Escrituras nómades: Sendas de Oku de Matsuo Basho

Por Pablosolorzano

 "El que camina honor a sus sandalias" Carlos Edmundo de Ory
No puedo dejar de sentir verdadera admiración, envidia, y fascinación por los viajeros que van hacia sus destinos a pie. Esos caminantes se me antojan seres distintos, casi feéricos, alejados como están de la enloquecida velocidad  con que se vive al rededor. La aventura de estos soñadores es la más pura, sencilla y original de todas las experiencias de viaje. De ahí que no pueda haberme dejado de emocionar cuando leía, hace varios años ya, el libro “El Perú a toda costa” de Ricardo Espinoza, conocido en el Perú como El Caminante, o esa maravilla de maravillas llamado “El tiempo de los Regalos” en el que irrepetible Paddy Leigh Fermor  nos cuenta su aventura a pie desde Holanda hasta Turquía. Y es que caminar es un modo de penetrar en la naturaleza al ritmo que ella hace las cosas: lentamente, por ende en ese acto hay más armonía que en pocos actos de nuestra vida. Que lo digan Chatwin, Thoreau, Walser, Sebald, Coleridge, quien se caminaba al menos 50 kilómetros por día, Rimbaud o Wordsworth, quienes caminaron por media Europa buscando ve tú a saber qué, Van Gogh o Benjamin, que lo digan los situacionistas, los dadaístas, Nietzche, que lo digan los peregrinos de otros, y de estos, tiempos. ¡Quién pudiera vivir cosas semejantes! Envidiable modo de viajar, más aún hoy en que tenemos que resignarnos a la velocidad con la que hay que vivir y visitar los sitios pues las vacaciones se acaban en pocos días y no hay tiempo para sentir ni ver: hay que correr en pos de lo aparente para perdernos lo sublime que yace en lo profundo. 
Esa emoción por el hecho de caminar y por los caminantes me ha regresado al alma hace poco en que estuve leyendo en estado de gracia el bellísimo libro SENDAS DE OKU del poeta, calígrafo y caminante MATSUO BASHO, quien ya está en mi personal olimpo literario después de esta lectura. En este precioso libro el poeta nos cuenta parte de la gran peregrinación que inició en 1689 y el cual le llevó 2 años por el centro de Japón. Esto no era algo excepcional en él, ya había escrito cinco diarios de viaje (tema que siempre estaría presente en su obra) en los que relataba sus andanzas por lugares sagrados de su país a los que llegaba como un humilde “sembrador de poesía”.

Pero no por ser un personaje excepcional Basho se nos presenta como un hombre fuera de lo común y autocomplaciente. No, todo lo contrario. Desde el inicio del viaje nos hace cómplice de sus sentimientos cuando nos cuenta esa disyuntiva que todo viajero ha sentido antes de dejar lo conocido por ir a husmear al otro lado, allí donde palpita la tierra prometida en la que se harán realidad nuestros sueños de huida: el poeta se debate entre “la violencia misma del deseo” que le incita a irse y el miedo por los riesgos y la pena por la incertidumbre del regreso.
Entonces el poeta cose sus  viejos pantalones y se va. Peregrina conociendo templos y rezando en ellos, visitando a eremitas y cementerios, recordando lecturas que hacían referencia a los lugares que visita y a al modo de un cronista nos informa sobre algunas costumbres y tradiciones que todavía existen, lo que nos da un indicio de su alta cultura. Sensible, nuestro frugal caminante llora y ora ante ruinas (¡que levante la mano el que no ha sentido algo semejante!) y tumbas de hombres santos, castillos; se pierde y lo detienen unos guardias; se hospeda en casas de amigos o en templos y también en miserables sitios donde las pulgas le atormentan o simplemente en los bosques usando yerbas de bambúes como almohada. Está atento a la maravilla del mundo y de la vida; hasta la naturaleza le invita a sacar conclusiones y pensar: un árbol que aún debajo de la espesa nieve sigue floreciendo, por ejemplo. Y así, dejando poemas allí donde llega, encapsulando la belleza del momento en haikus que como gotas pequeñísimas guardan la esencia de la belleza de todo ese océano que es la vida, el mundo, las lindezas de la tierra. Así la poesía de Basho nos incita a hacer algo que quizás no hacemos cuando viajamos y que tal vez solo el caminante viajero tenga el privilegio de ver gracias a la lentitud con la que se mueve: estar atento a lo nimio, a lo cotidiano, porque allí se guarece lo maravilloso; y todo ello le arranca a su pluma metáforas y comparaciones magistrales: “La escena tiene la fascinación distante de un rostro hermoso”. Pero no es que escriba o describa toda la grandeza de los paisajes que ve, su sencillez aflora cuando se niega a describirnos esos lugares pues ya lo habían hecho mejor otros maestros, hacerlo sería “como añadir otro dedo a la mano”.  

Imagen de http://kids.britannica.com/

 Así va nuestro caminante, completamente en comunión con la aspereza del mundo, en donde todo sucede a la altura de sus ojos, no a sus pies. Y es que eso es viajar caminando: diluir las fronteras de tu yo, tu falso orgullo y ponerte al nivel de las cosas que pasan, del mundo que te rodea y en donde no eres más que un simple elemento a merced de lo que la naturaleza te quiera proveer, para tu bien o para tu mal.
No puedo dejar de decir que la introducción de Octavio Paz es magistral y sus explicaciones nos ayudan a entender mejor la obra de Basho. Solo un inmenso poeta puede entender a otro de su calibre. El mejor resumen de esta preciosa obra lo hace el mexicano cuando nos dice que SENDAS DE OKU “es algo más que una obra literaria: es una invitación a vivir de veras la vida y la poesía”. Ya saben viajeros, caminen, que al cielo se entra a pie.

Pablo
“Con un viaje aún largo en perspectiva, mi estado me desosegaba aunque el andar de peregrino por lugares perdidos, me decía, es como haber dejado ya el mundo y resignarse a su impermanecencia: si muero en el camino, será por voluntad del cielo.”

Basho