Escritos de un viejo indecente, Charles Bukowski

Publicado el 11 junio 2011 por Manigna

Título original : Notes of a dirty old man
Año de publicación : 1969
Editora : Anagrama
Año de esta publicación : 1996
Traducción : J. M. Alvarez Flórez y Angela Pérez

La primera vez que estuve ante un libro de Charles Bukowski (Andernach, 1920 – Los Ángeles, 1994) fue una experiencia desconcertante. La editorial Anagrama llegaba a Lima (quizá ya estaba allí, yo recién la descubría) a mediados de los 90’s con buena parte de Bukowski traducido al castellano, y luego de hacerme de uno de sus libros los demás se convirtieron rápidamente en objetos de deseo. Recuerdo que al ir a una Feria del Libro infructuosamente mi amiga Janet y mi primo Erick tentaron quedarse con mi billetera, igual no pudieron evitar que gaste un dinero que no era mío, teniendo los siete días siguientes que agenciármelas en el Cusco, comiendo humitas el día todo y todos los días, pero feliz por aquella pila de libros de portadas coloridas que llevé a casa.
Ahora, más calmo, le reencuentro aquel gusto que me dejó Bukowski en aquel tiempo. Sigo quedando perplejo ante sus historias crudas, fuertes, divertidas, a veces hilarantes, pero por sobre todo muy sinceras. En el libro en mención hay muchas también que no están a la altura de las primeras y de las últimas, las mejores en este conjunto. Todos estos relatos eran escritos para el periódico “Open City” de Los Ángeles, en la columna que Bukowski tenía bajo el título original de éste libro.
Encontramos unas micro-historias presentadas como “garrapateando en cajas de cartón durante borracheras de dos días”, que son sentencias de 1 ó 2 líneas, con la misma característica de dureza y frialdad que tienen sus relatos más extensos. Aunque no sabemos si están en el orden cronológico conforme el diario las iba publicando, hacia el final hay dos relatos con el mismo tema, acerca de la actitud de un hombre congelado, sobre la indiferencia, incluso al dolor –en el primero-, cuando su padre parecía divertirse con las zurras que le propinaba por cualquier nimiedad, ante la venia de su madre, y de cómo esta costumbre llegó a su fin; y la indiferencia ante su futuro –en el segundo-, enrolándose en el ejército con el rostro poblado de acné: es en éste relato que rememora también el haberse enrolado con un puta de 120 kilos, personaje de otro escrito en este mismo libro.
Todos los relatos vienen sin mayúsculas luego del punto. Podría parecer un error ortográfico pero la traducción del prólogo del mismo Bukowski no está de esa manera. Quizá la versión en inglés venía así. Si no conoces ningún libro de Bukowski prepárate y acomódate, no serás el/la mismo(a) después de conocer alguno.

estábamos sentados en la oficina después de otro de aquellos partidos de siete a uno, y la temporada iba mediada ya y estábamos en cola, a veinticinco partidos del primero y yo sabía que era mi última temporada como entrenador de los Blues. nuestro primer hitter había bateado. 234, y nuestro primer meta base se anotaba seis. nuestro primer pitcher andaba entre siete y diez con una media de 3, 95. el viejo Henderson sacó la botella del cajón de la mesa y bebió su trago, luego me la pasó.
—y para colmo -—dijo Henderson— enganché ladillas hace dos semanas.
—vaya, jefe, lo siento.
—no me llamarás jefe mucho más.
—lo sé. pero no hay entrenador de béisbol que pueda sacar a esos borrachos del último puesto —dije yo, atizándome un buen trago.
—y lo peor —dijo Henderson—, es que creo que fue mi mujer quien me las pegó.
yo no sabía si reírme o qué, así que no hice nada.
y entonces hubo una delicadísima llamada en la puerta de la oficina y luego se abrió, y allí apareció ante nosotros un chiflado con alas de papel pegadas a la espalda.
era un chaval de unos dieciocho.
—estoy aquí para ayudar al club —dijo el chaval.
con aquellas grandes alas de papel encima. un loco rematado. llevaba agujeros en la chaqueta. las alas estaban pegadas a la espalda, o fijadas con un esparadrapo, algo así.
—escucha —dijo Henderson—, ¡quieres hacer el favor de largarte! ya ha habido suficiente comedia en el campo, así que seriedad, hoy empezaron a reírse de nosotros nada más salir, ¡venga, fuera y deprisa!
el chico se acercó, echó un trago de la botella, se sentó y dijo:
—señor Henderson, yo soy la respuesta a sus oraciones.
—oye, chaval —dijo Henderson—, eres demasiado joven para beber eso.
—soy más viejo de lo que parezco —dijo el chaval.
—¡pues yo tengo algo que te hará un poco más viejo! —Henderson apretó el botoncito que había en la mesa, eso significaba TORO Kronkite. no quiero decir que Toro haya matado nunca a un hombre, pero sería una suerte que pudieses fumar Bull Dur-ham por un ojo del culo de goma después de que él te diese una pasada, el Toro entró arrancando casi una de las bisagras de la puerta al abrirla.
—¿cuál, jefe? —preguntó, meneando sus largos y estúpidos dedos mientras examinaba la habitación.
—el mierda de las alas de papel —dijo Henderson.
el Toro se aproximó.
—no me toques —dijo el mierda de las alas de papel.
el Toro se lanzó hacia él, Y DIOS ME VALGA, aquel mierda empezó a ¡VOLAR!, aleteó por la habitación, casi pegado al techo. Henderson y yo nos lanzamos a por la botella, pero el viejo me ganó. el Toro cayó de rodillas:
—¡DIOS DEL CIELO, TEN PIEDAD DE MI! ¡UN ÁNGEL! ¡UN ÁNGEL!
—¡no seas imbécil! —dijo el ángel, revoloteando—. no soy ningún ángel, sólo quiero ayudar a los Blues. soy hincha de los Blues de toda la vida.
—de acuerdo, baja, hablemos de negocios —dijo Henderson.
el ángel, o lo que fuese, bajó volando y aterrizó en una silla. el Toro le arrancó los zapatos y los calcetines o lo que fuese y empezó a besarle los pies.
Henderson se agachó furioso y escupió al Toro en la cara:
—¡lárgate, bicho subnormal! ¡si hay algo que odie es el sentimentalismo baboso!
el Toro se limpió la cara y se fue muy quedamente.
Henderson recorrió los cajones de la mesa.
—¡mierda, creí que tenía por aquí en algún sitio contratos!
entretanto, mientras buscaba los impresos de los contratos, encontró otra botella y la abrió. cuando arrancaba el celofán, miró al chico:
—dime, ¿eres capaz de hacer una curva interior? ¿y una externa? ¿qué me dices de un deslizador?
—que me cuelguen si sé —dijo el tipo de las alas—. he estado escondido. lo único que sé es lo que leí en los periódicos y vi en la televisión. pero siempre he sido hincha de los Blues y estoy muy triste por lo mal que os va la temporada.
—¿has estado escondido? ¿dónde? ¡un tipo con alas no puede esconderse en un ascensor del Bronx! ¿cuál es tu truco? ¿cómo lo conseguiste?
—no quiero aburrirle con todos los detalles, señor Henderson.
—por cierto, muchacho, ¿cómo te llamas?
—Jimmy. Jimmy Crispin. J.C. para abreviar.
—oye, chico, ¿qué coño quieres, reírte de mí?
—oh no, señor Henderson.
—¡entonces choca esas cinco!
las chocaron.
—maldita sea, ¡qué manos tan FRIAS! ¿cuánto hace que no comes?
—comí unas patatas fritas y una cerveza con pollo hacia las cuatro.
—echa un trago, chaval.
Henderson se volvió a mí.
—Bailey.
—¿sí?
—quiero que esté todo el equipo en ese campo a las diez mañana por la mañana. sin excepciones. creo que hemos conseguido lo mejor desde la bomba atómica. ahora salgamos todos de aquí y vayamos a dormir un poco. ¿tú tienes dónde dormir, muchacho?
—sí, claro —dijo J.C.
y bajó volando las escaleras y allí nos dejó.
teníamos el estadio cerrado. sólo estaba allí el equipo. y con las resacas que arrastraban y el ver a aquel tipo de las alas se creyeron que era un montaje publicitario. o un ensayo de uno. se colocó el equipo en el campo con el muchacho en la base del bateador. deberíais haber estado allí para ver cómo se abrieron aquellos ojos inyectados en sangre cuando el chico se lanzó por la línea de la tercera base y ¡VOLÓ hasta la primera!, luego tocó y antes de que el tipo de la tercera base pudiese hacer nada el chico llegó volando a la segunda. todos se estremecieron bajo aquella luz de diez de la mañana. para jugar con un equipo como los Blues hay que estar bastante loco, pero, de todos modos, aquello era demasiado.
luego cuando el pitcher se disponía a lanzar al bate que habíamos puesto, J.C. se lanzó volando a la tercera base ¡como un reactor! ninguno podía verle siquiera las alas, ni aunque hubiesen tenido tiempo para tomarse dos alkaseltzer aquella mañana. cuando la pelota llegó a la base del bateador, aquello había bajado volando y había tocado base meta.
descubrimos que el chico podía cubrir todo el outfield. ¡tenía una velocidad de vuelo tremenda! nos limitamos a meter a los otros dos outfielders en el infield. teníamos así dos shortstops y dos segundas bases. y tan mal como estábamos, estábamos en el infierno.
aquella noche era nuestro primer partido de la liga con Jimmy Crispin en el outfield.
lo primero que hice cuando llegué fue telefonear a Bugsy Malone.
—Bugsy, ¿cómo van las apuestas a favor de los Blues?
—no hay apuestas. no hay ningún loco capaz de apostar por los Blues ni siquiera diez mil a uno.
—¿qué me das tú?
—¿hablas en serio?
—sí.
—doscientos cincuenta a uno. quieres apostar un dólar, verdad?
—uno de los grandes.
—¡uno de los grandes! ¡espera! dentro de dos horas te llamo.
al cabo de una hora cuarenta y cinco minutos, sonó el teléfono.
—vale, de acuerdo. uno de los grandes nunca viene mal, sabes.
—gracias, Bugsy.
—de nada.
nunca olvidaré aquel partido de la primera noche. creyeron que queríamos gastar una broma para animar a la gente pero cuando vieron a Jimmy Crispin elevarse en el cielo y lanzarse luego en picado en un clarísimo jonrón que habría superado la valla izquierda del centro del campo en más de tres metros, entonces el partido se animó. Bugsy había bajado a echar un vistazo y le observé en su palco. cuando J.C. se elevó para agarrar aquella pelota, a Bugsy se le cayó de la boca el puro de cinco dólares.
pero en el reglamento no decía nada de que no pudiese jugar al béisbol un hombre con alas, así que los teníamos bien agarrados por los huevos. y cómo. ganamos el partido como nada. Crispin marcó cuatro veces. ellos no lograron sacar nada de nuestro infield y cualquier cosa del outfield era un fuera seguro.
y los partidos que siguieron. cómo afluían las multitudes. les volvía locos ver aquel hombre volar por el cielo, pero además estaba el hecho de que habíamos perdido veinticinco partidos y quedaba muy poco y por eso seguían viniendo, a la gente le encanta ver a un hombre salir de la bodega. los Blues lo conseguían. era el mayor milagro de todos los tiempos.
LIFE vino a entrevistar a Jimmy. TIME. LIFE. LOOK. él no les contó nada. «lo único que quiero es que los Blues ganen la liga», dijo.
pero a pesar de todo era matemáticamente difícil y, como el final de un libro de cuentos, llegamos por fin al último partido de la temporada. íbamos empatados con los Bengals para el primer puesto, y jugábamos contra los Bengals, y el ganador lo ganaba todo. no habíamos perdido un solo partido desde que Jimmy se había incorporado al equipo. y yo andaba rondando ya los doscientos cincuenta mil dólares. menudo entrenador era yo.
estábamos en la oficina justo antes de aquel último partido nocturno, el viejo Henderson y yo. y oímos ruido en la escalera y luego se derrumbó un tipo por la puerta, borracho. J.C. ya no tenía alas, sólo muñones.
—¡me serraron las jodidas alas, los muy miserables! me metieron a esa mujer en la habitación del hotel. ¡qué mujer! ¡qué tía! ¡y me cargaron la bebida! me eché encima de ella y entonces ellos empezaron a SERRARME LAS ALAS! ¡yo no podía moverme! ¡no podía ni sujetarme los huevos! ¡qué FARSA! y aquel tipo dándole a su puro, y riéndose detrás... ay Dios santo, qué tía tan cojonuda, y ni siquiera pude correrme... mierda...
—bueno, muchacho, no eres el primero al que jode una mujer. ¿sangras? —
preguntó Henderson.
—no, es sólo hueso, materia ósea, pero estoy muy triste, os he dejado en la estacada, amigos, he dejado en la estacada a los Blues, me siento muy mal, muy mal.
¿ellos se sentían muy mal? yo perdería 250 de los grandes.
acabé la botella que había en la mesa. J.C. estaba demasiado borracho para jugar, con o sin alas. Henderson dejó caer la cabeza sobre la mesa y empezó a llorar. saqué su luger del cajón de abajo. me la metí en la chaqueta, salí de la torre, bajé a la sección de reserva. ocupé el palco situado inmediatamente detrás del de Bugsy Malone y la hermosa mujer con quien estaba. era el palco de Henderson y Henderson prefería morir bebiendo con un ángel muerto. no necesitaría aquel palco. y el equipo no me necesitaría a mí. telefoneé al banquillo y les dije que le pasaran la cosa al bateador o a cualquier otro.
era nuestro campo, bateaban primero ellos.
—¿dónde está vuestro center fielder no lo veo —dijo Bugsy, encendiendo un puro de cinco pavos.
—nuestro center fielder ha vuelto al cielo debido a una de tus sierras Sears-Roebuck de tres dólares y medio.
Bugsy se echó a reír.
—un tipo como yo puede mear en el ojo de una mula y sacar un julepe de menta. por eso estoy donde estoy.
—¿quién es la bella dama? —pregunté.
—ah, ésta es Helena. Helena, éste es Tim Bailey, el peor entrenador de béisbol del mundo.
Helena cruzó aquellas cosas de nailon llamadas piernas y perdoné efectivamente a Crispin.
—encantada de conocerle, señor Bailey.
—lo mismo digo.
empezó el partido. como en los viejos tiempos. a la séptima carrera perdíamos diez cero. Bugsy se sentía como Dios, tocándole las piernas a aquella tía, frotándose con ella, el mundo entero en el bolsillo. se volvió y me pasó un puro de cinco pavos. lo encendí.
—¿ese tipo era realmente un ángel? —me preguntó, medio sonriéndose.
—dijo que le llamáramos J.C, para abreviar, pero la verdad es que no sé.
—parece que el Hombre le ha ganado a Dios casi todas las veces que se han enzarzado —dijo.
—no sé —dije yo—, pero según mi opinión, cortarle las alas a un hombre es como cortarle el pijo.
—puede. pero según la mía, los fuertes son los que mueven las cosas.
—o la muerte las para. ¿cuál de las dos cosas?
saqué la luger y la apoyé en su nuca.
—¡Bailey, por amor de Dios! ¡cálmate! ¡te daré la mitad de lo que tengo! ¡no, te lo daré todo, todo lo que tengo, esta tía, todo, todo...! ¡pero quítame esa pistola de la cabeza!
—¡si piensas que matar es algo fuerte, PRUEBA algo fuerte!
apreté el gatillo., fue espantoso. una luger. cáscaras de cráneo y cerebro y sangre por todas partes: por encima de mí, de las piernas de nailon de ella, de su vestido...
se suspendió el partido una hora y nos sacaron de allí: a Bugsy muerto, a su mujer, loca de histeria, y a mí. luego siguieron.
Dios gana al Hombre; el Hombre gana a Dios. madre hacía conservas de fresas mientras todo se desmoronaba.
al día siguiente estaba yo en mi celda y el celador me entregó el periódico:
«LOS BLUES REMONTARON EL PARTIDO EN LA CARRERA CATORCE Y LO GANARON JUNTO CON LA LIGA».
me acerqué a la ventana de la celda, octava planta. hice una bola con el papel y lo metí por las rejas. lo embutí allí y lo empujé entre ellas y cuando caía por el aire lo contemplé, vi cómo se abría, como si tuviera alas, bueno, no quiero exagerar, bajó flotando como suelen hacer los trozos de papel desplegados, hacia el mar, aquellas olas blancas y azules ahí abajo y yo sin poder tocarlos, Dios gana al Hombre siempre, constantemente, sea Dios Lo Que Sea: ametrallador soplapollas o cuadro de Klee, en fin, y, claro, aquellas piernas de nailon rodearán ahora a otro maldito imbécil. Malone me debía doscientos cincuenta de los grandes y no podría pagar. J.C. con alas, J.C. sin alas, J.C. en una cruz, yo no estaba aún muerto del todo, y me alejé de la ventana, me senté en aquel retrete carcelario sin tapa y me puse a cagar, ex entrenador de primera, ex hombre, y a través de los barrotes entraba un viento leve y leve es este modo de dejaros.
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