll
Reihe ich mich ein zwischen die Verkäufer.“1
Son versos que traen a colación el ominoso tema de la lucha de los escritores por su susbsistencia diaria. Porque aunque sea como nota al margen habría que agregar que esta lucha, dura de por sí en todo lugar y tiempo, se hace más dura cuando la lengua que habla la lejanía es diferente a la del escritor que la habita.
Así pues, mi alemán de uso propio es más bien -horribili dictu- una lengua instrumental. Verdad es que ella me ha ayudado y ayuda solidariamente a resolver muchos problemas de orden práctico cuando se trata de escribir para la prensa, el teatro, la radio y la televisión. Mi prosa, empero, que constituye el motivo central de mi actividad literaria, sólo puedo realizarla en castellano. Así que no soy un “eingewanderter Autor deutscher Sprache”2, para usar un lapidario término con que la ciencia literaria local intenta definir algunos límites de lo propio. Pero es obvio que mi larga relación con el alemán y los alemanes ha influido, en todo sentido y profundidad en mi literatura. Le debo a la literatura, a la lengua y a las artes alemanas una parte sustancial e irrenunciable de mi mismo.
En otras partes y ocasiones he reiterado la opinión que no existen literaturas inmunes a su tiempo o a su lugar de nacencia. En los caminos encuentra el caminante seduciones demasiado grandes, como para negarse a ellas. Por lo mismo siempre se está produciendo un apareamiento entre lo propio y lo extraño, conciente a veces, inconciente las más, a pleno día o a hurtadillas, que nos deja embarazados de cosas nuevas que vamos dando a luz por ahí, en alguna esquina de lo que escribimos.
Theodor Adorno afirma en su “Minima Moralia” que “Jeder Intellektuelle in der Emigration, ohne Ausnahme, ist beschädigt”3. Sin duda, migración y exilio han estropeado muchas existencias, a veces definitivamente. Con mucha frecuencia la vida en suelo ajeno está sombreada por oscuros sentimientos de desgajadura, pérdida, miedo, soledad y mutismo. La psicopatología del migrante y exiliado es rica en ofertas de todo tipo. Sobre eso rinde informe una amplia escritura testimonial y documental. Pero en algún momento, descubrimos también que por entre el velo gris de esos sentimientos, no sólo podemos ver con más nitidez nuestro lugar de origen, sino vislumbrar además otros insospechados horizontes, en nosotros y en la distancia. Cuando eso ocurre, se abren a nuestra literatura posibilidades inesperadas. Bajo las costras duras de la lejanía y otredad, subyacen fructíferas regiones, donde también es posible sembrar y cosechar. Tal experiencia conforma el momento germinal de lo que podría llamarse una poética de la lejanía y la otredad. Fuente de la que se han nutrido y nacido no pocas obras esenciales de las letras mundiales.
Es dentro de este proceso siempre fluctuante de intercambio mutuo de lo propio y lo ajeno, que mi literatura ha ido tomando forma y cuerpo. Ello ha confluído en el hecho irrevocable de mi cosmopolitismo cultural, aunque yo me empeñe en seguir siendo un autor de chilenizada lengua castellana.
En cuanto a la recepción de mi literatura aquí, allá y acullá es un tema que quizás merecería ser sujet de un cuento negrocómico. Cada autor sueña alguna vez ser publicado en lenguas extranjeras, diferentes a la que él escribe. Para mi este sueño se convirtió hace tiempo en una pesadilla de la que aún no logro despertar. Casi la mayoría de mis cuentos, novelas y piezas de teatro, primero han visto la luz del día en su traducción alemana. Con mucho pudor agrego que varias de mis obras han sido publicadas o estrenadas en Holanda, Inglaterra, Unión Soviética, Bulgaria, Polonia, Estados Unidos, Suecia, Costa Rica, España, Argentina, Italia y hasta en el orientalísimo Japón. Por favor, que no se confunda esta rara divulgación con éxito. La menciono sólo porque sirve para ilustrar el grotesco que para mí significa que muy pocos de mis libros hayan sido publicados en Chile, el lugar al que pertenecen evidentemente por ley natural. Pertenezco pues a ese grupo de escritores parias que ha sido desheredado editorialmente por su propia patria. Las razones de tal repudio pueden suponerse en los caprichos del mercado libresco, donde se ofrece sólo lo que a juicio de los editores tiene posibilidades de ser vendido. Es decir, lo ya conocido o lo epigonal. El libro de “riesgo” no se publica. Y como se sabe, el libro que no se publica no existe. De tal modo, la mayor parte de la recepción literaria sólo tiene lugar con la venia del mercado.
Tal situación refleja el Zeitgeist chileno actual, más atareado que nunca en evitar todo lo que pueda perturbar la ensordecedora trivialidad de la pachanga neoliberal con que el país deconstruye afanoso su identidad e historia. Es un tiempo en que el hambre por cultura y literatura se hace una necesidad cada vez menor, que el mercado satisface con la lectura diet y el fast food absolutamente desechable de la intrascendencia.
Es pues hasta casi comprensible que en las pocas librerías chilenas de hoy, no haya demasiado lugar para literaturas como la mía, que insisten en apelar a la tozudez de la memoria como material temático y hacen del inconformismo acético un método de análisis de la realidad nacional.
Al respecto una pequeña anécdota: un amigo, Carlos Orellana, que durante la dictadura militar fue secretario de redacción de “Araucaria”, la revista cultural más importante del exilio chileno, se refiere elogiosamente a mi persona y mi literatura en su libro autobiográfico “Penúltimo Informe”. Olvida sin embargo, mencionar que cuando se desempeñó como jefe de la editorial Planeta en Chile, se negó a publicar un volumen mío de narraciones, que en aquel año 1994 había obtenido el Premio del Fondo Nacional del Libro, un laurel de más significancia económica que moral. El peregrino argumento con que Carlos Orellana reforzó su rechazo, fue que mi escritura era “demasiado política”, que la gente del Chile posdictatorial ya no se interesaba por tal tipo de literatura. Por muy discutible que sea este punto de vista, el contiene una brutal porción de realidad. La potestad cuasiomnímoda del mercado determina desde hace tiempo la mayor parte del quehacer literario y cultural de la aldea global. No solamente en Chile. También en mi país de residencia la industria editorial, aunque de crecimiento constante, se muestra recelosa frente a los autores “de riesgo”, como lo son todos aquellos que escapan o pretenden escapar de la trampa fácil del adocenamiento. Así por ejemplo, la joven lírica alemana es perfectamente inexistente en los catálogos de las grandes casas editoras. Por suerte aún se encuentran en Chile y Alemania algunos lectores y editores que se esfuerzan por mantener, buscar o crear en los vericuetos del mercado unos pocos nichos donde la literatura de arte ejerza su derecho a existir.
Para concluir: creo que es una ocasión de suerte para cada cultura y literatura –propias o ajenas- poder contar con la acción y reacción de autores de la otredad y la lejanía. Ellos ofrecen la inapreciable ayuda óptica de la torre de Babel, aquel viejo inmueble en construcción perenne, desde cuyas alturas es posible avizorar la tierra prometida de las utopías.
1 „Cada mañana, para ganarme el pan / me encamino al mercado donde se compran mentiras. / Lleno de esperanzas / me pongo en la fila de los vendedores”.
2 „Autor emigrante de habla alemana“
3 „Cada intelectual en la emigración, sin excepción, está dañado”
Obras
- Szenen wider die Nacht, teatro, 1977 – Escenas contra la noche
- Blonder Tango, novela, 1982 – Tango rubio o qué hago yo en este país donde todos los gatos son rubios
- Torero, narraciones, 1983
- Die große Stadt, novela, 1986 – La gran ciudad
- Felipe kommt wieder, 1990 – El hombre que regresaba
- Frühling aus der Spieldose, novela – Primavera en caja de música, Aufbau Verlag, Berlin-Weimar, 1990
- Magna Diva: La ópera de los asesinos, Rhinoverlag, Weimar, 2003
- Erótica de la resistencia y otras historias de resentidos, cuentos, Ediciones del Escaparate, Concepción, 2003
- El último. Sumarísima relación de la historia de Samuel Huerta Mardones, novela, Ediciones del Escaparate, Concepción, 2004
- El legado de Bruno, cuentos, Alcalá, Madrid, 2010
- Prontuarios y claveles, novela, Simplemente Editores, Santiago, 2011, ISBN 978-9568865085
Colaboración de escritora Rossana Cárcamo desde Bélgica.
*https://es.wikipedia.org/wiki/Omar_Saavedra_Santis
** Rossana Carcamo Serei (1967), escritora chilena residente en Bélgica, columnista en medios alternativos Columna Rossana Carcamo Generación 80.Autora de Y Salimos a la calle...Reseña y desgargar aquí, Cuatro Cóndores ( en preparación),