Figura y fotografía del autor
El sabor del bambú penetraba dominante por la boca trasera del barcallo mientras ejecutaba su danza amorosa para ganarse los favores de una joven quasimasa. Esta, empero, todavía no había olvidado a su anterior compañero, así que dirigió un certero disparo de ectoplasma contra el intrusivo macho, el cual huyó despavorido colina arriba. La mala suerte del país quiso que los residuos del proyectil diesen con una harmónica sulfatada que pastaba cerca, haciéndola arder. Aquello fue como una declaración de guerra para los de su especie, quienes juntando sus pies por los hombros invocaron un diluvio como no lo había visto el mundo desde el último martes. Por suerte -pues el país la tenía también buena- una pipa alienada y astróloga que pasaba por allí, lo suficientemente enorme como para dar cabida en su hornillo al tabaco que fumarías en una vida, se ofreció a salvarles el culo a todos, y así navegaron los animalillos sin brújula ni astrolabio durante cuatro semanas y un mes, alimentándose en exclusiva de bambú ecológico mudo.