Leía con verdadera pasión el magnífico libro “El Silenci” del periodista y amigo Gaspar Hernández (Catalunya Ràdio, l’Ofici de Viure), cuando me topé con el siguiente párrafo, que traduzco del original en catalán:“Escuchamos, y mientras tanto nuestra voz interior va juzgando, haciendo comentarios, haciendo comparaciones con aquello que hemos vivido, de forma que nuestro pensamiento se convierte en una cámara cerrada con aire viciado, respirado y vuelto a respirar: estamos ante una persona y no vemos la persona, sino aquello que pensamos sobre la persona”.No sólo me he sentido identificado con la situación descrita, sino que he pensado en las muchas veces que he escuchado con prejuicios y he sentido en mis pulmones el aire viciado de esta cámara cerrada que describe el autor.¡Qué difícil es escuchar sin juzgar! ¡Qué difícil es escuchar viendo a la persona como si fuera la primera vez que la vemos!. Escuchar es lo mejor que podemos hacer los unos por los otros. Es terapéutico, y sin duda lo que más ayuda. Pero hay una gran diferencia entre el acto físico de escuchar, y la actitud sincera de ESCUCHAR (lo pongo deliberadamente en mayúsculas). En el primer caso, el escuchar muchas veces incluso esconde una cierta condescendencia. Ya sabemos lo que el otro nos dirá. Y tenemos preparadas las recetas para darle. En el segundo caso la virtud está en acallar todas las voces interiores, aparcar el mundo de uno mismo, y dedicar toda la energía al otro. Viéndole con ojos nuevos. Descubriendo a la persona que hay detrás.Leí no recuerdo dónde una magnífica frase que dice “Si me conociste ayer, haz el favor de no pensar que hoy estás tratando con la misma persona. Acércate a mi con un cierto sentido de curiosidad”.Este es el reto.