Escritores, agentes, editores

Publicado el 17 mayo 2016 por Elena Rius @riusele

"Me gustaría que se decidiese, señor Dickens. ¿Era el mejor de los tiempos o era el peor de los tiempos? Difícilmente puede haber sido ambas cosas."

(Handelsman, The New Yorker)

Las complejas, y a veces tensas, relaciones que los escritores mantienen con sus editores y con sus agentes han llegado a convertirse casi en un tópico del que echan mano el cine, el teatro y alguna que otra novela, ya sea recurriendo a la imagen del editor que persigue (infructuosamente) al autor (que pasa el tiempo bebiendo o ligando junto a la piscina, como ocurría en un anuncio que circuló hace algún tiempo) para que entregue de una vez su manuscrito -por el que se supone que le habrá pagado un jugoso anticipo-, o a la otra cara de la moneda: autor pobre como una rata que le da la lata a su editor para que le adelante unos dinerillos con los que poder terminar la que será, sin duda, una obra colosal, incomparable, definitiva... Otro tópico frecuente es el agente rapaz, que maneja a los editores a su antojo, al tiempo que trata con mano de hierro a sus autores. O que es capaz de recurrir a todo tipo de estratagemas, desde el engaño a la extorsión, para conseguir un contrato para sus representados. Posiblemente existan o hayan existido en la vida real ejemplos de todos estos tipos humanos. La realidad, claro, suele ser más prosaica.

"Quisiéramos publicarlo, no hacer nada para promocionarlo y ver cómo desaparece de las estanterías en menos de un mes."

(David Sipress, The New Yorker)

Algunos escritores han retratado estos estereotipos, o se han mofado de ellos, entre los cuales se encuentra Arnold Bennett -de quien nos hemos ocupado otras veces en este blog-, que en su libro de ensayos Books and Persons incluye estos párrafos sobre el agente literario (en 1908 nada menos, ya ven que la cosa viene de lejos):


"El autor se empeña en emplear a un Tremendo Granuja llamado agente literario, y el pobre corderillo inocente del editor sale trasquilado de sus encuentros con este canalla. Me han hablado de un editor, quien hasta ahora solía contar con los servicios de veinte jardineros en su casa de campo, que se ha visto obligado a reducir a su personal de horticultura a sólo dieciocho [...] Estoy dispuesto a ofrecer 50 libras por el nombre y la dirección de un agente literario capaz de ganarle por la mano a un editor. Conozco a numerosos editores y agentes, y aunque a menudo he conocido editores que se han aprovechado de algún agente, nunca he sabido de ningún agente literario que haya embaucado a un editor. Un agente así es muy necesario. Llevo años buscándolo. Sé de muchísimos autores que se unirían a mí para enriquecer a un agente así. Los editores no dejan de hablar de él. Casi cada vez que entro en el despacho de un editor me dicen que ese agente acaba de irse (con los bolsillos llenos de dinero ilícito). Me irrita mucho no haber llegado a encontrármelo nunca."


Mientras que, en 1922, Lawton Mackall habla en uno de sus cuentos de otro tipo de agente. Por cierto, Mackall abre el volumen de relatos en que se encuentra éste dando las gracias a su dentista, su sastre, su estanquero y su verdulero, con los que "aunque no han corregido las pruebas" de su libro, ha contraído una gran deuda durante su escritura. El relato en cuestión, titulado "Lucy, la agente literaria" traza el retrato de la agente que sabe bien lo que quiere y cómo conseguirlo. En este caso, el editor intenta por todos los medios rechazar la publicación de los textos del autor que ella representa; unos textos que no ha leído:

"Ethridge (ese el nombre del editor) nunca leía nada que pudiese evitar leer. Era uno de esos editores de éxito que publican gracias a que pertenecen a los mejores clubs y asisten a las fiestas adecuadas. Dedicarse a la lectura de manuscritos no era su estilo. "

Lucy sabe que no los ha leído y primero intenta avergonzarle para que lo reconozca, para luego alabar las cualidades de su autor:

"--¿Quieres decir que no has oído hablar de él? Pero, mi querido Ethridge! Dewar (el autor) es un hombre acomodado, vive en su finca de Maryland y escribe relatos entre cacería y cacería. Tiene mucho talento.
Omitió añadir, sin embargo, que Dewar le había ofrecido dejar que se quedase con el dinero que pagasen por sus cuentos, suponiendo que ella lograse que fuesen publicados."

Cuando estas artimañas no dan resultado, Lucy recurre a otros métodos:

"--Le diré qué vamos a hacer. Cenemos en mi estudio esta noche --continuó Lucy--. Será mucho más satisfactorio hablar sobre este asunto sensatamente, sin interrupciones.

De modo que él accedió, y ella también.

A la hora del desayuno ya habían decidido que la serie de Perth Dewar se compondría de diez relatos, incluyendo cuatro que aún no había escrito."



Creo que hoy, como hace un siglo, muchos autores siguen buscando a ese agente que despluma a los editores, porque la mayoría de escritores -me consta- obtienen muy poco a cambio de las horas que pasan escribiendo. Pero no crean tampoco que todos los editores son como los que pinta el retrato malintencionado: muchos -me consta también- tienen que hacer malabarismos para llegar a final de mes. Por si eso fuera poco, se leen los manuscritos de sus autores. Y les aseguro que no todos son obras maestras... pero no caigamos en el estereotipo.