Nosotros, que escribimos la poesía de la Vida, muchos de nosotros estamos muy cansados, tristes y hartos y casi derrotados (aunque no del todo). Sin embargo, aun sabemos que no nos hace falta que Dios sea Divino, que no necesitamos versos de jardín para ser salvados, que no necesitamos la Guerra para ser Libres, que no necesitamos ningún Creelys que admirar, que no necesitamos Ginsbergs que se desmoronan para convertirse en monstruos vociferantes, pero quizás sí necesitamos lagrimillas por todas las chicas encantadoras que envejecieron, la cerveza derramada, las peleas en el patio delantero por nada salvo la ebriedad de nuestro triste amor. Defiendo en verdad nuestra poesía, nosotros los vivos de la Generación Amontonada, en verdad defiendo nuestra poesía y nuestro derecho a recitarla, y nuestro derecho a escribirla. Sin traje. Sin una revista objeto de una redada policial por “obscena”. Sin perder un empleo pusilánime. Haced el favor de entender que no defiendo que nada de lo que escribo sea inmortal; no reclamo un preciosismo especial; sin embargo, todo es bastante precioso: cuando me pongo los zapatos sólo veo 2 pies ahí abajo. Pero vamos a decirlo: los pocos hombres que como yo hemos tomado una opción, tengamos o no talento, estamos hartos del juego continuo de la muerte, estamos intentando dar trascendencia a través de brazos y narices y cerebros y huesos y vidas rotos a ese pequeño toque de cordura y sol cojonudo: ¿VIVIR? Sí, vivir, eso que nos toca a todos, a vosotros los muertos vivientes y a nosotros los vivos vivientes.
C. Bukowski. Fragmentos de un cuaderno manchado de vino. pp. 89-90