Prácticamente reducido al ecuador de los años 80, cuando el estrenó de la película de Paul Schrader -«Mishima» (1984)- y la reedición de la traducción de Juan Marsé de «El pabellón de oro» (Seix Barral, 1963, 1985) llamaron la atención de los medios de comunicación sobre él, el interés del lector español medio por la obra de Yukio Mishima puede calificarse de tibio. Según parece, el novelista y dramaturgo nipón viajó por nuestro país meses antes de quitarse la vida. Es más, incluso se cuenta que llegó a tratar en repetidas ocasiones al doctor Vallejo Nájera, quien aparentemente se nos antoja tan alejado a su torturado colega oriental. Pero, en honor a la verdad, hay que apuntar la obra del escritor, que durante años fue el novelista japonés más conocido en Occidente, en líneas generales, en España ha inspirado la misma indiferencia que el resto de las manifestaciones culturales niponas.
La primera, de las no pocas contradicciones que presenta su biografía, es que, siendo la principal preocupación de su vida y de su obra la preservación de los valores del Japón tradicional, anterior a la occidentalización, Mishima sintiera a la vez la mismo interés por Occidente que Occidente por él. De hecho, los estudiosos de la literatura japonesa, enmarcan su obra dentro de la influida por la impronta occidental.
¿Descendiente de samurais?
El 14 de enero de 1921, cuando Hiraoka Kimitake –Yukio Mishima es un seudónimo– nace, la literatura socialista y pacifista, que ha florecido en el país del Sol naciente desde comienzos de siglo, ha sido atajada violentamente. De los autores que en la estela de Émile Zola no han dudado en escribir contra la guerra ruso japonesa (1905), KotoKu Shusui, el principal de ellos, ha sido condenado a muerte y ejecutado en 1911. Kobayashi Takiji, militante comunista que años después intentará tomar el relevo a Shusui en la novela comprometida, morirá en 1933, al ser torturado por la policía en un interrogatorio. Mientras tanto, el pequeño Mishima, quien pese a pertenecer a la burguesía media se hace pasar por descendiente de una familia de samurais -los samurais serían una de sus principales referencias hasta el final de sus días- se educa en Gakushüin, la escuela por excelencia de la nobleza.
Estudiante universitario aún, cuando el escritor publica sus primeros relatos, la literatura japonesa asiste a una explosión de romántica exaltación nacional, que va preparando el camino de la Segunda Guerra Mundial. Antes de que esta confrontación acabe; Mishima publicará su primer relato «El bosque en flor» (1941) y el ejército le destinará a una misión suicida, de la que finalmente será relevado. No cabe duda, es en esta imposibilidad de autoinmolarse por la patria donde hemos de buscar otra de las claves de su vida.
Homosexualidad
Publicada en 1949, «Confesiones de una máscara», donde el protagonista proclama abiertamente su homosexualidad tras recordarnos toda su existencia, será la novela que le catapulte a la cima de las letras japonesas. A ella le seguirán, entre otras, «La muerte en mitad del verano» (1953), «El tumulto de las olas» (1954) y «El pabellón de oro» (1956). Esta última, su obra más conocida, narra la historia del joven Mizoguchi, un aprendiz de bonzo obsesionado por sus complejos, «Cinco no modernos» y comienza a llevar una vida filocastrense que tiene su primera manifestación en una obsesiva práctica del culturismo. La fuerza, junto con la violencia, la belleza, la muerte y el erotismo, son las principales preocupaciones de sus páginas.
Aclamado en Oriente y Occidente, viaja por primera vez a Estados Unidos en 1958. Tal vez fuera entonces, en el país vencedor del imperio del sol naciente, donde comenzará a gestar el exacerbado nacionalismo que le inspirara durante todos los años 60. Aguijoneado ante el nuevo Japón occidentalizado, anhelante de unos tiempos que no van a volver, en 1968 escribe «Por el camino del samurai» y «En defensa de la cultura». Una y otra son sus obras más nacionalistas. Cuando esos mismos planteamientos le llevan a pronunciar conferencias en la universidad, es abucheado por los estudiantes. No obstante, consigue fundar entre algunos de ellos una organización de extrema derecha llamada Asociación de los Escudos.
Finalmente, obedeciendo a los seculares códigos nipones del honor, en 1970 decide hacerse el harakiri delante del jefe del estado mayor del ejército para protestar por la desmilitarización de su país.