ISBN: 9780099193913
Precio: 9,50 € (e-book: 6,01 €)
Edición en castellano de Anagrama descatalogada.
Cuando leí por primera vez a Jeanette Winterson (Manchester, 1959), con La niña del faro (2004), la describí como una escritora original por su experimentación con la forma narrativa. Lo sigo pensando, pero entonces aún no sospechaba que lo sería tanto. Porque Winterson, a diferencia de muchos autores, no mantiene una sola tendencia temática y estilística en sus obras, sino que demuestra una gran conciencia de innovación, de búsqueda de nuevos canales expresivos. Quizá lo único que tienen en común todas es el tratamiento del amor y el deseo, aunque el tono empleado en, por ejemplo, La pasión (1987) y Escrito en el cuerpo(1992), resulta tan discordante que nadie diría que han salido de las manos de la misma autora con pocos años de distancia.
El rasgo más característico de Escrito en el cuerpo es su narrador: una voz sin género, sin nombre y sin edad que recuerda sus aventuras amorosas con personas de ambos sexos mientras relata su relación actual con una mujer casada. La autora demuestra una gran habilidad para medir sus palabras, para determinar lo que puede decir y lo que debe guardarse si quiere conservar este particular anonimato del punto de vista. Este juego va en consonancia con la visión de la identidad sexual que Winterson plasma en toda su obra, a saber: naturalidad total en el planteamiento de relaciones homosexuales y bisexuales. De alguna manera, Escrito en el cuerpo nos transmite que no importa el sexo del amante elegido (el personaje habla de hombres y mujeres con la misma franqueza, sin alusiones a la diferencia) y nos recuerda que el género es una construcción sociocultural, porque el narrador resulta plenamente humano y verosímil sin necesidad de otorgarle rasgos (tan a menudo estereotipados) «masculinos» o «femeninos».
Sin embargo, la historia planteada deriva en la enfermedad y, en particular, en cómo se enfrenta uno de los miembros de la pareja a la afección del otro, con el agravante de ser una relación extramatrimonial. No faltan los fragmentos de angustia por la incertidumbre de si se está afrontando bien el tema, lo que demuestra que Escrito en el cuerpo no solo va de amor etéreo y amor carnal, sino de las implicaciones sociales que conlleva la toma de decisiones. La novela se caracteriza por una visión del amor que pasa de los momentos gloriosos al sufrimiento, contado con un estilo lírico e intimista muy lúgubre que nada tiene que ver con la chispa de La pasión o La niña del faro. Esa ironía que tanto domina la autora en otras obras aquí solo se atisba en algunas páginas, sobre todo cuando recuerda una relación pasada y bromea acerca de los tópicos del amor romántico. De los recursos mágicos inspirados en la literatura medieval, ni rastro; es el libro más realista que le he leído (sin ser realista en el sentido decimonónico; solo en contraposición a los elementos mágicos de las novelas que le precedieron).
En general, tiende mucho a la reflexión, a la expresión de pensamientos y emociones como un torrente que poco a poco conforma la trama. Esto quizá es lo más sorprendente, porque el resto de sus novelas, aun con su originalidad, tienen un argumento más dinámico y móvil, no tan «contemplativo». En Escrito en el cuerpo solo hay un narrador que habla, recuerda, lamenta, piensa, se apasiona, enmudece, se desespera; muy egotista. Estas particularidades tienen su interés, ya que permiten hacer una exploración exhaustiva de lo más recóndito del amor y la autora aporta un imaginario rico y personal sobre un asunto muy tratado; pero también hay inconvenientes, puesto que a ratos se cae en una cierta monotonía (en las repetitivas referencias a aventuras pasadas, por ejemplo) e incluso en una superabundancia de recursos estilísticos. Quizá esta novela habría funcionado mejor con una mayor concisión.
Jeanette Winterson
Jeanette Winterson siempre es buena, siempre. En esta novela retrata con lucidez el amor y el erotismo, con una voz narrativa arriesgada y una primera frase («¿Por qué la pérdida es la medida del amor?») muy reveladora de esa meditación sobre sentimientos que desarrollará a continuación (a propósito, cómo borda Winterson los comienzos de sus libros). Sin embargo, yo —y repito: yo— la prefiero en el registro de obras como La pasión o La niña del faro que en el tono profundamente introspectivo y poético de Escrito en el cuerpo. Con esto no quiero decir que las primeras no sean introspectivas ni poéticas; lo son en su justa medida y, además, tienen otras cualidades; me parecen novelas más redondas, con la experimentación mejor articulada y sin excesos. En cualquier caso, nada como leerlas todas para que cada lector saque sus propias conclusiones.