A mí nunca me ha parecido que escribir en la cama deba ser algo especialmente cómodo. Es más, por las mismas necesidades de la escritura debe ser relativamente sencillo tener la necesidad de levantarse de la misma con cierta frecuencia para hacer consultas en materiales de referencia. El contraste de temperatura entre entrar y salir, sobre todo en invierno, me parece una tortura. Ahora, con internet, esta necesidad debe haberse reducido drácticamente, pero en la época de Proust, internet no existía. Ni siquiera era concebible. Pero seguro que Proust tenía criada.
Cuando estudiaba en la universidad, Fernando Valls, uno de los profesores de literatura que tuve, nos explicó el caso de un escritor español que en un momento dado decidió que se quedaba a vivir en la cama. No logro recordar el nombre del escritor. Sin embargo, me quedé con la anécdota no sólo por su carácter excéntrico, sino porque también me planteaba dudas de carácter logístico. Vivir en la cama, literalmente, es imposible. Bien tienes que levantarte para mear. ¿O lo haces en un orinal? ¿O te autoinflinges la tortura de una sonda? Necesitas vivir acompañado, porque solo no puedes. Sea quien sea quien viva contigo, ¿cómo te lo tolera? A mí me viene mi pareja y me dice que ha decidido quedarse a vivir en la cama y tras constatar que va en serio y no me está tomando el pelo, llamo a un psiquiatra. Tal vez todo esto no sea más que envidia. No me gustaría vivir en la cama, pero si pasar mucho más tiempo en ella.
Pero volviendo al artículo. La principal ventaja de escribir en la cama parece ser que favorece el acceso al inconsciente, ya que en los estados inmediatamente anteriores al sueño o posteriores al despertar, el estado de plena consciencia todavía no ha ocupado por completo nuestras mentes y ello favorece al flujo creativo. Y son muchas las técnicas de escritura creativa que intentan favorecer el acceso a este estado, como por ejemplo la escritura automática.