¡Escuchad, críticos!

Publicado el 29 febrero 2012 por Sfer
P. 14 - He pretendido abordar la crítica como una actitud y como una posición. La actitud de quien se pregunta por las razones y causas de sus gustos, de sus prejuicios y de su ideología. La posición de combate de quien no está conforme con la narración dominante en la vida social ni con las narraciones dominantes en los medios culturales, ni, menos aún, con la presunción de que lo literario sea un aval estético que funcione como distinguida patente de corso. Un aval que no admite más interlocución que la proveniente de aquellas instancias que se definen tautológicamente por ser dueñas de ese concepto, la literatura, donde se presume su legitimación. Me he acercado a la figura del crítico como generador de discursos públicos y como interlocutor que, de igual a igual, interroga en voz alta los textos que una sociedad se oferta a sí misma a través de unos mecanismos concretos de producción y consumo que son elaboración y expresión del sistema social sobre el que la sociedad se asienta y en el que la crítica interviene. El crítico como el que lee su lectura y sabe que las circunstancias de toda clase en las que esa lectura tiene lugar son parte de ella.
P. 98 - El lector privado puede hacer con su lectura lo que quiera. Allá él y su responsabilidad. Pero el crítico, y éste es el rasgo pertinente que separa al crítico del lector común, no puede hacer con su responsabilidad lo que quiera, puesto que su discurso es un discurso público sobre textos públicos, publicados, y tiene, quiera o no quiera, una responsabilidad pública, pues al crítico este hecho lo convierte en custodio de las palabras, de las historias, de los relatos, en el aduanero que controla la circulación de los discursos colectivos. El crítico es un lector que se vigila, que vigila la lectura que está haciendo, o mejor, que se siente vigilado por lo público, por el bien común, pues sólo él legitima en última instancia el tomar la palabra frente al público. Se vigila porque se asume como responsable, es decir, acepta que alguien le puede pedir responsabilidades por el uso que haga del espacio público que la comunidad le deja ocupar.
P. 101 - La lectura del crítico no debe ser una lectura imparcial o neutra, sino tan radicalmente personal y parcial que ponga en evidencia y transparente los materiales culturales, biográficos e ideológicos sobre los que se asienta lo personal, el hardware y el software de su personalidad lectora. Como ciudadano común que es, tendrá sus propios intereses y prejuicios, pero como crítico está obligado, primero, a conocerlos y, segundo, a controlarlos. Si por los motivos que sean esos intereses intervienen en su proceso de lectura sin ser reconocidos como tal, su lectura será fraudulenta. Toda lectura es una lectura interesada, pero en la del crítico sus intereses propios - ideológicos, literarios, autodescriptivos, profesionales, crematísticos -, a los que, al menos en principio, ni tiene ni debe ni puede renunciar, tendrán que estar integrados en el interior del mecanismo de lectura, sin que sirva como escape pretender su ocultamiento bajo el manto de una previa declaración expresa que pretenda así neutralizarlos en su proceso de lectura.
P. 178 - Desde mi punto de vista, hoy, la única crítica que merecería seguir llamándose así sería aquélla capaz de enfrentarse a este poder que hoy llamamos mercado. Lo curioso es que este poder parece no tener cara, y esta ausencia aparente de responsables dificulta extraordinariamente el enfrentamiento. Además, su fuerza expansiva es tal que hoy todo es mercado. Para decirlo de otro modo: hasta negar la legitimidad del mercado puede convertirse en un acto mercantil, del mismo modo que, dentro del campo literario estudiado por Bordieu, el rechazo a la literatura mercantil puede acabar convirtiéndose en una forma de incrementar el capital simbólico. El mercado deviene así el único amo y custodio de las palabras. Frente a este poder, ¿qué puede hacer el crítico literario? [...] Creo que el crítico literario hoy, si quiere disputar el control de las palabras al mercado, necesita llevar a cabo distintas tareas. La primera sería cuestionar ese poder haciendo ver que no es suficiente una actitud de resistencia. Es necesaria una actitud de combate, y para que ese combate sea posible, el crítico necesita encontrar una legitimidad fuera del mercado. Si no la encuentra, el mercado lo engullirá inevitablemente. Esa nueva legitimidad supone construir y proponer una nueva comunidad, es decir, una escala de valores radicalmente distinta, un proyecto de bien común diferente. ¿Cómo construir esa comunidad? La respuesta es complicada y creo que pasa por el establecimiento de una estrategia política (y digo política, y no necesariamente militante). En cualquier caso, esa estrategia requiere el reconocimiento previo de que hay que recuperar la idea de comunidad como única forma de escapar a la actual hegemonía de la multitud, de la cantidad. Esa recuperación es necesaria para lo que Musil llamaba "la salvación del espíritu", es decir, del espíritu de la comunidad. Toda crítica que no parte de estos postulados, quizá no suficientes pero sí necesarios, está renunciando a ser crítica, a cuestionar el poder hegemónico.
P. 202 - Contra lo que generalmente se piensa, la crítica no es una instancia mediadora entre el escritor y los lectores. Ese papel corresponde a los editores, cuyo trabajo consiste en proponer a la comunidad o mercado aquellas lecturas que en su opinión - criterio editorial - pueden satisfacer sus necesidades. El crítico analiza y valora esas propuestas y, por tanto, su trabajo le sitúa entre la edición y los lectores. La práctica es engañosa y tiende a hacernos pensar que los críticos hablan de escritores, cuando en realidad están hablando de propuestas editoriales. Esta reflexión debería aliviar algunos tradicionales resquemores que agitan de cuando en cuando las, en general, autosatisfechas aguas literarias. Sería bueno que los escritores entendiesen que la crítica no tiene como objeto sus obras en cuanto pertenecientes a su privacidad sino, y solo, en tanto pasan por la decisión editorial de hacerlas públicas. Y sería especialmente conveniente que los críticos también entendiesen que su trabajo empieza y acaba en la instancia de lo público.
P. 210 - Mientras la literatura mantuvo su relativa autonomía dentro del sistema económico, el mercado, como modo de regulación del intercambio social formaba parte de su entorno, y, por tanto, aunque reaccionara a sus estímulos, no estaba determinada por él. Mercado y literatura son instancias que conviven con mayores o menores tensiones desde tiempos muy lejanos. Lo novedoso es que la autonomía de la mercancía literaria se está diluyendo de manera acelerada y la literatura se integra sin demasiados problemas en las industrias del ocio y el entretenimiento. Y, evidentemente, esta tendencia del sistema literario a desvanecerse en el interior del sistema mercado acabará suponiendo, si no supone ya, un desplazamiento del lugar de la crítica hacia posiciones cercanas a las que ocupa la publicidad. Un camino que se publicita como imparable.
P. 248 - El desarrollo del capitalismo en esta fase de expansión y acumulación acelerada está provocando, entre otros fenómenos, que las empresas, llevadas por la inevitable lógica de la competencia y la reproducción, necesiten controlar no sólo la producción sino la circulación, la distribución y el consumo, lo que puede dar lugar a episodios de sinergias negativas, como es el caso. Sucede que la burguesía, cuya razón de ser es vender y vender con beneficio, está obligada a acabar con toda excepción, ya sea cultural ya sea laboral, y si tiene que morderse a sí misma, se muerde. Asistimos a una historia empresarial que pone en evidencia que en caso de conflicto entre beneficio y legitimidad, por mucho que nos desgarremos las ropas en aras de la cultura, la solución del sistema consiste en hacer del beneficio la única fuente de legitimidad. El tribuno que no existe, mientras llega al ágora, piensa que con estas condiciones objetivas poco espacio parece quedar para el criterio y las libertades individuales del crítico. Poco, muy poco, pero sin duda el suficiente para que unos pierdan la dignidad y otros la defiendan y mantengan.
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La cena de los notables ha resultado ser una lectura apasionante. A ratos ardua, no se lo voy a negar (sé que volveré a ella para intentar comprender algunos conceptos e ideas que no me han quedado claros); en ocasiones muy entretenida (me lo he pasado mejor leyendo a Bértolo leer Madame Bovary que cuando la leí yo misma); incluso, llegando al final, de lectura compulsiva (terminé de leerlo una noche pasadas las doce, cuando normalmente sobre las once ya estoy más que frita). Una buena dosis de reflexión sobre la crítica, un tema al que ya saben que soy especialmente sensible... Aunque crea que la visión de Bértolo es quizá un tanto utópica, no por eso la considero menos necesaria. Hacen falta idealistas que nos saquen un poco del estercolero en el que estamos metidos para que la mierda no nos llegue al cuello sino a los tobillos. Desde aquí, mi más sincero agradecimiento al escritor que compuso el llamamiento a las armas, al editor que lo publicó, al crítico que, con su discurso público, me lo dio a conocer, y al bibliotecario que adquirió el ejemplar para que todos (no solo yo...) lo tuvieran a su disposición.